Querido diario:
Para empezar, eres una mentira. No escribo ningún diario. Como la mayoría de gente, nunca he escrito ningún diario. De hecho, cuando yo era joven había cuatro tipos de personas. 1.-Los que no escribían nunca diarios (más del 90% de la gente). 2.- Los que escribían un diario pero no lo decían (estos no sé cuántos eran porque precisamente no lo decían). 3.- Los que escribían un diario y lo decían (estos eran pocos y especialitos. Son los que hoy me escribirán ofendidos porque les he dicho especialitos). Pero había un grupo peor, el 4.- Los que no escribían ningún diario pero decían que lo escribían. Estos, básicamente lo que querían era ligar con los del grupo 3. Son los mismos que no sabían tocar la guitarra pero que se aprendían tres acuerdos para poder quedar bien en un foc de camp. Como bien has podido comprobar, querido diario, ya he utilizado unas cuantas expresiones que delatan mi edad, como por ejemplo ligar o foc de camp.

De hecho, estoy escribiendo estas líneas un viernes a las seis de la tarde y no en otro momento por tres motivos. Porque a) en toda la semana no he podido, b) a partir de las ocho de la noche empieza la BDC, que no es ninguna práctica sexual sino la Batalla De la Cena, es decir, todo lo que comporta cerrar el día en una familia: va, a la ducha; quién pone la mesa; te toca vaciar el lavaplatos; sí, hay verdura; sí, hay pescado; no, pasta ya habéis comido; qué tal el día, cómo que mañana tienes un examen...?, y no has estudiado?; los platos van al fregadero; va, a dormir, deja el móvil; lávate los dientes; mañana qué coméis; que apagues el móvil he dicho, buenas noches y c) a partir de las diez de la noche, a pesar de los esfuerzos titánicos por mantener no ya un mínimo de actividad mental sino los párpados en su sitio, la fuerza de la biología pitopáusica pesa más, y caes dormido en cualquier lugar, especialmente en el sofá, aunque más tarde no lo querrás admitir. De hecho, no sabes qué ha pasado entre el minuto 12:07 y el minuto 34:32 del capítulo 3 de la serie de que tanto te gusta pero el caso es que han pasado veinte minutos a la velocidad de dos segundos. Es como si te hubieran dado un fuerte golpe en la cabeza con un bate de béisbol y pierdes repentinamente la conciencia y la memoria. Cuando vuelves en sí, hay un par de escenas más que acaban de hacerte perder las pocas migajas de dignidad que te quedaban. La primera es que te despiertas de esta microsiesta con los ojos muy abiertos como haciendo ver que no te has dormido. Y la segunda es que te vas a la cama y entonces no puedes dormir. Mañana te levantarás maldiciendo el despertador aunque cuando el sábado o domingo el despertador no está, no te levantas más allá de las ocho de la mañana.

Tus compañeros de trabajo podrían ser tus hijos; por favor, no vayas de colega y utilices la palabra 'cringe'"

Da igual la hora que hayas recogido el día anterior, a las ocho de la mañana de un sábado te preparas el café, quizás el único instante de paz de toda la semana. Y vaya, tampoco es que hayas salido de fiesta porque la actividad nocturna más extrema que haces es alargar los postres en una cena; si es que cenas, ya que por la noche ya no digieres tan bien. Els Amics de les Arts escribieron que "“Ja no ens passa, ja no sortim de nit/ que l'endemà no som ningú/ que el dia que sortim, cantem tant allà al mig/ que ja podríem ser els pares d'algú". Si ellos escribieron eso en plena crisis de los 40, qué no pasará con la de los 50. Ahora ya no te pasa con los chicos y chicas que te podías encontrar en las discotecas sino que ahora te los encuentras en tu puesto de trabajo. Tus compañeros podrían ser tus hijos y no sabes cómo tratarlos porque si tienes un rol paternalista es fatal y si vas de colega enrollado es peor. Eso sí, evita, por favor, de todas todas, hacer ver que dominas su lenguaje: si toda la vida las cosas te han dado grima, ahora que tienes canas, por favor te lo pido, no digas que da cringe porque quien lo da eres tú, y mucho. O mucha.

En los últimos cinco años has ido más veces al médico que en las últimas tres décadas anteriores y lo peor de todo es que ahora frecuentas más al especialista que al de cabecera. El oculista, el traumatólogo o el digestólogo ya no te son ajenos y después de toda una vida escogiendo qué dejabas que entrara por el tercer ojo, ahora hay un señor que, con un punto de sadismo, te explica cómo te entrará una cámara para saber si tienes pólipos en el colon. Y como tienes problemas de insomnio, lo que más te gusta de la prueba es el momento en que te sedan. Y es que la escala de prioridades ha cambiado, también en el ranking del placer. De repente, le encuentras gusto a andar por la montaña porque disimulas la mala conciencia de no hacer ningún deporte (aquella pachanga de fútbol sala no cuenta) y porque a la hora que vas todavía no hay tanta gente. Y la que te encuentras lleva la cabeza tintada o tapada, mucho material textil de Decathlon y dos palos de caminar: te recuerdo que solo tienen diez años más que tú.

Los de 1975 haremos encuentros generacionales durante todo el año: los del cole, los de lo insti y los de la facu y haremos crecer el PIB de las casas rurales"

En fin, querido diario, media vida se nos ha fundido entre los dedos sin darnos cuenta de ello. También a ti, querido diario. Ahora, como las tildes, ya casi nadie te utiliza. Lo que antes eran escritos, más o menos ordenados, de recuerdos, pensamientos íntimos o confesiones inconfesables ahora son vídeos mirando a pantalla, al alcance de todo el mundo y que no se cuelgan en la red hasta que, quizás al cuarto o quinto intento, han quedado mínimamente bien. Eso, o fotografías que ponemos en Instagram con puestas de sol, playas, selfies y, sobre todo, platos de pasta que antes comías en un piso de estudiantes y que ahora, puesta en un plato gigantesco y profundo de un restaurante con ínfulas, pretendes que pasen por obra de arte cuando, te recuerdo, la mitad del mérito es del filtro Melbourne que embellece incluso los lavabos de una gasolinera.

Todo eso, querido diario, te lo escribo porque los que nacimos en 1975 este año cumplimos 50 y nos toca mirar atrás, recuperar fotos (estas sí, de papel), escanearlas y enviarlas a las parejas de nuestros coetáneos porque le preparan un álbum sorpresa. Estamos en el mes de febrero y ya llevo dos. Calculo que cuando acabe este 2025 rondará la veintena. Eso y encuentros por colectivos generacionales que al menos harán subir el PIB del sector de las casas rurales: los del cole, los de lo insti, y los de la facu. Serán comidas, mejor que cenas, porque por la noche ya no digieres tan bien. Sí, otra de las características de esta edad es que, tal como hacía tu padre, repites las cosas. No porque tengas ninguna enfermedad cognitiva sino porque tienes la necesidad de comprobar que te han escuchado y sobre todo, una especie de miedo a que no te hagan caso, empezando por tus hijos. Pero vaya, todo eso pasa a los que ya tienen 50. A mí me queda muy lejos porque todavía tengo 49, hasta diciembre nada. Y es que otra muestra de que nos hacemos mayores es que pretendemos hacer ver que somos más jóvenes de lo que toca aunque sea, solo, por cuestión de meses.