El problema de Europa es la falta de fe de los propios europeístas en construir una unión política. Existe interés en asegurar la potencia de un mercado único, pero ni los franceses quieren dejar de ser franceses, ni los alemanes, alemanes. Algunos españoles, no todos y no solo catalanes, sí quieren dejar de motivados por sus tragedias históricas, pero son la excepción.
Hace unos años, Martin Schulz, socialdemócrata alemán, que fue presidente del Parlamento Europeo y pasaba por ser un europeísta entusiasta, declaró ante un grupo de periodistas catalanes que era un firme partidario de los “Estados Unidos de Europa” y encontraba interesante que Catalunya quisiera ser, como decía Artur Mas, “la Massachusetts de Europa”, pero a continuación añadió: “Ahora bien, Alemania no será nunca como California”.
Ningún Estado está dispuesto a ceder no solo la soberanía, ni siquiera la política exterior, como se ha demostrado con la ausencia de una posición común respecto a la guerra en Oriente Medio o con las diferencias estratégicas de Alemania y Francia en la guerra de Ucrania. Si añadimos la competencia china y el protagonismo ruso, que han desplazado el centro de poder planetario, Europa da la impresión de resignarse a mantener un papel subalterno respecto a Estados Unidos. Y ahora, además, compartiendo los gastos militares, que se han disparado escandalosa y peligrosamente.
La extrema derecha no resolverá ningún problema y aumentará varios. Así que los que están preocupados por el futuro de sus hijos, tienen motivos suficientes para ir a votar, aunque el único incentivo sea evitar que ganen los otros
Los Estados Unidos de América han sido (hasta ahora) una historia de éxito, porque es una nación construida de la nada, con colonos e inmigrantes venidos de todas partes y con unos territorios parcelados casi arbitrariamente. Salvo los indígenas —y por eso se les cargaron—, nadie tenía ningún interés en defender ninguna otra identidad que la propiamente americana. Tuvieron una guerra civil, que era un conflicto de intereses superado por la convicción de que la unión haría la fuerza. Era la apuesta ganadora y siempre ha salido a cuenta ser ciudadano americano.
Después de matarse en varias guerras, los europeos tomaron el ejemplo de los Estados Unidos e intentaron forjar un ideal europeísta, con la diferencia de que Europa es una diversidad de naciones milenarias, de culturas, de lenguas y de identidades que se niegan a desaparecer y como estamos viendo, fácilmente excitables. El 4 de julio en los Estados Unidos todo el mundo celebra el día de la independencia luciendo una prenda con los colores de la bandera y aplaudiendo los fuegos artificiales (aunque algunos disparan a matar con fuego nada artificial), mientras que en Europa, el 9 de mayo, aniversario de la Declaración Schuman, solo es festivo laboral en Luxemburgo, y las celebraciones no pasan de ser ceremonias oficiales con mucho boato y ningún interés popular.
Sin embargo, es indiscutible que ser europeo ha sido (hasta ahora) un privilegio que no estaba al alcance de la inmensa mayoría de ciudadanos del planeta. Europa ha sido sin duda campeona en derechos y libertades, progreso económico y bienestar social. De hecho, todo el mundo ha querido ingresar en el club y quien se ha ido, como los británicos, vaya si se han arrepentido.
Pero ahora resulta que tanta gente está cabreada con Europa, y no sin razón. Las desigualdades se han disparado, los hijos son más pobres que los padres y las perspectivas no son de ir a mejor. Los partidos del establishment gritan asustados porque los partidos más nacionalistas, más autoritarios y más antieuropeos parece que pueden obtener hoy un resultado espectacular. Hay para asustarse, oyendo algunos discursos, y es para ponerse a temblar, recordando de lo que son capaces, pero ¿qué han hecho los que ahora se asustan y procuran asustarnos para evitarlo?
Esta vez, los escaños soberanistas no están asegurados y sin eurodiputados que ejerzan como tales, la causa catalana desaparecería de las agendas
La UE está gobernada por una coalición de Populares, Socialistas y Liberales. Comparemos la batalla campal que PP y PSOE libran en España con la cohabitación que practican sus homólogos en Bruselas. Si es verdad que en Bruselas se decide lo que de verdad determina nuestras vidas, las peleas domésticas parecen una tomadura de pelo. Si nos fijamos en los resultados de esta coalición, la derecha es quien acaba llevando a cabo su agenda política. Valga el ejemplo de la revuelta campesina. Han llegado a la conclusión de que Europa no les sale a cuenta. En otro ámbito, se han endurecido las políticas de inmigración. La derecha y la extrema derecha compiten para ver quién es más xenófobo y la izquierda o calla u otorga.
La derecha convencional no tiene inconveniente en ceder a la izquierda la batalla cultural, la del feminismo y la de los derechos de las minorías lgtbi+, precisamente el gran argumento de la extrema derecha ante una clase media, que mayoritariamente se siente desatendida y le cuesta entender que, de repente, los adolescentes tengan tantas facilidades para un cambio de sexo pagado por la sanidad pública.
Si las izquierdas europeas no ofrecen a la gente que se siente maltratada ninguna perspectiva de cambio, especialmente en su situación económica y sobre todo en la de sus hijos, la bandera del cambio, siempre electoralmente muy rentable, sobre todo entre los jóvenes, se la apropia la extrema derecha. Y no, la extrema derecha no resolverá ningún problema y aumentará muchos. Así que los que están preocupados por el futuro de sus hijos, tienen motivos suficientes para ir a votar, aunque el único incentivo sea evitar que ganen los otros.
En Catalunya, la opción está más clara. Es ser o no. Esta vez, va del canto de un duro que Toni Comín, Diana Riba y Tomàs Molina consigan escaño. No están asegurados y sin eurodiputados soberanistas dispuestos a ejercer como tales, la causa catalana desaparecería definitivamente de las agendas, porque también en Europa, quien no parece, perece, o como dice el refrán catalán, “en la mesa de Bernardo, quien no está, no se cuenta”. Y los otros sí van a estar.