Si el PSOE indulta a los presos políticos, será para poder tener algún tema de debate con el PP en las próximas elecciones. La democracia se sostiene sobre las diferencias de criterio y, sin la excusa unificadora de ETA, las diferencias con Catalunya se han vuelto tan profundas que los partidos españoles parecen todos iguales.
La idea es que los catalanes sean el mono de feria de la nueva Transición, igual que los andaluces fueron la mascota del primer experimento. Si Andalucía barnizó la victoria póstuma de Franco de fiesta y de justicia social, ahora se trata de conseguir que Catalunya barnice la banalización de la democracia de libertad y de gestión.
La parte más monstruosa de la historia es que los partidos catalanes están perfectamente de acuerdo con esta hoja de ruta. Cuando Jordi Sànchez dice que si la Moncloa es valiente, los presos no fallarán, quiere decir que la Generalitat no volverá a permitir que se produzca un desbordamiento de libertad civil como el que llevó a las consultas de 2009.
El objetivo del Sánchez español y del Sànchez catalán, si es que se puede hacer esta diferencia, es restaurar la sociovergencia a través de la corrupción moral, sin canciones de Lluís Llach ni de Joan Manuel Serrat. En Catalunya, la gente ha pasado de dar por sentado que con terroristas no se negocia a ver como los partidos mayoritarios quedaban en manos de políticos que dirían lo que fuera para poder salir de la prisión.
Con la complicidad de los partidos catalanes, las oligarquías intentan socializar sus corruptelas y convertir a todo el mundo en un hijo de Caín
La situación es tan artificial que estoy seguro de que Salvador Sostres prefiere quedarse en el ABC que volver a La Vanguardia, donde empezó a escribir hace muchos años, cuando era joven y socialista. Dejando de lado a Jordi Amat, pronto no habrá nadie que tenga menos de 50 años que quiera escribir en el diario del Godó. Ahora que todo el mundo se vende por cuatro duros, el conde ha perdido una oportunidad de intentar cambiar a Pilar Rahola por Bernat Dedéu.
Con la complicidad de los partidos catalanes, las oligarquías intentan socializar sus corruptelas y convertir a todo el mundo en un hijo de Caín. Todo el mundo ve que esto no puede acabar bien, pero casi todo el mundo se encoge de hombros y vive en el mañana será otro día. Mi pregunta es cuánto tiempo van a aguantar los comederos y qué precio vamos a pagar por el drenaje de esperanza y de talento.
Hasta ahora, el confinamiento y el cierre de los mercados internacionales ha permitido especular con el tedio y contener la fuga de cerebros. Los partidos catalanes cuentan con que tendrán bastante dinero con el presupuesto público para controlar la situación, como hizo el PSOE en la Andalucía analfabeta y expoliada de los años setenta.
Es verdad que un ideal que no tiene una red de relaciones económicas y sociales es una locura, pero las ideas que necesitan subvencionar los elogios y las amistades tienen un futuro más bien cancerígeno. Los mercados van a dinamizarse tarde o temprano y, junto con los destrozos que ha hecho la pandemia, vamos a ver los espejismos que ha creado.
Como pasaba antes de las consultas, la mayoría de mis amigos que prosperan viven en el extranjero. Cuando el bichillo amarillo de Wuhan se extinga, veremos si el extranjero queda más lejos o más cerca. Y también qué taras irreversibles ha dejado la asfixia política del país, provocada por la represión española y por los partidos de la administración local.
Mientras tanto, Catalunya exporta cada día más fuera de España, Madrid acentúa el centralismo y, en el cielo, los ángeles se ríen ―como siempre que los hombres se creen que para poder disfrutar de las pequeñas cosas de la vida hay que perder la cabeza.