Si un político nacionalista consiguiera generar hoy el nivel de consenso que Jordi Pujol logró en los años setenta y ochenta del siglo pasado, tendríamos muchas más posibilidades de salir enteros de la tormenta que se acerca. No creo que, durante la Transición, Pujol pensara que la independencia era imposible, sino más bien que él no la vería. Para plantearte la independencia tienes que poder poner el país en piloto automático, como se pudo poner, con un precio que ahora pagamos, durante los años del Tripartito, cuando la clase media era fuerte, los convergentes idolatraban a Javier Cercas y La Vanguardia solo salía en castellano.
El significado de las ideas y los discursos es dinámico, y varía en función de las situaciones y del contexto histórico. Hubo un tiempo, por ejemplo, para intentar expulsar a los partidos procesistas del poder y para intentar jubilar a Oriol Junqueras y a Carles Puigdemont. Ahora los partidos procesistas están deshechos y se comen los mocos en la oposición, desconectados del mundo y del país. Pero Junqueras y Puigdemont han sobrevivido y representan la única continuidad simbólica con el 1 de octubre. Por más que pese al Grupo Godó, o a los disidentes que quieren sus cabezas sin haber articulado una alternativa, parece que todavía tienen margen para buscar la redención —con el peligro que esto también va a comportar para ellos—.
Yo no creo que la filosofía de los próximos años tenga que ser evitar colaborar con la autonomía, como ha dicho Abel Cutillas en la entrevista que le hizo Víctor Puig en su canal de YouTube. Yo creo que la filosofía de los próximos años tiene que ser, precisamente, colaborar con todo el mundo en lo que se pueda hasta allá donde se pueda. Probablemente Cutillas quiere decir lo mismo, pero lo expresa diferente. El problema, en los próximos años, ya no será militar en Junts o militar en ERC, escribir en El País o salir en TV3; el problema ni siquiera será pactar con el PSC. La dificultad de los próximos años será saber qué tendencias alimentas porque todo está en ruinas y se puede trabajar desde todas partes hacia todas las direcciones.
Como dice Abel Cutillas, el país se encuentra en un estado de lucidez extrema, y las trincheras ya no protegen ni cuentan nada. Todo el mundo ha tenido tiempo de medir sus fuerzas y nadie se puede esconder detrás las confusiones, y las excusas ideológicas, que nos han ensuciado los últimos años. El peligro de ver las cosas tal y como son, por supuesto, es que da rabia y es fácil desmoralizarse y estirar más el brazo que la manga por pura obstinación, como pasó hace un siglo durante la República. Mientras escribo este artículo, por ejemplo, leo que Junts quiere retirar su apoyo a Pedro Sánchez, justamente ahora que el presidente del Estado está asediado por los jueces españoles como si fuera separatista.
El objetivo de los partidos de obediencia catalana tendría que ser no tanto buscar el poder autonómico como renovar sus estructuras y fortalecer la sociedad civil
Guste o no, el PSC es el único partido que puede reformar, ampliar, refundar y gobernar la autonomía, porque es el único partido que cree en ella de verdad, de manera natural y genuina. Mientras los socialistas intentan arreglar España, el objetivo de los partidos de obediencia catalana debería ser no tanto buscar el poder autonómico como renovar sus bases y fortalecer la sociedad civil. A veces parece que Jordi Graupera lo ha intuido, y que intenta picar piedra en la base del país con sus amigos de Alhora; otras, la capa de separatista que se puso durante el procés se le enreda entre las piernas y lo hace tropezar de forma ridícula.
A su vez, Puigdemont y Junqueras tienen una tendencia natural pero peligrosa a querer vivir de un relato que ya no se cree nadie, y que España ya no tiene capacidad para ayudarles a seguir exprimiendo. Es difícil crear una épica sobre el país cuando el 1 de octubre se hizo sobre los valores y las reminiscencias del siglo XX, y todavía no sabemos cómo demonios será el mundo que viene. La gestión de los socialistas nos da la oportunidad de actualizarnos y de cambiar nuestra manera de mirar el mundo y las cosas que miramos, sin la presión de tener que mantener unas instituciones caducas y a la vez trabajar para reconstruir el país.
Más vale, pues, que aprovechemos el tiempo para fortalecernos internamente, porque Pedro Sánchez no va a durar para siempre y los experimentos del PSC no creo que den mucho fruto, ni siquiera en el mejor de los casos. Por desgracia, el relato del antifranquismo es el único que no está superado en España, y esto siempre dará una ventaja decadente a los socialistas. Como supervivientes de una clase política que ha fracasado, es difícil que Junqueras o Puigdemont consigan ser algo más que unos líderes provisionales, de transición, pero creo que se han ganado, ni que sea por comparación, la oportunidad de demostrar que todavía no han acabado de jugar todas sus cartas.
Junto con Antoni Castellà, que es el hombre fuerte de Puigdemont, Junqueras es el dirigente que tiene una idea más profunda del país, y de su tradición política. Ahora que la historia vuelve, está bien que haya políticos que cuando miren al pasado vean algo. El detalle que no se ve todavía es que si CiU resucitara con un Pujol al frente no solo no sería el partido que se imagina La Vanguardia, sino que, además, todos los dirigentes que he mencionado acabarían compartiéndolo con Sílvia Orriols. Quiero decir que, de una manera u otra, tarde o temprano acabaremos viajando todos dentro del mismo barco. Y más vale que el barco tenga consistencia y cierta relación con la verdad.
Lo digo yo que, por ahora, no veo en qué momento encontraré motivos para volver a votar.