Como pasa a menudo en el circo mediático, los aspectos más interesantes de la pelea de gallos que hay sobre Gibraltar hace falta ir a buscarlos en los implícitos y los argumentos de fondo de los dos lados. No hace falta decir que el discurso británico es más perverso que el español. El enfoque de la prensa del Estado hace pensar en los platillos tristes y destartalados de la guerra de Cuba.
Ni el artículo de Lord Tebbit en The Telegraph ni las declaraciones de los ministros de Theresa May son fruto de un sofoco identitario, como pretenden los diarios y los políticos españoles. Sencillamente, Gran Bretaña vuelve a utilizar otra vez la libertad de Catalunya para asegurar sus intereses geopolíticos, mientras que España toca los timbales africanistas para dar guerra y recoger alguna limosna que la salve en medio de la decadencia y la derrota.
La palabra que flota en el trasfondo de todas las declaraciones británicas sobre Gibraltar es votar. Incluso las más patrioteras y militaristas hacen referencia a la necesidad de proteger, a cualquier coste, la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas. Es significativo que ni siquiera La Vanguardia o El Periódico hayan hecho mención de este matiz tan importante en las informaciones de los últimos días.
Londres intenta aprovechar el Brexit para recuperar la posición de ventaja que tuvo dentro de Europa desde la Guerra de Sucesión hasta la caída del Muro de Berlín. No creo que May haya dejado Gibraltar al margen de las primeras negociaciones del Brexit por error, como titulaba La Vanguardia. Londres trata de aprovechar el voto de los ciudadanos de Gibraltar contrarios a la anexión a España, pero también a la salida de la UE, para mantener un pie en el mercado comunitario en nombre del principio democrático.
En el artículo de Lord Tebbit se entiende perfectamente que la única diferencia entre Gibraltar y Catalunya es que la nación catalana no ha votado todavía su permanencia en España. El exministro de Margaret Thatcher no se molesta en disimular que Catalunya es un país ocupado, fruto de un pacto entre británicos y españoles en el tratado de Utrecht de 1713. De hecho, incluso se permite elogios cínicos a los catalanes, que recuerdan los equilibrios internacionales que, durante 300 años, mantuvieron España en el oscurantismo.
Advirtiendo que Londres puede llevar el caso catalán a la ONU si Madrid insiste en el tema de Gibraltar, Tebbit reconoce que a cambio de ocupar y destruir Catalunya, los españoles cedieron un trozo del territorio nacional a los ingleses. El político británico argumenta que el Consejo Europeo no puede obligar a Gran Bretaña a negociar la soberanía de Gibraltar sin revisar el Tratado de Utrecht, que dejó a los catalanes solos ante la rapacidad de las coronas de Francia y España.
Ahora falta que Barcelona ponga en evidencia hasta qué punto británicos y españoles están en falso. Si Londres quiere sustentar la soberanía sobre Gibraltar en el derecho a la autodeterminación tendría que defender el mismo principio en Catalunya. El argumento que Gibraltar quedaría fuera de la jurisdicción británica si se quedara en Europa, puede acabar partiendo el continente entre dos concepciones de la autoridad tan opuestas como las que enfrentó las capitales cortesanas y parlamentarias en los siglos XVII y XVIII.
Evidentemente detrás de todos los grandes discursos sobre la democracia -tanto los burocráticos como los autodeterministas- lo que hay son intereses militares. Gibraltar es un enclave geoestratégico de primer orden para el control del Mediterráneo. Si la cuestión no se resuelve por una vía civilizada la unidad de Europa difícilmente será viable. Como muy bien decía el historiador Norman Davis, y ya denunciaron en su momento algunos humanistas, Utrecht acabó con la posibilidad de una Europa inspirada en el comercio y la cultura. Estaría bien no volver a repetir la misma historia.