Como sabrá el informadísimo lector de este bienaventurado digital, la semana pasada (cuando faltaban pocos días para las elecciones en el Consejo de la República, que se celebrarán entre el 8 y el 12 de febrero) el músico Valtònyc iniciaba una disputa de gallos contra Toni Comín, uno de los candidatos a presidir el chiringuito del exilio, en el que el rapero recomendaba “alejarlo de cualquiera organización”, recalcando que las acusaciones que ha recibido Comín de embolsarse dinero del Consell son “solo la punta del iceberg”. Valtònyc no solo se basaba en la rumorología de una parte (ínfima, hay que decirlo) de la prensa catalana, sino también en la auditoría interna que señaló el hasta ahora vicecapatazo del ente. La supuesta fechoría de Comín se trataría de 15.530 euros que habría dedicado a asuntos tan republicanos como alquilar un apartamento y un vehículo para irse de vacaciones o pagar a la benemérita hacienda.
Comín anunciaba ayer mismo la intención de querellarse contra Valtònyc
Comín adujo rápidamente que el auditor del Consell había rectificado su inicial acusación, añadiendo que la pasta en cuestión se había utilizado para alojar a miembros de su equipo técnico. Días después, y haciendo valer su condición de responsable informático de las donaciones al máximo órgano representativo del exilio, Valtònyc volvió con una carta publicada en X en la que insistía en que “había descubierto transferencias personales” en la cuenta de Comín “mientras las deudas del Consejo con los proveedores crecían y las donaciones disminuían.” El vodevil tiene cierta gracia, ya que, entre la nómina de proveedores, se encontraba el propio Valtònyc, quien añadió que Comín justificó estas autodonaciones a los exiliados “con más necesidades”, como los padres de familia o, a nivel aún más personal, para sufragar el funeral de su madre (según Valtònic, Comín mentía, porque ya lo había pagado otra asociación).
La sangría, según nuestro músico, continuó hasta el pasado agosto, cuando las donaciones que se produjeron por el fugaz regreso del presidente Puigdemont (las cuales tenían que ayudar a los Mossos que podían quedar suspendidos de trabajo o incluso expulsados) sirvieron para pagar las deudas de una empresa del entorno del antiguo consejero de Salud. Lejos de aclarar todo esto de la contabilidad creativa de la forma más fácil (a saber, mostrando públicamente de cuántos euros dispuso del Consell y en qué los gastó, lo que podría hacerse en una simple tarde y con la ayuda de una calculadora), Comín anunciaba ayer mismo la intención de querellarse contra Valtònyc y de continuar en la lucha de la presidencia de esta madriguera de fraternidad, donde tendrá que competir contra Jordi Domingo, Montserrat Duran y Jordi Castellà. Sea como fuere, como ven, la agrupación de exiliados disfruta de una fraternidad donde todo es amor.
Todo esto que cuento, y que ya es conocido, podría resolverse fácilmente; a saber, si el Consejo en cuestión hiciera honor a valores republicanos (como la transparencia en los gastos) e hiciese públicas sus cuentas de una manera lo más honesta posible. Todo esto tiene sus dificultades, sobre todo si se piensa que su propietario real, Carles Puigdemont, es un hombre capaz de afirmar que nunca más negociará con el PSOE y —pocos días después— acordar unas modificaciones en la famosa Ley Ómnibus de Pedro Sánchez. Dicho esto, solo sé que Josep Miquel Arenas es uno de los pocos activistas cívicos que ha aprovechado su condición de exiliado para hacer política de verdad; no caer nunca en el chantaje emocional del procesismo; quedar en un segundo plano, que —visto el panorama— ahora se entiende muy bien, y aprovechar su libertad condicionada para hacer algo tan normal como ganarse la vida lejos de casa.
Valtònic nunca ha desentonado, siempre ha hablado de acuerdo con su conciencia y nunca nos ha hecho sentir ridículos. Por lo tanto, yo tiendo a confiar absolutamente en su denuncia y considero muy grave que Toni Comín —y tantos otros, que se han embolsado pasta con métodos aún peores e igual de chantajistas— haya aprovechado los cuatro duros de las donaciones entregadas por nuestras madrinas para tapar agujeros e irse de vacaciones, sea con su equipo técnico (que debe incluir “asesores musicales” de la talla de Lluís Llach) o más solo que la una. Toda la verdad, insisto, podría saberse si el Consejo tuviera la decencia de publicar sus números, si fuera necesario a través de una auditoría que no fuera escrita por algún familiar de los afectados y sospechosos. Pero, en estos momentos, reclamar cierta rectitud moral a una gente que ha ido tirando durante los últimos lustros es un deseo de excesiva y gran ingenuidad.
Dice el adagio de la profesión que, tarde o temprano, "se sabrá todo". Desgraciadamente, la realidad es de otra forma, pues hay gente que siempre cae de pie y todavía tiene la mejilla marmórea de ir regalándonos lecciones. Valtònic no es de este tipo de individuos, y que haya sobrevivido con la moral intacta entre tantos aprovechados, seguramente, es la única noticia trascendente de toda esta pantomima que algunos llamaron exilio y que, en estos momentos, ya podemos tachar de vacaciones pagadas.
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