Es enternecedor ver como las fuerzas del imperio español conspiran para volver a las dinámicas políticas que mantuvieron en pie el régimen de la Transición. El pasado vuelve siempre como una tragicomedia oscura y grotesca, cuando el futuro no acaba de nacer. Así emergió la Alemania nazi como una caricatura del militarismo prusiano, o la España franquista como una momia del liberalismo castellano del siglo XIX.
En Catalunya, la sociovergencia solo tiene margen para resucitar en la medida que el nacionalismo español toque los tambores que llevaron a Franco a aliarse con Hitler y con Mussolini. Durante la Transición, el PSC ya participó en el golpe de estado que destruyó la UCD con la complicidad del rey y de la derecha española. Fraga aceptó la hegemonía del PSOE a cambio de vaciarla de contenido ―y de no acabar en la prisión por crímenes contra la humanidad―.
Ahora los borbones y la derecha española vuelven a dejar la Moncloa a los socialistas con la misma condición de hace tres décadas. Igual que González en los años 80, Sánchez sirve para que el pujolismo intente recuperar el corazón de la población indígena catalana, ayudado por los insultos y los desprecios de los falsos moderados. Para que Marc Álvaro y Jordi Juan puedan poner en el mismo saco a la ANC, el president Puigdemont y Jordi Graupera hace falta que los líderes de ERC se acerquen al tarradellismo demencial del PSC.
La entrevista que La Vanguardia le hizo este fin de semana a Josep Maria Bricall es un ejemplo magnífico de cómo la llegada del Apocalipsis hace salir a los muertos de bajo tierra. Durante la Transición, la pedantería afrancesada de Bricall sirvió para barnizar de cultura y buen gobierno la sumisión de Catalunya a las bravuconadas de Tejero. Pujol, que pensaba igual que Bricall, supo interpretar muy bien el papel de campesino astuto y socarrón y pudo mantener a raya la famosa voluntad de ser del pueblo catalán.
Para reconducir el independentismo, España intenta ahora que ERC se disuelva con el PSC y que las primarias impulsadas por Graupera y la ANC se confundan con el mundo convergente. Como ya se ha señalado, la única diferencia entre el discurso de Rufián, Jordi Sànchez y Puigdemont es que los líderes de ERC abrazan abiertamente la rendición. Como Bricall, tanto los unos como los otros, creen que hay que ser buenos porque “con los castellanos no te puedes pelear”.
España intenta resucitar a los fantasmas de 1939 para volver al 1978, pero cada día se encuentra en situaciones que le rompen el guión. Las imágenes de la ministra del PSOE yéndose de un homenaje a las víctimas de Mauthausen no solo ponen de manifiesto la dificultad de volver al pasado. También ponen de manifiesto la dificultad de utilizarlo impunemente para despertar a los fantasmas de una época en la cual los catalanes todavía éramos tratados de polacos en una burla-homenaje a las matanzas de Katyn.
La aparición de lazos amarillos en Mauthausen recuerda que, sin la contribución de Hitler y Mussolini, el castellano sería anecdótico hoy en los Països Catalans y que, sin el franquismo, Madrid no habría intentado impedir con porras el referéndum del 1 de octubre. Por eso, siguiendo el pensamiento de Bricall, Enric Juliana me dijo una vez que “los catalanes de 1930 no se pensaban que los castellanos serían capaces de actuar con la virulencia con que lo hicieron”.
Esto puede ser verdad en la medida que el trauma de la guerra de 1714 duró hasta el 1940, cuando Catalunya quedó a cero. Es entonces cuando se hace patente que el general Prim, Francesc Cambó y el coronel Macià tuvieron demasiada esperanza en la posibilidad de resolver a través de la astucia una situación creada por la fuerza. Aun así, si nuestros antepasados tuvieron un mérito, es que lucharon para defender su país a pesar de las consecuencias que tenía hacerlo en una Europa ávida la sangre y fuego.
Hoy, las ideas de bombero de López Burniol y la ambición lerrouxista de Albert Rivera son más peligrosas para España que no el independentismo, que se limita a defender el derecho a la autodeterminación. Rivera es el producto más degenerado de todos los intentos que las clases coloniales barcelonesas han hecho de intentar moldear el Estado para adaptarlo a sus intereses. Así como Pablo Casado y Sánchez se entenderán igual que se entendieron Fraga y González, Rivera va por su cuenta.
Mientras los amigos de López Burniol intentan que Catalunya vuelva a la dialéctica sociovergente a través de Maragall y Puigdemont, en España, Rivera recordará tarde o temprano a la corte de Madrid por qué Franco tuvo que sacarse de encima a José Antonio, o por qué la UCD tuvo que ser destruida con un golpe de estado. Cuando esto pase, más vale que el independentismo haya hecho el trabajo y se haya sacado de encima a los políticos que se han rendido y a las reencarnaciones del pasado que la sociovergència intenta reanimar con sus zarzuelas de andar por casa.