Hace unos días que hemos empezado a dejar atrás el confinamiento estricto y según se dice nos encaminamos hacia una "nueva normalidad", un concepto que antes de correr tanto a adoptar sería mejor que analizáramos en algún momento qué tiene de "nuevo" y qué de "normal". Porque hay fenómenos que nos recuerdan que la "vieja normalidad" se resiste a desaparecer tan fácilmente. Recuperemos uno que a finales de mayo quedó eclipsado por el alboroto que causó la destitución del coronel Pérez de los Cobos. Se trata de los datos publicados sobre la violencia contra las mujeres (durante el confinamiento), precisamente una de las causas fundamentales de las manifestaciones del 8-M, auténtico casus belli de la política reciente. Los diarios aportaban cifras para la reflexión: sólo en Catalunya, ha habido 913 nuevos casos de violencia machista y las llamadas al teléfono de emergencia por esta causa aumentaron un 88% entre el 16 de marzo y el 30 de abril en relación con los meses previos al estado de alarma; mientras que las denuncias fueron a la baja (como también en todos los otros delitos) y las víctimas mortales fueron sólo una. La lógica de los datos es comprensible: las mujeres confinadas no han muerto porque han vivido bajo el control implacable de su pareja (que se sentía seguro con la reclusión), y encerradas en casa con su enemigo sólo han podido pedir ayuda, pero no han tenido la posibilidad de denunciarlo porque no podían salir de casa. Una rueda infernal de terrorismo íntimo que han tenido que soportar y gestionar como han podido, porque parece que nadie calibró exactamente que el confinamiento sanitario pondría en peligro la vida y la integridad de ellas y de sus hijos. Nadie lo pensó y, lo que es más grave todavía, algunos sostienen que esta violencia de género o no existe o es tan sólo un invento de las feministas. El discurso de los grupos de derecha, de extrema derecha y ultracatólica de nuestro país (PP, Cs y VOX) se caracteriza por combatir lo que denominan el adoctrinamiento de la "ideología de género" y diluyen el fenómeno de la violencia contra las mujeres interpretándola como un caso más, entre muchos otros, de relaciones de desigualdad en el seno de una sociedad también desigual para todo el mundo. Dentro de este marco mental usan categorías como "violencia intrafamiliar o doméstica", que quieren minimizar (sino invisibilizar) la existencia y la gravedad del fenómeno.
Para rebatir esta posición sólo disponemos de los hechos, que a priori parecen más incontrovertibles que las ideologías. Si abrimos el horizonte hacia España, Europa y el mundo, las cifras son tan escandalosas y la violencia contra las mujeres es tan universal y transversal, que prefiero pensar ingenuamente que los negacionistas ni la ven ni la saben interpretar de tan presente que está. Y es que la violencia que sufren las mujeres se escribe en plural: violencia física, sexual (violación), psicológica, verbal, acoso, control, techo de cristal... en casa, en el trabajo, en la calle, en los medios de comunicación, en las redes... La Plataforma unitaria contra las violencias de género nos dice que durante el confinamiento las consultas en línea en el territorio español han aumentado un 600% y que sólo las llamadas al 016, especializado en acoso, han aumentado un 60% respecto del mismo periodo del 2019. De hecho, en el último año con estadísticas completas (2018) se presentaron 167.000 denuncias por violencia de género, y el 70% de las sentencias dictadas fueron condenatorias para el agresor. Más hechos. El decenio que acabamos de pasar nos ha dejado a 700 mujeres asesinadas por violencia de género y en lo que llevamos del 2020 ya son 20, de las cuales el 75% lo han sido en manos de la pareja actual y el 25% restante por la expareja (o en fase de ruptura), ¡y en un 80% de los casos todavía convivían juntos! Una encuesta del 2015 hecha por el Ministerio de Sanitad e Igualdad nos decía que 2,5 millones de mujeres de más de 16 años estaban sufriendo violencia física o sexual por parte de sus parejas o exparejas, mientras que la cifra se eleva a 4,8 millones cuando los agresores incluyen hombres sin ninguna vinculación sentimental.
Cuando la derecha ultraconservadora niega la violencia de género se refleja en los discursos neonazis que también niegan, por ejemplo, el genocidio judío
Seguimos abriendo el ámbito de visión. En el 2013 la UE encarga al FRA (European Union Agency for Fundamental Rights) la primera encuesta que se hace a escala europea para mostrar el grado de violencia que sufren los 186 millones de mujeres de los 28 países que entonces la forman. Sólo los datos de la violencia más extrema ya son demoledores: se calcula que el año anterior hubo 13 millones (7%) de mujeres mayores de edad que sufrieron violencia física y casi 4 millones (2%) que fueron víctimas de violencia sexual por parte de los hombres. Y los datos de prevalencia son todavía peores porque explican que una de cada 3 mujeres (33%) ha sufrido violencia física o sexual a lo largo de su vida, y 2 de cada 10 (22%) la han experimentado en manos de su pareja o expareja. Y el último hecho cautivador dentro de esta Europa "civilizada": una de cada 20 mujeres (5%) ha sido violada después de los 15 años, y en el 97% de los casos el agresor ha sido siempre un hombre. Los datos ya son lo bastante graves, pero todavía toman una magnitud más dramática cuando el mismo estudio revela que sólo un 14% de las mujeres llega a denunciar la agresión grave que han sufrido. Por lo tanto, revelan sólo la punta del iceberg de un fenómeno que todos sabemos que todavía está mucho más extendido y silenciado. Y finalmente, miremos el mundo. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en el año 2017 murieron asesinadas más de 87.000 mujeres en el planeta, de las cuales el 58% lo fueron en manos de la pareja u otro miembro masculino de su familia. Eso quiere decir que cada día murieron 137 mujeres víctimas de la violencia de género en el planeta.
Este alud de datos incontrovertibles, que el confinamiento ha hecho emerger con más virulencia, ponen al descubierto otra pandemia mucho más grave, duradera en el tiempo y verdaderamente universal. Negarlo por prejuicios ideológicos es un acto de mala fe política, como la que practicaban el septiembre pasado el alcalde del PP de Madrid y el grupo de VOX, cuando en una concentración para condenar el asesinato de una mujer a manos de su pareja llevaban una pancarta que decía "La violencia no tiene género". Pero es que los datos son tozudos y muestran que sí hay géneros en la violencia, tanto respecto a las víctimas (siempre mujeres) como los agresores (siempre hombres). Y cuando una relación es tan sistémica y global merece el calificativo de feminicidio, mujericidio, decía la lúcida Pardo Bazán en sus artículos ya en el s. XIX: un tipo de genocidio reconocido por el Convenio de Istambul firmado por la UE en el 2011, que define la violencia de género como cualquier tipo de violencia ejercida contra las mujeres por el solo hecho de serlo. En buena lógica, cuando la derecha ultraconservadora niega esta violencia se refleja en los discursos neonazis que también niegan, por ejemplo, el genocidio judío; pero cuando lo hacen son perseguidos por la justicia porque se considera constitutivo de delito. Sólo espero que el negacionismo de la violencia de género cuente también algún día con la misma protección jurídica, y que sus pancartas los lleven a prisión, no sólo por ideológicas sino porque atentan contra la verdad de los hechos.