II

El rey va desnudo y la mayoría de la gente no sabe donde mirar sin sentirse avergonzada. Los sectores que impulsaron el Estatuto de 1978, e incluso los que creyeron en el de 2006, empiezan a darse cuenta que la Generalitat es una institución española barnizada de folclore. Con el derecho a la autodeterminación prohibido y reprimido, la autonomía se convertirá en una institución hostil para el grueso de la misma población que hasta ahora la había justificado y le había dado el alma. 

Después del 21D veremos que, sin una ilusión de libertad, es difícil sostener la democracia. Veremos que el precio de evitar defenderte cuando sufres una injusticia es que, a medida que dejas pasar el tiempo, cada vez te vas volviendo más burro y débil. Cuando te sientes impotente para volver los golpes, los miedos se hacen cada vez mayores. La susceptibilidad y los complejos crecen con cada llanto y el odio, que es un mecanismo de supervivencia natural, te acaba convirtiendo en un corderito asustadizo, si no le puedes dar salida. 

Cómo cuenta Keith Lowe en el libro que he mencionado sobre los traumas europeos, la reacción más humana ante una amenaza o de una vejación es huir o luchar. Cuando se nos impide hacer una cosa u otra el miedo deforma los pensamientos y da cuerda al sentimentalismo. Hete aquí porque los vecinos de casa mis padres hacen esta cara de desorientación, de pastorcillo perdido a la montaña. Puigdemont y su gobierno no los dieron una salida electoral creíble ni los permitieron luchar para defenderse y ahora se sienten idiotas e impotentes. Pronto creerán que este es su estado natural, si no hagamos algo.

Los partidos declararon la independencia casi sin querer. Se pensaban que continuaban dentro del juego autònomico, creían que el Estado los perdonaría ni que fuera por qué no tenían más margen para continuar enredando la gente, y se impuso la dinámica del 6 de octubre de 1934. Puigdemont no declaró la independencia sólo por miedo que le dijeran traidor, como dice Enric Juliana, intentando ressucitar el fantasma de Lluís Companys y de la Guerra Civil. La declaró porque no podía convocar elecciones sin destruir el PDeCAT y regalar a ERC la herencia de Jordi Pujol. 

Cuando Puigdemont hizo el gesto de convocar elecciones autonómicas, en el partido de Marta Pascal  hubo llantos, desmayos y dimisiones entre el personal más joven. Algunos se habían creído la comedia,  otros habían sido advertidos que si no podían aguantar la presión tendrían que dimitir: “No querrás que expliquemos que no tenemos nada preparado -le espetó Pascal a uno de sus colaboradores. Cuando pareció que íbamos a elecciones, Jordi Cuminal anunció en Twitter que se daba de baja de PDeCAT y corrió a registrar una formación nacionalista nueva.

La declaró [la independencia] porque no podía convocar elecciones sin destruir el PDeCAT y regalar a ERC la herencia de Jordi Pujol

Igual que hizo el presidente Companys en 1934, Puigdemont dio peixet a todo el mundo y, finalmente, quiso hacer un gesto retórico para esquivar el choque con España y con su electorado. Según algunos periodistas, el gesto habría tenido el silencio cómplice de Ciutadans y del PP, que callaron como pícaros cuando fueron avisados que la declaración del Parlamento no tendría consecuencias para no reconocer que el Estado estaba a merced de la Generalitat. El mismo Joan Tardà ha dicho en la televisión que la declaración de independencia fue simbólica sin entender que, después de un referéndum, es imposible declarar la independencia de forma retórica. 

La chapucería de algunos políticos ha superado mis cálculos más negros, sobre todo después del éxito del 1 de octubre. Yo ya sabía que si los partidos picaban el anzuelo del referéndum no se lo podrían sacar de la boca, pero no me pensaba que sus líderes tuvieran tan poca conciencia de la fuerza política que tiene la autodeterminación. El 1 de octubre dejó los españoles descolocados porque sacó la democracia catalana de las manos de los políticos y de los partidos y la puso en manos de la gente del país, que la defendió a capa y espada. Por eso difícilmente se podrán sacar nunca de la cabeza esta fecha, aunque le resten importancia. 

Recuerdo que el periodista de Español Cristian Campos publicó tuits lacrimògenos dando la independencia por segura. La misma semana José Antonio Zarzalejos pidió al Estado que renunciara a retener Cataluña por la fuerza para no perjudicar la salud de la democracia española, que tanto había costado de edificar. Salvador Sostres advirtió al PP que otra acción represiva fracasada podía ser fatal por la unidad de España, sobre todo si  había muertos. 

Algunos corresponsales me contaron que aquellos días vieron cierto miedo en Madrid y que el cambio de sede de algunas entidades bancarias fue fruto de las presiones que desencadenó este clima. Quizás también fue un movimiento para proteger viejas redes clientelares, en caso de que el poder llegara a cambiar de mans, no lo sé. La desesperación puede explicar que los españoles enviaran emisarios a Palau para amenazar a Puigdemont con un baño de sangre. Pero la amenaza no justifica la gestión que el gobierno hizo del Referéndum, ni sobre todo la manera improvitzada como llegó a él. 

Pero la amenaza no justifica la gestión que el gobierno hizo del Referéndum, ni sobre todo la manera improvitzada como llegó a él

Después de ocho años, los políticos independentistas no estaban preparados para aprovechar un escenario tan ventajoso porque, en el fondo, no habían hecho nunca nada para fabricarlo -la gente lo había hecho siempre todo por ellos. La reacción del país, combinada con los juegos de manos que el gobierno había hecho, reventó una estrategia que pretendía matar moscas a cañonazos. Ahora se ve claro que Junts por el Sí se aferró a la idea del referéndum para poder aprobar los presupuestos, para no tener que reconocer que su hoja de ruta era pòlvora mojada y, en último término, para intentar forzar una negociación con el Estado que no tenía que traer necesariamente a la aplicación del resultado de las urnas. 

Yo formé parte del equipo que volvió a poner el referéndum en circulación después de que el presidente Mas intentara matarlo con la farsa del 9N, y en la primero cenar sólo  había un político del sistema de partidos. “Me parece que puedo pasar con 2.000 euros al mes” -sentí que comentaba con tono fatalista, calculando que podía salir mal parado de apoyar a la autodeterminación. Curiosamente, hicimos la primera reunión en un restaurante que queda ante la sede del club Churchill. Meses más tarde miembros del club vinculadosca ERC i PDeCAT nos intentaron convencer, a Bernat Dedeu y a mí, que todo estaba a punto y que valía más que nos concentráramos en criticar España.