España es prácticamente el único Estado de la Europa occidental sin ninguna formación fascista, neofascista o populista de extrema derecha -los matices terminológicos son infinitos, pero usted ya me entiende- en sus diversos parlamentos, estatales y autonómicos. Toda una singularidad -aparentemente, feliz- en tiempos en que el miedo y la intolerancia campan a sus anchas en una Europa con una crisis de caballo.
Una Europa que todavía arrastra mochilas vergonzantes. La Europa negra que describió al historiador Mark Mazower en el libro del mismo título. Se sorprenderán, si no lo conocen, de las líneas de continuidad entre lo que pasó en Europa antes del 45 y después del 45. La paradoja hispánica, sin embargo, radica en el hecho que, pese a la ausencia de ultras en sus parlamentos, en pocos sitios de Europa es tan sencillo obtener la autorización gubernativa para celebrar una manifestación ultra como en el Estado español.
Pasó hace ocho días con la manifestación de los neonazis de Hogar Social Madrid y pasó ayer con la marcha en pleno centro de Barcelona de exlegionarios -con cabra incluida- en contra del proceso independentista. Todo legal y “constitucional”. Quizás porque en pocos países europeos como a España es tan sencillo organizar, obtener el visto bueno oficial para convocarlo y maquillar la celebración de un acto fascista. Sobra con llevar una rojigualda “constitucional”, o no enseñar mucho la del aguilucho, para ejecutarlo con total impunidad y a plena luz del día. Del mediodía, para ser más precisos. Sobra con llevar incluso alguna bandera catalana o algún retrato de la pareja real para que queden claras las intenciones de los convocantes. Clarísimas.
En pocos países europeos como a España es tan sencillo organizar, obtener el visto bueno oficial para convocarlo y maquillar la celebración de un acto fascista
Nada de radicalismos, todo muy normal, se justificaban en Twitter algunos de los asistentes a la marcha legionaria de este sábado en Barcelona. Justo: todo patéticamente normal en un país que conoció una guerra civil y 40 años de dictadura organizada desde los cuarteles legionarios del antiguo protectorado español en Marruecos. Todo muy normal en un país que todavía recuerda los efectos de la “limpieza” que practicaban los legionarios, asistidos por otras tropas coloniales en los pueblos “reconquistados” por Franco durante la guerra civil. Todo tan normal como que la Falange se presente todavía a las elecciones con la coartada transicional que también lo pueden hacer los comunistas. Sí, sí, hubo las “checas” de la retaguardia republicana, hubo un “terror rojo”. Y es una actitud claramente “fascista”, porque implica aterrorizar a la gente en plena noche, salir a quemar coches y cajeros automáticos como ha sucedido a Gracia esta semana por mucho que se blandan banderas “antifascistas”. Pero el caso es que el año 39 ganaron los legionarios. Mira por donde.
El color de aquella victoria en aquella guerra que este año hará ochenta que empezó sigue explicando muchas cosas. Explica también que un ayuntamiento como el de Tortosa sometiera a votación popular ayer el futuro del monolito franquista a la batalla del Ebro, cuyo desenlace abrió las puertas de Catalunya a las tropas de Franco y su victoria final. ¿De verdad que después de 40 años de “democracia” dicho monumento todavía está en pie? La cuestión es que el asunto se puso a votación, por si las moscas. He ahí -una vez más- el resquicio, el siempre democrático resquicio, por donde se cuelan, o mejor dicho se reproducen, todos los fascismos. ¿Hay alguna diferencia entre poner a votación el monumento franquista de Tortosa o convocar una consulta para resucitar en el nomenclátor las "avenidas del Generalísimo", por ejemplo?
¿Hay alguna diferencia entre poner a votación el monumento franquista de Tortosa o convocar una consulta para resucitar en el nomenclátor las "avenidas del Generalísimo"?
El resultado de la consulta de Tortosa lo conocen: participaron pocos vecinos y vecinas, pero los suficientes como para que el “monumento” se mantenga donde está -me ahorraré calificarlo, el “monumento”, para no herir sensibilidades democráticas, y de orden, de ese orden que Albert Rivera reconoce como consustancial a las dictaduras-. La opción derrotada fue la de “retirarlo”. De hecho, ninguna de las dos alternativas al alcance de los vecinos y las vecinas de Tortosa planteaba destruirlo. Por si las moscas. La opción perdedora hablaba de “museizarlo”. Y la de “mantenerlo”, más precisa, la que ganó, de “reinterpretarlo y contextualizarlo”. A fin y efecto, en los dos casos, de “promover la memoria histórica y la paz”. Todo, otra vez, muy transicional.
Y en fin, transicional y socialdemócrata -mal entendida- me parece también la solución que el entonces alcalde de Barcelona Xavier Trias aplicó ante el conflicto con los okupas del denominado Banc Expropiat de Gracia para comprar la “paz social”: 60.000 euros anuales de alquiler -5.500 mensuales- para el propietario que Ada Colau ahora no quiere pagar aunque tampoco quiere desahuciar a nadie. En la Barcelona de la crisis y los desahucios de verdad, la Barcelona de la PAH de la cual emergió la actual alcaldesa, el Ayuntamiento de CiU pagaba 5.500 euros en el mes a una gente que ha reaccionado como ha reaccionado cuando se ha acabado lo que se daba a cargo del contribuyente. ¿De qué tipo de Banc Expropiat hablamos? ¿De la antigua sede de una caja hundida por las preferentes y la burbuja inmobiliaria que continua teniendo propietario? De okupación subvencionada pura y dura, hablamos. De okupación subvencionada para evitar incendios mayores a cargo de los que pagan impuestos, de las rentas altas y de las medias y bajas que pagan religiosamente sus tributos municipales.
¿De qué tipo de Banc Expropiat hablamos? ¿De la antigua sede de una caja hundida por las preferentes y la burbuja inmobiliaria que continua teniendo propietario? De okupación subvencionada pura y dura, hablamos
He ahí otra rendija, la de la gestión “progresista” mal entendida de los conflictos sociales, por donde se cuela o mejor dicho se reproduce la bestia. Y he ahí otro ejemplo que remite a la paradójica naturaleza de la excepción de que hablábamos. Quizás no hay fascistas de “derechas” o “izquierdas” en los parlamentos del Estado español porque no hace falta. A los legionarios, y a los otros, las victorias se las seguimos sirviendo en bandeja.