Esquerra Republicana de Catalunya es un partido de tradición asamblearia, con bases militantes tan exigentes que suelen descabalgar a su líder cada cierto tiempo. Es lo que ha ocurrido con todos sus presidentes o secretarios generales desde la Transición. Ahora se repite la historia de lo que ocurrió con Joan Hortalà, Àngel Colom, Josep Lluís Carod-Rovira, Joan Puigcercós y ahora pasará con Oriol Junqueras. En todos los partidos hay cambio de liderazgo de vez en cuando, pero en Esquerra Republicana siempre viene precedido de una rebelión de los militantes capitalizada o instigada por los nuevos aspirantes.

El manifiesto titulado "Reactivem l’Esquerra Nacional" reclamando tácitamente que Oriol Junqueras baje del escenario, inspirado por la secretaria general, Marta Rovira, lo firman altos cargos del partido y del Govern. Son personas que han hecho carrera bajo el liderazgo de Oriol Junqueras en los años en los que ERC ha gozado de mayor poder y mejores resultados electorales. Es, por tanto, lo que se conoce como una revolución de palacio, protagonizada por quienes han ejecutado las directrices políticas del presidente del partido. Ciertamente, la evolución de ERC en el último ciclo electoral ha sido tan negativa que requería un golpe de timón, y los que remaban han decidido que, para salvarse ellos, tienen que cargarse al timonel, como en El motín del Bounty.

A menudo el movimiento de las bases republicanas es incontrolable incluso para quienes las han instigado, y este es el gran enigma de lo que puede ocurrir en Esquerra Republicana y, de rebote, en Catalunya y España en los próximos años

Cargar todas las culpas al presidente del partido y relevarle tiene la ventaja de escenificar un cambio muy visible. Da la impresión de cambio de etapa y puede contribuir a recuperar a los partidarios decepcionados que se habían perdido por el camino. Es posible que a Oriol Junqueras le atribuyan la responsabilidad de haber propiciado la imagen de sumisión de ERC al PSOE a cambio de los indultos, pero con el paso del tiempo y con las informaciones conocidas, Junqueras arrastraba el recuerdo de las 155 monedas de plata, lo que impidió convocar elecciones, llevó al país al desastre y abrió una herida en el movimiento independentista —personalizada por Puigdemont y Junqueras—, que ha sido la principal causa del bloqueo político e institucional de los últimos años, y, sobre todo, de desgobierno y descrédito de la causa soberanista.

Que nada podía seguir igual se ha puesto de manifiesto después de anunciarse que ERC se incorporaría al gobierno de la ciudad de Barcelona en apoyo del alcalde socialista Jaume Collboni. El pacto con los socialistas estaba prácticamente cerrado, por eso Ernest Maragall, que estaba en contra, abandonó el Consistorio. Se anuncia el acuerdo inmediatamente después de las elecciones europeas y las bases se movilizan tanto que la dirección se asusta y cancela un congreso no por falta de aforo, sino para evitar la derrota. A menudo el movimiento de las bases resulta incontrolable incluso para quienes las han instigado, y este es el gran enigma de lo que puede pasar en Esquerra Republicana y, de rebote, en Catalunya y España en los próximos años.

Quizás los cambios de liderazgos contribuyan a abrir una etapa de complicidad y colaboración de las fuerzas soberanistas, y eso, evidentemente, también interpela a Junts per Catalunya, que inevitablemente está obligado a mover ficha

