La virtud más admirable de la prensa española es la capacidad que tiene para sincronizarse con la política cuando, por el motivo que sea, algún agente pone la maquinaria del Estado en peligro. La vieja filosofía de Randolph Hearst, “tú haz los dibujos que yo ya te organizo la guerra”, funciona en todas partes del mundo. En España, pero, resuena con un populismo especialmente primitivo y decimonónico.
La pervivencia de la censura militar hasta hace poco más de 40 años, tiene poco peso en comparación con la influencia que el conflicto nacional ejerce sobre el periodismo del país y la evolución misma de la prensa. Quizás algún día los académicos estudiarán hasta qué punto la nación catalana distorsiona y corrompe los discursos que se publican en los papeles de Madrid y Barcelona. Según cómo vayan las cosas lo tendrán que hacer los académicos extranjeros.
La inconsistencia del Estado, que siempre acaba al límite del colapso, no ayuda a los diarios a elaborar un ideal de ciudadano equilibrado y culto, que conecte de una forma matizada con la historia y las corrientes modernas de pensamiento. Los fantasmas y la represión dan tanta fuerza a los prejuicios que la mayoría de plumíferos acaban subsumidos por las presiones del poder o por las nubes tóxicas que fabrica la propaganda.
La corrupción orgánica que la cultura catalana produce en el cuerpo español fabrica fenómenos misteriosos, a priori más difíciles de explicar que los agujeros negros. Sin el pacto que los comunistas y los franquistas hicieron en la Transición, por ejemplo, es difícil de entender que un diario como La Directa se haya sumado de manera tan coordinada a la campaña contra Jordi Graupera, emprendida por Ok Diario y Vozpópuli.
Es normal que el españolismo intente hacer pasar a Graupera por un xenófobo porque sin la xenofobia el Estado español no existiría. Desde que Nin fue delatado por el PSUC o el presidente de la diputación de Valencia calificó de nazi a Joan Fuster, nada nos tiene que sorprender. Otra cosa es que la izquierda del 1 de octubre se sume a la fiesta ahora que la CUP empieza a hablar de romper con el régimen del 78, para no hablar tanto de independencia.
Como que el periodista de La Directa cita mi libro sobre Josep Pla, debe estar al corriente del papel que el españolismo jugó a la hora de identificar al escritor ampurdanés con el fascismo de la Action Française. También debe saber que mis elogios a Leon Daudet han sido siempre de cariz literario, y que la historia política de Charles Maurras no se puede desvincular de su occitanismo primigenio ni de la rendición de Frederic Mistral al centralismo genocida de París.
Igual que los diarios españoles, el periodista de La Directa intenta situar el entorno de Graupera en la órbita de Quim Torra, a pesar de saber que Dedéu y yo mismo fuimos los primeros que lo atacamos cuando la CUP facilitó su investidura. Tampoco hay que leer mucho para darse cuenta que el contenido de mi Londres - París - Barcelona tiene poco que ver con el prólogo que le estampó Xavier Trias en un acto vil de chaperismo, que ya viví con el libro de Pla.
También debe de ser lógico olvidar que Graupera, Dedéu y yo mismo hemos pedido el voto para partidos de izquierda. Tampoco me extraña la fijación de pintarnos como unos cachorros de Prenafeta, cuando la fundación Maragall ha recibido montañas de dinero de Colau y Trías sin que nadie rechiste. El puritanismo del artículo me recuerda a esos provenzales que se tapaban los ojos cuando veían un desnudo de Arístides Maillol ―que, por cierto, tendría su fundación en Barcelona, si no fuera por el españolismo del Maragall olímpico.
Ya entiendo que Graupera es el único candidato que puede evitar o subvertir el pacto de Maragall y Colau en el Ayuntamiento de Barcelona. Ya entiendo que el sistema intenta fundir las bases de ERC y las de Ada Colau para reconducir la política catalana hacia los debates del siglo XX entre la derecha y la izquierda. Si Maragall y Colau no pueden pactar, Iceta no podrá ser presidente del Senado y el mundo convergente quedará a merced del discurso de Graupera, que siempre ha entendido de dónde venia la fuerza del referéndum.
España intenta hacer virar a ERC y a los partidos de CiU de forma que Pedro Sánchez pueda ofrecer un nuevo estatuto sin parecer idiota y Graupera va por Barcelona recordando a los catalanes que ya nos han jodido demasiadas veces. No es casualidad que Ada Colau se autocalifique de alcaldesa traviesa en su último vídeo de promoción. La activista que tenía que cambiar el mundo con el permiso de los bancos que perdonaron la deuda a Iniciativa, ha renunciado a todo, igual que los procesistas. La prioridad es que los chicos del puente aéreo puedan pactar con Madrid.
George Orwell ya dijo que no había visto nunca un lugar del mundo donde la propaganda subvirtiera tanto la realidad, como Catalunya. El escritor se encontró que las cosas se explicaban no como habían pasado sino como se suponía que tenían que haber pasado. Como en otras crisis, la única manera que el Estado tiene de controlar el país es que la superstición y el sectarismo continúen dominando el pensamiento, pero a veces basta con una chispa para descongelar el alma de una sociedad sometida, y volver a levantarla.
Ya se ha empezado a ver en la Cambra de Comerç. Quizás la chispa llegará también a La Directa y el periódico se va a volver más exigente, por ejemplo, con los pagafantas de Borja de Riquer ―uno de los comunistas más bien relacionados con el franquismo.