Joan B. Culla me cita a las nueve y media de la mañana en la pastelería Mauri y, cuando llego -con 10 minutos de retraso-, ya me lo encuentro sentado leyendo el diario con el zumo de naranja sobre la mesa. Lleva un pullover de color violeta juvenil, que hace conjunto con la camisa y la corbata y resalta su aire de estudiante eterno conservado por el formol de la disciplina y la curiosidad.
Culla firmó el primer contrato universitario ahora hará 40 años, en septiembre de 1977. Siempre me ha parecido que sus virtudes se habrían desarrollado mejor si, dentro del gremio, hubiera encontrado más competencia. Ya sé que es grotesco, pero su formalidad a veces me recuerda, por contraste, los impactantes pelos de los sobacos de las chicas que había en la Facultad de Historia y el mal gusto de los profesores que tuve, cuándo estudiaba.
Con menos comunismo y más respeto por el estilo y la belleza, el debate historiográfico habría alcanzado cimas más elevadas y Culla no habría quedado tan solo y tan sobredimensionado, y también tan vulnerable a la caricatura -un poco cómo le pasó a Josep Pla en la literatura catalana, por motivos más justificables. Culla ha sido uno de los pocos historiadores locales que he podido leer y uno de los columnistas del país más influyentes de las últimas décadas.
La primera persona que le dijo que escribía bien fue Josep Termes, su director de tesis. "De entrada –explica– me dejó claro que la tesis era cosa mía, posición que me pareció perfecta porque la tesis es un proceso de autoaprendizaje. Quedábamos en el Ateneo cada tres meses y, cuando se leyó los 100 primeros folios, recuerdo que, en vez de ir directamente al contenido, empezó preguntando, sorprendido, dónde había aprendido a escribir tan bien. Eso, claro, también me sorprendió a mí".
Quizás porque tenía la viveza de las personas inteligentes de extracción baja, Termes era un buen creador de ideas en bruto y enseguida vio que, en este país, tomarse el trabajo demasiado a pecho no sólo no lo ayudaría sino que le iría en contra; sabía bien qué preguntaba. En la Facultad de Historia, yo mismo llegué a entregar trabajos con páginas enteras sin ningún párrafo. Si no hubiera sido por el periodismo todavía escribiría como un animal.
–Podría ser –le pregunto– que el poco interés que los historiadores han tenido por la prosa tenga que ver con el miedo a que hace el pasado desde la Guerra Civil? ¿Quiero decir que, como mejor escribes, más definido queda el pensamiento y más problemas tienes, verdad?
–Es verdad que si escribes de forma confusa el pensamiento queda disuelto en una oscuridad amorfa. Pero también se podría plantear al revés: cuando sabes qué quieres decir la prosa sale clara. Yo siempre he escrito lo que he pensado.
Culla hizo la tesis sobre el Lerrouxismo. Entonces la tesis no era un "trámite burocrático", sino una "empresa intelectual". No había penalizaciones por incumplir plazos, y le llevó siete u ocho años de trabajo. "Cada caso concreto pide un tiempo de preparación y de cocción y, cuando una tesis es buena, nadie pregunta cuántos años ha costado acabarla".
Culla está "furiosamente" en contra de las tesis cortas. Una tesis de menos de 400 páginas, me dice removiéndose en la silla, no es una tesis. Recuerda que algún compañero le dijo que había sido bobo de no aprovechar las 150 páginas de la tesina para acabar el doctorado más rápido. Pero dice que ahora la burocratización de la universidad empieza a angustiarlo porque hace del pragmatismo casi una necesidad.
"Con la pérdida de las asignaturas anuales, que te permitían evaluar a los estudiantes con tres exámenes y un par de trabajos, todo se ha degradado. Si ahora sacara de las carpetas que tengo en casa, bien guardadas, los exámenes de hace treinta años la mayoría de mis alumnos suspenderían". A veces los estudiantes se le quejan de la densidad de la materia; él los mira de reojo y les recomienda que vayan a ver a sus amigos de ciencias y pregunten qué temarios tienen que aprender.
