Los dirigentes de ERC obtuvieron ayer la victoria más triste y más envenenada de la historia de la democracia española. Ni el PSOE de los GAL, que utilizaba la imagen de los dóbermans para contener al PP con los fantasmas del franquismo, tuvo que caer tan bajo para poder sobrevivir en la lucha por el poder contra los aparatos fascistoides del Estado. 

A partir de ahora, como ya le pasó al PSOE en los 90, si ERC no juega bien sus cartas, no hará otra cosa que bajar. En política no hay nada más peligroso que obtener una victoria y no poderla concretar de ninguna forma. Como decía Sergi Sol, el independentismo ha obtenido un éxito esplendoroso en una situación complicadísima. Ha ganado a pesar de que sus partidos han perdido 450.000 votos respecto del 21-D. 

La Vanguardia no había estado nunca tan contenta de una victoria del independentismo, pero ERC deja el PSOE en una situación que recuerda la de Mas en las elecciones de 2012. La mañana siguiente de aquellas elecciones, Enric Juliana escribió: "Gana España". Ahora se puede escribir: Gana Catalunya. El hecho de que Junqueras haya vencido en las urnas a sus carceleros trabajará más para la independencia que no para los presos políticos. 

La mayoría amplia que pedía Sánchez no será suficiente para gobernar de forma estable, ni mucho menos para dar margen a las comedias de ERC. Ciudadanos ha cedido Catalunya al PSC para poder crecer en España y hará lo que haga falta para encumbrar a su líder, Albert Rivera, a la presidencia. El batacazo de Pablo Casado y los resultados de Santiago Abascal, dejan a Rivera como único político con proyección de la derecha española.

El pacto de Sánchez con Pablo Iglesias tampoco parece muy practicable. Los podemitas se han presentado en Catalunya con Jaume Asens al frente, que se declara independentista y que participó en la organización de la defensa de los presos políticos y de los exiliados. El fracaso del Fronte Republicà deja campo abierto a las primarias para defender el mandato del 1 de octubre sin esteticismos ideológicos.

El 155 ha sido derrotado en Catalunya y, como dijo el periodista Pedro J. Ramírez, “los españoles han tenido más miedo de Vox que no del independentismo”. Contra lo que dicen muchos analistas, el mandato del 1 de octubre ha vuelto a ganar. Con la extrema derecha fracasada en Catalunya y en el País Vasco, solo faltan políticos que puedan aplicar el resultado después de una victoria electoral suficientemente clara.

España entrará en fase de tensión creciente entre los aparatos fascistoides del Estado y las bases de los partidos que legitiman los programas a las urnas. A medida que la democracia española se vacíe por arriba, la catalana tendrá la oportunidad de irse llenando de contenido desde la base. De momento, el independentismo aguanta el asalto del Estado en una democracia de espíritu cada día más franquista. 

Hace dos días el PP parecía imbatible y el establishment convergente hacía y deshacía en Catalunya en nombre de la unidad. Los políticos han perdido capacidad para capturar y definir el voto de los ciudadanos porque inmensa mayoría vota en clave patriótica, más que no partidista. La moderación que algunos diarios atribuyen a los votantes sirve para explicar los resultados del PSOE, pero no los resultados del independentismo, que se ha visto condicionado por la carencia de alternativas.

Las heridas que el 1 de octubre infringió a España están cada día más abiertas y son más difíciles de curar. La repentina impugnación de la lista de Puigdemont en las europeas es una prueba más que la victoria de ERC hará daño, sin que sus dirigentes ni siquiera puedan evitarlo. El proceso de descomposición de la democracia española en Catalunya tiene muchos números para continuar acelerándose. 

Hoy es Puigdemont pero mañana volverá a ser Junqueras. No hay nada, para liberar un país ocupado, como hacerle añorar la democracia que en realidad nunca ha tenido. Con el Front Republicà desactivado, las primarias tienen campo abierto para marcar la agenda. Si Puigdemont y el resto de dirigentes que ahora se lamentan se las hubieran tomado más seriamente, no estarían políticamente tan indefensos ante el sectarismo autoritario del Estado.