Los grupos de extrema derecha ultraconservadora —en nuestro país PP, Cs y sobre todo Vox— se niegan a aceptar la realidad de la violencia estructural que la sociedad ejerce sobre las mujeres; la invisibilizan bajo términos lights como "violencia doméstica" o maltratos intrafamiliares. Consideran que forma parte de un discurso que se ha pronunciado hegemónico y que descalifican como ideología de género, término que difundieron ya en la Conferencia de Beijing (1995), para oponerse a las políticas feministas que impulsaba la ONU. ¿Por qué esta negativa rotunda a aceptar la violencia de género que las cifras muestran como un hecho? Podríamos pensar que se trata de una estrategia explícita de los hombres que integran estos colectivos para mantener su dominio sobre las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad (laborales, familiares, sexuales, reproductivos...). Sencillamente, se resisten a perder el poder (Bourdieu lo describe magistralmente en La dominación masculina, todo un clásico). Pero esta posición tan cínica, aunque no es descartable en algunos casos, no explica que coexiste con dos fenómenos paradójicos: que nunca ningún "machista" se reconoce como tal (y pasa lo mismo con el racismo sin racistas); y que las mujeres que integran estos colectivos no sienten la discriminación. Por lo tanto, hay un claro elemento de alienación que nos lleva a plantearnos qué es ideológico y quién es en realidad a la víctima.
Desde Hegel y Marx el concepto de ideología está ligado a la "falsa conciencia" y se define como un conjunto de ideas (filosóficas, científicas, tecnológicas, morales, religiosas, políticas...) que pasan por ser verdaderas pero que en realidad reflejan unos intereses de clase. Por eso toda ideología al mismo tiempo revela y oculta: refleja la cosmovisión del grupo dominante, pero al mismo tiempo enmascara (en sí mismo y en el otro) la realidad de la violencia que hay en su dominación, y lo hace universalizando sus intereses como si fueran naturales y del conjunto de la sociedad. En medio de esta estructura mental y política enajenante, aparece la teoría de la "ideología de género" para combatir el feminismo. Promovida activamente por el Vaticano desde hace dos décadas, consiste en la defensa de una tesis clásica según la cual los hombres y las mujeres son diferentes y complementarios por naturaleza (sobre todo en el orden sexual que responde a un plan divino). Todo lo que transgreda este plan inalterable será tildado, en términos rescatados de la teología más rancia, de obra del "demonio": "La más clara amenaza de la sociedad contra las familias es a través de la demoníaca ideología de género, un impulso mortal que se experimenta en un mundo que extirpa cada vez más a Dios", sostenía hace poco en una entrevista un altísimo cargo del Vaticano, el cardenal Robert Sarah. Por cierto, últimamente el demonio está muy activo en nuestro país, porque no sólo inspira al feminismo sino también a la política independentista que quiere romper España, según palabras reveladas por Benedicto XVI a Jorge Fernández Díaz, el exministro de Interior del PP que condecoraba vírgenes. Pero es el actual papa Francisco, tan "moderno" como parece, que ha advertido con más claridad de las razones por las cuales hay que combatir el azufre que desprende el feminismo: es una colonización ideológica que crea confusión al pensamiento de la mayoría de la sociedad; busca borrar la diferencia natural entre hombres y mujeres, y con eso vacía de sentido la diferencia sexual y de fundamento antropológico la familia.
En el trasfondo de la polémica, opera un conocido sofisma que llamamos "falacia naturalista", y que, muy resumidamente, viene a decir que lo que es natural, real (y divino) es bueno, mientras que lo que es no natural es malo
Si lo expresamos en términos filosóficos, la disputa entre el Vaticano y el feminismo se inscribiría en el binomio clásico "naturaleza-cultura", ahora también "sexo-género". Y mientras que las feministas y los grupos LGTBI han luchado, desde Simone de Beauvoir hasta la teoría queer de Judith Butler, por desvincularlos y apostar por el género, en tanto que construcción histórica y social que se puede modificar, adoptar múltiples formas (como el sexo mismo) y propiciar el empoderamiento; sin embargo, las fuerzas religiosas y ultraconservadoras han procurado que las mujeres vuelvan a la naturaleza y al sexo como don de origen divino y, por lo tanto, incambiable, una visión esencialista que mantiene la dominación porque impide cualquier tipo de cambio. Desde esta perspectiva tiene sentido plantearse qué es verdaderamente ideológico: ¿la teoría feminista que insiste en el concepto emancipador de los "géneros" o la teoría religiosa que fija el de una "naturaleza" que consolida relaciones de violencia y dominación?
En el trasfondo de la polémica, opera un conocido sofisma que llamamos "falacia naturalista", y que muy resumidamente viene a decir que lo que es natural, real (y divino) es bueno, mientras que lo que es no natural es malo. Según eso, todas las políticas feministas que velan por la igualdad de las mujeres, que reconocen la violencia de género, que luchan por el matrimonio y la adopción homosexuales, por el derecho al aborto, por los métodos anticonceptivos y de reproducción alternativos o por los derechos de las personas transgénero no es sólo que vayan contra las doctrinas religiosas (el famoso plan divino), sino que atentan contra el orden natural de las cosas y por lo tanto son éticamente (y políticamente) reprobables. Pero esta apelación a la naturaleza y a lo real es ella misma pura ideología, porque ¿cómo se puede justificar que sea el patrón de medida de la "normalidad"? ¿Por qué la naturaleza tiene que ser éticamente buena o criterio político de legalidad? Llevado al extremo, ¿que quizás tenemos que considerar que las catástrofes, las enfermedades (por ejemplo, la Covid-19 que nos dedicamos a combatir encarnizadamente) o incluso el orden constitucional español son buenos por naturales y actuales? Con este criterio tan cuestionable, la extrema derecha ultraconservadora lanza mensajes muy simples, como cuando Vox promueve el "pin parental" en Andalucía, Murcia y Madrid para oponerse a la educación sexual en las escuelas; o como aquel que Hazte oír paseó en autocar por el país: "Que no te engañen: los niños tienen pene y las niñas tienen vulva". Con eso se proponen que las políticas emancipadoras basadas en la defensa de los derechos humanos parezcan una ideología impuesta por un grupo radical que atenta contra el orden natural de las cosas y que se impone autoritariamente al pensamiento de la mayoría de la sociedad. ¡Magistral tergiversación de estos grupos expertos en "el arte de la proyección", para que digamos qué criticas y te diré de qué pecas! Los hemos visto combatir el 1-O y ahora el feminismo con la misma falacia y proyectando orwellianamente sobre los "demonios" de la extrema derecha (tildados de "nazis y feminazis", respectivamente) sus propios discursos y posiciones políticas. Eso sí que es un prodigio de ideología.