–Por qué damos por descontado que las humanidades tienen que ser más facilitas? ¿Nadie no se ha planteado resolverlo?
–Se habla entre los profesores. Pero no recuerdo ningún equipo de decanato que lo haya intentado solucionar.
Culla es muy trabajador y organizado. Cuando coincidíamos en las tertulias me explicó que, desde hace 20 o 30 años, lleva un dietario político, hazaña de hormiguilla que sólo podemos admirar las personas que hemos procurado ser tenaces. No tiene Twitter y hasta hace dos años ni siquiera tenía Whatsapp en el teléfono. Como me dice que trabaja el 80 por ciento de los fines de semana, le pregunto, recordando un día que vino su señora a recogerlo a la radio y me contó que tenían un conejo en casa.
–Y tu mujer no protesta?
–Como me casé a los 37 años sabía cómo funciono. Me gusta mucho el trabajo que hago, me gusta trabajar.
Hasta ahora Culla ha publicado una docena larga de libros –volúmenes colectivos aparte. El último, El Tsunami, analiza los orígenes de la sacudida que ha sufrido el sistema de partidos catalán. Culla tiene una concepción del conocimiento muy materialista, que no da el más mínimo valor a la imaginación, tan estimada en la tradición inglesa. Eso hace que su discurso tienda a favorecer unas determinadas dinámicas políticas y que, finalmente, todo le parezca siempre "un poco más complejo".
Según su libro, el origen de la crisis política catalana y española no se debe ir a buscar sólo en el proceso independentista. Habla de la crisis económica, de la corrupción y de "la fatiga de materiales del sistema de partidos." Aun así, reconoce que todos los descalabros que ha sufrido el Estado han tenido como epicentro Barcelona, "incluida la dictadura de Primo de Rivera".
Una cosa que no me encaja es que diga que el independentismo ha sido minoritario hasta hace cuatro días, pero más tarde añada: "Después del 14 de abril, Alfonso XIII se fue porque en Madrid le dijeron: o te marchas tú o se marcha Catalunya". Otra cosa que me llama la atención es que insista en que la autodeterminación no era un tema central en los años 30.
Ahora encuentro un artículo de Sàpiens que explica: "El articulado del Estatuto de Núria era ambicioso y defendía 'el derecho que tiene Catalunya, como pueblo, a la autodeterminación'". Buscando en Google veo que el texto entre comillas pertenece al preámbulo recortado por las cortes españolas. En el pdf que he enlazado se ven los artículos suprimidos, como el número dos que dice que "el poder de Catalunya emana del pueblo y lo representa la Generalitat", o el cuatro, que habla "de agregar territorios" por "plebiscito".
Este detalle me recuerda que las interpretaciones literales de la historia pueden caer en los mismos presentismos que las imaginativas, sobre todo en un país que tiene los papeles tan dispersados. Y también que el conocimiento consiste en descartar datos, porque buscar muchas razones a menudo es una excusa para no afrontar la principal (que de choses il faut ignorer pour agir, escribió Paul Valéry).
Me habría gustado mucho discutir estos temas con Culla, pero como nos interrumpe a un señor con un casco que se lo tiene que llevar en moto no sé donde, mientras recogemos le hago la última pregunta.
–En todo caso, por primera vez está la posibilidad de resolver el conflicto con España por vía democrática, verdad?
–Todavía está por ver –dice poniendo aquella cara de los catalanes nacidos en tiempo de Franco que recita: "ya sabes que los españoles son unos bestias"–. Si se produce una derrota democrática de los partidos independentistas –añade– será la primera vez que una crisis de Estado con Catalunya no se resuelve a bofetada limpia.
–Y si gana el independentismo?
–La crisis española será tan honda que ríete del trauma del 98.
Los traumas –pienso, mientras pago– a menudo son el fruto de prejuicios que piden una revisión a gritos. La cuestión, claro, es que no siempre hay bastante fuerza, y que la fuerza es la esencia de la realidad –aunque no nos guste reconocerlo, porque resulta un poco perturbador.