La resurrección de Joan Laporta me ha hecho pensar en estos platos de lentejas que te dan en la prisión para que no te mueras de hambre. Su victoria en can Barça me ha recordado a la llegada de Porcioles en el Ayuntamiento de Barcelona en el momento más gris del franquismo.
Porcioles era un independentista de la Lliga que prostituyó el patrimonio de la ciudad para intentar recuperarla de la ruina provocada por la dictadura. Laporta ha ganado las elecciones del Barça porque los brujos de la Transición quieren que haga con la herencia de Cruyff lo mismo que Porcioles hizo con el modernismo.
Cruyff no habría aceptado nunca participar en una campaña tan miedosa y mediocre como la de Laporta. La publicidad de su candidatura me hacía pensar cada mañana en un domingo de hace muchos años en que Salvador Sostres me presentó un libro en un pueblo del Maresme. Quim Torra se presentó medio dormido a la cita, con la marca del cojín todavía en las mejillas, y Sostres me dijo:
—¿Pero adónde quieres ir con esta gente?
Para apaciguar a Madrid y a sus hienas provinciales, Porcioles tuvo que llenar Barcelona de buñuelos y tirar más de la fuerza y la chavacanería que del genio. Pero Porcioles representaba una cierta novedad y un cierto relevo generacional. Además, su mundo se benefició de la oleada de recuperación económica que impulsó la Europa de su tiempo.
En un contexto de desertización, Laporta lo va a tener difícil para reanimar al Barça si rehuye el cuerpo a cuerpo. A diferencia de la política, el fútbol no sabe mentir. Si el Barça es más que un club es porque el fútbol no desprecia la grandeza ni perdona las excusas de mal pagador.
Laporta tuvo unos años brillantes porque intuyó la relación que Catalunya tenía con el genio de Cruyff y lo intentó llevar al Barça
El fútbol conecta con atavismos nacionales y con corrientes sociológicas emergentes. Cruyff sabía que tienes que mantener el control de la pelota, por ejemplo, porque era holandés y Holanda se hizo rica contra la presión de España, Francia e Inglaterra. En el fútbol la línea que separa el cielo y el infierno es muy fina, y no depende solo de las piernas de los jugadores.
Laporta tuvo unos años brillantes porque intuyó la relación que Catalunya tenía con el genio de Cruyff y lo intentó llevar al Barça. En su primera etapa de presidente fue encumbrado por el sentido de trascendencia que pide el fútbol, pero lo tumbaron las mismas dudas que han arruinado la reputación de Rosell y Bartomeu.
Para entenderlo, basta con ver la campaña de catalán cautivo que ha hecho para volver al club. En el fondo, el libertinaje que se le reprochaba era la expresión del abismo que se abrió bajo sus pies cuando el Barça empezó a inspirar al país.
Ahora, Laporta va a tener que desempatar consigo mismo. El régimen de Vichy intentará que su figura sirva para explicar que la independencia es imposible, igual que Porcioles sirvió para explicar que Barcelona no podría aspirar a ser como Viena o como París. El problema es que Laporta no puede liderar ningún relevo que rompa con el pasado, ni tiene la oposición en el exilio, ni un clima de prosperidad que le permita convertirse en el gestor de un gran comedero.
Si el nuevo presidente del Barça no saca el instinto y utiliza el fútbol de escudo para defender sus ideales, los mismos que ahora le han permitido ganar las elecciones lo van a trinchar, como han trinchado a todos los independentistas de su generación. Los búfalos cansados que le hacen la pelota con la esperanza de tener la fiesta en paz le dirán que se lo tome con calma y que tal día hará un año.
En Vichy hay mucha gente que acaricia la esperanza de que Laporta servirá para cerrar el corral e incluso para poder escribir algún día en La Vanguardia. Yo creo que la historia se ha vuelto a poner en marcha y que alguien va a tener que pagar en serio que Laporta presida el Barça.