II
De todo esto solo hace cinco años. Entonces Arrimadas me pareció una extranjera lanzada a Barcelona en paracaídas. Poco después me dio la impresión que, para orientarse en el país y matizar su discurso, buscaba un cierto contacto con los independentistas, a pesar de que no tanto como lo buscaba su equivalente en el PP, Andrea Levy, que con los españoles de Barcelona se aburría como una ostra y el primer día que hablamos me dijo, como si fuera un elogio: “No he entendido absolutamente nada de lo que me has contado”.
La seguridad desafiante que Arrimadas ha cogido en los últimos años es más fácil de explicar con un artículo que he leído del abogado inglés Matthew Parish. Según este abogado establecido en Suiza, Ciutadans ha sido financiado a través de fondos europeos con el visto bueno del presidente de la comisión Jean-Claude Juncker. El dinero, dice, se habría canalizado a través de Daleph, la empresa que daba trabajo a Arrimadas antes de que hiciera el salto a la política.
Curiosamente, esta firma tiene sede en Barcelona, en Madrid y en Jerez de la Frontera, de donde es originaria la líder de Ciutadans. Parish asegura que la empresa de Arrimadas elaboraba informes para el Ministerio de Economía y que aconsejó una reforma administrativa para recentralizar competencias catalanas, ya en el 2013. El abogado inglés relaciona la necesidad que el Estado español ha tenido de promover un partido como Ciutadans, que no genera las suspicacias del PP en Catalunya, con la Europa que representa Juncker.
La trama que establece entre los dirigentes luxemburgueses de la UE, el PP de Rajoy y el partido de Albert Rivera, que se acaba de comprar una casa de lujo con el sueldo de diputado, tiene una base geopolítica de primer orden. Juncker es hijo y yerno de nazis. A pesar de que sus problemas con el alcohol son de dominio público, durante muchos años lideró el partido que ha sido hegemónico en Luxemburgo desde la Segunda Guerra Mundial.
Si Ciutadans es el partido que el Estado español utiliza para intentar blanquear la herencia franquista, Luxemburgo es la Bélgica privada de Alemania, es el país que Berlín utiliza para no hacer demasiado evidente su control sobre el conjunto de Europa. Ciutadans está pensado para romper, de forma simbólica, con el pasado autoritario del Estado. Mientras la memoria de la dictadura constituya el fundamento de la democracia surgida de la Transición, España no se liberará del problema catalán, i la globalización no hará otra cosa que agravarlo.
Con esto quiero decir que la seguridad desafiante que Arrimadas ha cogido en los últimos años no se explica sin el sentimiento de impunidad que le da el contexto, no solo español, sino también internacional. Como tengo explicado en un libro, el eje Madrid-París-Berlín necesita dominar Barcelona para no perder el control del continente a favor de Londres y de Nueva York, y no escatimará recursos para conseguirlo. Igual que los Borbones en la guerra de Sucesión, o que las monarquías absolutas durante las revoluciones liberales, o que los regímenes totalitarios en la Guerra Civil, las facciones autoritarias del continente necesitan evitar que Catalunya se convierta en Estado.
Todo esto, evidentemente, Arrimadas no lo tiene en la cabeza. Arrimadas es un brazo ejecutor, un tipo de Francisco Pizarro. La prueba es que tiene mucha más confianza en su poder que no en su capacidad de pensar por ella misma. A pesar de que se siente suficientemente segura para ser impertinente o para mentir, su discurso continúa siendo rígido, tan vulgar, desde el punto de vista intelectual, como lo es el "procesista". Con esto se asemeja a Andrea Levy, su equivalente político en el PP, que conozco un poco.
A diferencia de Levy, que busca someterse a un poder superior que le dé libertad personal, Arrimadas tiene cultura de conquistadora. Si la pulsión más fonda de Levy es seducir, la de Arrimadas es la dominación. Levy sabe perfectamente cuándo cruza la línea del cinismo. Aunque intente protegerse con una coraza narcisista, su cuerpo paga cada mentira y cada sobreactuación. Levy querría que la quisiera todo el mundo, que le dijeran que contribuye a hacer un mundo mejor; a Arrimadas estas delicadezas sentimentales le importan una mierda. Ella quiere imponerse y, si acaso, después perdonar la vida al enemigo derrotado para hacerse un autohomenaje.
