Las mujeres y los hombres de Catalunya estamos acostumbrados a los diálogos del absurdo. Tenemos la experiencia cotidiana de que nos llamen por teléfono y, cuando descolgamos, una voz preocupada nos pregunte si ya tenemos colgado en el cuello o en la muñeca el avisador con botón automático —no fuera que cayéramos al regar los geranios o nos encontráramos mal, estando solas, cuando es negra noche... La voz que nos asusta calla unos segundos y tú contestas con empatía sin darte cuenta del engaño todavía, pero da igual que te quejes de que justo ahora te acabas de dar un golpe en la cabeza y empieza la migraña, o que te han llamado en mal momento y quieres seguir echando la siesta... Al otro lado del hilo hay un robot que lo tiene todo grabado, tanto lo que dice como los segundos en que calla... y al fin te das cuenta de que ni siquiera hace ver que te escucha.
Pero los diálogos de sordos se van imponiendo. Traspasan el ámbito comercial y son sobre todo los políticos los que les han dado relieve en el día a día. Ved toda la riqueza kafkiana de esta profecía del president Aragonès en declaraciones en la ACN en agosto del 2022, asegurando que "no renunciará a la mesa de diálogo aunque haya un cambio de gobierno en España". Según Pere Aragonès, Catalunya no se levantará NUNCA de la mesa de negociación. "Y si lo hace, España tendrá que dar cuenta de por qué lo hace"… El presidente no parece consciente de que ni PP ni Vox (pero tampoco el PSOE) rinden nunca cuentas por nada de lo que hacen ni, sobre todo, por nada de lo que han prometido que harían y no cumplen. ¿Pero, además, rendir cuentas, a quién? Ni siquiera a sus electores les hacen llegar un argumento hablado ni cuando ganan, ni cuando pierden. Viven aislados en su banco del parque, con la gran bandera de borbonia izada, mientras deseo, de hecho, que el Godot que esperan no llegue nunca. Y ya instalado en el mejor teatro del absurdo, sigue diciendo el presidente Aragonès, "nosotros no renunciamos a continuar un procés para seguir exigiendo la celebración de un referéndum y la amnistía"... Por si algún lector o lectora se pierde, la propuesta era exigir referéndum y amnistía a los compositores del "a por ellos", a los verdugos del 155 y a los espías de Pegasus.
Según Pere Aragonès, Catalunya no se levantará NUNCA de la mesa de negociación. "Y si lo hace, España tendrá que dar cuenta de por qué lo hace"… El presidente no parece consciente que ni PP ni Vox (pero tampoco PSOE) rinden nunca cuentas por nada de lo que hacen ni por nada de lo que han prometido que harían y no cumplen. ¿Pero, además, rendir cuentas, a quién?
¿Y ahora? ¿También ahora?
No es extraño, pues, que el final del diálogo frustrado que se produjo en las urnas el domingo pasado por parte de más de una "vanguardia" de más de 300.000 votantes, se parezca tanto a la que se da en los robots telefónicos sin orejas ni oído que hacen ver que te escuchan cuando solamente quieren vender lo que sea. Mucha gente prefirió ir al botiquín para tratarse la migraña o quedarse en el sofá y seguir echando siesta. Pero que no se engañe ningún residente de presente o de futuro de La Moncloa pensando que esta abstención militante es una desautorización del movimiento soberanista. Es un gesto poderoso de conciencia política, una especie de motín pacífico y nada ruidoso de los descendientes, en sentido muy ancho, de la Barcelona del 7 de junio de 1640.
Comparto con Joel Joan que, de nuevo, en lugar de reeditar diálogos que llevan a la gran polvareda de las falsedades que se hunden, hay que volver a poner muy nervioso al enemigo desde el buen humor y la carcajada socarrona. Hay que volver a colgar esteladas en el Ayuntamiento y en la Generalitat, "y cambiar el nombre de plaza Espanya por Primer d'Octubre, por ejemplo".
Yo me apunto, mientras tanto. Mientras los que tienen que rendir cuentas no lo hacen, y mientras los que tienen que analizar a fondo dónde radican las responsabilidades de todas las mentiras y de los diálogos fallidos más que anunciados, ni se ponen a ello.
Más vale desobedecer, reflexionar y ganar coherencia, que no obedecer y seguir la procesión que sí que nos encarcela en la condición de súbditos vigilados por los requetebisnietos de las tropas de Felipe IV. Tampoco se trata de ninguna heroicidad. Solamente de autoestima y de vergüenza. Como dice Joel Joan, tenemos que hacer cosas (mientras tanto) "que se pueden hacer y que quizás son simbólicas, pero que ponen muy nervioso al adversario porque la desobediencia simbólica, al fin y al cabo, es la desconexión absoluta de España."