Si Esquerra Republicana fuera un partido convencional con estricta vocación de poder, tal y como quería convertirlo Junqueras, la opción de ERC sería clarísima. Teniendo la llave de los gobiernos de España, de Catalunya y de Barcelona, sacaría todo lo posible de esta posición de dominio. Podría controlar medio gobierno catalán, medio Ayuntamiento de Barcelona y lograr contrapartidas significativas (aunque no estructurales) del gobierno español. Esto es lo que quería Junqueras y ha escrito con claridad diáfana su lugarteniente Carles Mundó. Aplicando la teoría Andreotti —el poder desgasta al que no lo tiene— ERC aguantaría cuatro años las críticas, pero bien ubicada, con mucha gente colocada. 'Dame pan y llámame tonto' o 'barriga llena no tiene pena', recuerda el refranero. Mientras, Junts per Catalunya permanecería en la oposición, sumido en un lamento constante, silenciado sistemáticamente por los medios, y la conclusión del procés sería Salvador Illa como president. Esto es lo que haría, por ejemplo, un partido que priorice el poder como la antigua Convergència, siempre obediente al líder, pero Esquerra Republicana no es como Convergència, a pesar de los repetidos intentos por reconvertirla de algunos de sus dirigentes, porque las bases militantes no han querido y de vez en cuando dicen basta. Forma parte del ADN ideológico y la componente sociológica del partido, también muy diferente a lo que era CiU.

Obsérvese que los primeros que se han pronunciado contra el pacto con el PSC para hacer president a Salvador Illa han sido la sección local de Lleida y las juventudes. Es muy compartida la convicción de que ERC ha salido perjudicada de sus pactos con los socialistas y de que reincidir para cederles la presidencia tendría efectos letales para el partido. Argumentos estadísticos no le faltan. Tras el tripartito, con Montilla de president, ERC pasó a ser la quinta fuerza en el Parlament, detrás de Iniciativa per Catalunya, con solo 10 diputados, el resultado que propició el relevo de Puigcercós por Junqueras. Además, si, como está previsto, la amnistía se atasca y la represión se mantiene, sería más difícil argumentar a las bases la conveniencia del apoyo a los socialistas.

El plan de Puigdemont es de sobras conocido: forzar nuevas elecciones y asegurar una mayoría independentista con la reedición de Junts pel Sí. Hay quien asegura que el 130.º president está dispuesto a ceder a ERC todo lo que le pida. En su caso, incluso la presidencia, una vez culminada la restitución.

Y llegamos a la gran cuestión. Si ERC no apoya a Salvador Illa, la alternativa son nuevas elecciones y ya ha comenzado el bombardeo político y mediático presentando la repetición electoral como una catástrofe nacional, de la que los republicanos serían los principales responsables y los principales perjudicados. Incluso ya se han encargado encuestas bien pensadas para disuadir a ERC de forzar nuevas elecciones. Así que una interpretación superficial de la situación señala, a priori, que ERC saldrá muy perjudicada como partido haga lo que haga, y son afirmaciones nada contrastadas e interesadas tanto unas como otras. El partido está bien representado en el territorio, tiene a favor un desplazamiento de la sociedad catalana y especialmente del ámbito soberanista hacia la izquierda. Contrariamente a lo que suele decirse, ERC, con 20 diputados, ha tocado fondo, ya no bajará más, solo puede crecer.

La asignatura pendiente de ERC y del conjunto del mundo soberanista es la definición de un nuevo proyecto político que, sin renuncias, pero tampoco con fantasías inverosímiles, demuestre su utilidad también para la gestión cotidiana, pero sobre todo para afrontar con el coraje necesario los grandes retos del país que han quedado tanto tiempo parados, las infraestructuras, la transición energética, la gestión del agua, el acceso de las nuevas generaciones a una vivienda asequible y las inversiones y reformas necesarias en ámbitos como la educación y la sanidad para recuperar los niveles de calidad. Obviamente, esto no puede hacerlo ERC sola y quizás los cambios de liderazgos contribuyan a abrir una etapa de complicidad y colaboración de las fuerzas soberanistas, y eso, evidentemente, también interpela a Junts per Catalunya, que inevitablemente tendrá que mover ficha. El plan de Puigdemont es de sobras conocido: forzar nuevas elecciones y asegurar una mayoría independentista con la reedición de Junts pel Sí, es decir, una candidatura conjunta de JXCat y ERC. Hay quien asegura que, sin Junqueras como interlocutor, el 130.º president está dispuesto a ceder a ERC todo lo que le pida. En su caso, incluso la presidencia, una vez culminada la restitución.