Esto también se ve en la manera de vestir. Arrimadas es anodina, tiene un estilo más corporativo que no propio, de persona que trabaja por cuenta ajena. Levy, en cambio, se sabe vestir con una gracia que no se corresponde con la vulgaridad de su argumentario. Arrimadas habla el catalán como el misionero que aprende la lengua de una cultura exótica para destruirla al final del proceso. Levy habla el castellano más correctamente que el catalán. Pero cuando habla en su lengua materna es más genuina, no le salen las pretensiones intelectualoides y clasistas que destila en castellano.
Arrimadas despierta el rechazo visceral de buena parte del país —incluso de muchos segmentos unionistas— porque conecta con los ciudadanos que viven en Catalunya como colonos y la querrían castellana para olvidar que no acaban de sentirse como en casa. Levy, en cambio, conecta con el sentimiento progre del país, que hasta hace pocos años era de izquierdas porque el PSOE parecía que daba más margen de libertad en Catalunya que el PP. De hecho, me parece que trabajó en la Conselleria de Ciurana, durante el tripartito, y en el ámbito personal se entiende bien con los podemitas.
Si Arrimadas tiene un sentido fuertíssimo del clan y la nación, Levy es el “ande yo caliente y ríase la gente”. La líder de Ciutadans cree que los suyos son los buenos, mientras que la dirigente del PP piensa que, en la selva, no hay nadie inocente y cada cual hace sus cálculos para sobrevivir. No quiero decir que Levy sea cínica respecto a la unidad de España. Lo es respecto de los argumentos que usa para defenderla porque cree que los argumentos sirven de muy poco y que, total, el poder es una cuestión de fuerza y ella tiene que estar con los que ganan.
Levy habría defendido la celebración de un referéndum de autodeterminación, si el clima político se lo hubiera permitido sin arriesgar sus ambiciones. Arrimadas solo lo habría hecho si su familia, que está repleta de cargos franquistas, le hubiera dicho que estaba bien hacerlo. Levy vive de espaldas a su pasado judío, yo diría que instintivamente quiere olvidarlo. Cuando la conocí, a principios del 2014, tenía una idea vaga de sus orígenes, y poco interés en saber cosas. Había un fondo de dolor humanísimo en la mezcla de miedo y de desprecio con que se miraba los vagabundos, cuando paseábamos.
Levy es un pajarito herido que ha desarrollado zarpas de tigre. A finales del 2015 me enseñó una fotografía de su padre paseando con sus abuelos por Tirana, la capital de Albania. Estaba datada en plena Segunda Guerra Mundial, o justo después. Me pareció entender, porque ella tampoco sabía muchos detalles, que la familia paterna se escapó de Salónica. Después leí que Salónica es la ciudad de Europa que tuvo un porcentaje más alto de mortalidad entre la población judía durante la locura nazi.
Explico todo esto para decir que, cuando Levy habla de España como un faro de libertad, no miente. Otra cosa es si le importa que, para algunos de sus amigos, sea una fuente de opresión y de sufrimiento. Levy tiene una concepción de España tan sentimental como la pueda tener un convergente de Catalunya. La y de su apellido —que tendría que ser una i latina— es un homenaje al país que ama y al cual quiere pertenecer. Arrimadas no ha elegido su país; es hija del aparato del Estado y los motivos que tiene para no hablar de su pasado son diferentes.
Si Arrimadas quiere justificar el pasado franquista de su familia dominando Catalunya desde una falsa integración, Levy quiere superar el estigma de sus antepasados llegando a la cima de su país de adopción. Si Arrimadas tuviera que hablar catalán a sus hijos para defender la unidad de España lo haría, aunque siempre pensaría que es una medida provisional. Levy usa el castellano porque le hace ilusión, porque le permite llenar la casa de flores bonitas y de viandas frescas. Sin ser consciente, repite los esquemas de los judíos cosmopolitas europeos hasta la llegada del nazismo.
Hay otro tema delicado. Las dos —Levy y Arrimadas— se han abierto camino representando la imagen de la mujer joven, moderna y liberada. En Catalunya ocupan un imaginario que los sectores soberanistas no han tenido fuerza para llenar. Si el PDeCAT puso al frente del partido una chica con físico de matrona o de hostelera es porque el "procesismo" no tiene ni la categoría moral ni el poder institucional para compensar, con la generosidad que lo hace Madrid, los esfuerzos —y los riesgos— que pide tener que gestionar la fachada erótica de la política desde una posición tan expuesta.