Vista desde Twitter, la cosa que me da más asco de la guerra de Ucrania no son las bombas, sino darme cuenta de que los recursos típicos de los cobardes y de los hipócritas se queman cada vez más deprisa y más cerca de mi casa. El ejército de Putin quizás quedará embarrado en un nuevo Afganistán. Pero Rusia no se ha metido en esta guerra para ganar dinero, ni para liderar un nuevo Orden Mundial, como dice Bruno Maçaes con un sectarismo que no pega con él.
Rusia ha buscado en Ucrania una forma de reivindicar los valores de su imperialismo y, aunque no nos guste, esta batalla ya la tiene ganada ―siempre que sus soldados no cometan el error de perpetrar crímenes más vistosos que los del ejército americano. Todo el mundo se pregunta si Putin puede ganar la guerra, pero las guerras las ganan los actores que tienen la posibilidad de influir lejos del campo de batalla. Los vencedores de este conflicto siempre han sido China y los Estados Unidos.
Putin ha montado el lío justo en el momento en que los americanos tenían la economía más jodida y solo les quedaba el recurso de dar prestigio al dólar a través del negocio de las armas. Los chinos también sufren un descrédito fuerte y, para hacer evolucionar su poder, les conviene un tercer país que ponga a prueba los límites de la fuerza bruta. Aunque suene cínico, Putin ha dado a Washington y a Pequín la ocasión de hacer una transición tranquila hacia un mundo bipolar; eso sí: con Rusia repartiendo el juego, como Inglaterra en los buenos tiempos de Francia y de Alemania.
Los americanos usarán Ucrania para controlar el Viejo Continente por sus extremos, a través de Polonia y de España. China replanteará la política con Taiwán en función de la evolución de las hostilidades. La pregunta que la propaganda no deja emerger es qué consecuencias tendrá la guerra para la vieja Europa. Me temo que Bruselas está condenada a vivir unos años de confusión obstinada parecidos a los que hemos vivido en Catalunya. Diría que volveremos a ver muchos momentos históricos y muchas demonizaciones estériles.
Todo el mundo se pregunta si Putin puede ganar la guerra, pero las guerras las ganan los actores que tienen la posibilidad de influir lejos del campo de batalla
Acabe como acabe esta guerra, la paz desplazará el eje del mundo europeo hacia los países del Este, donde la vida todavía no ha sido falsificada. Putin y Zelenski han tenido oficios exigentes y vienen de la base popular de su sociedad. Son figuras trágicas, igual que nuestro tiempo, no salmones de piscifactoría. Ucrania quizás quedará en escombros, a merced de los especuladores. Pero me parece que, en la vieja Europa, la resaca de la guerra dejará un vacío espiritual más gordo que el 1 de octubre.
Las élites de Bruselas cada vez me recuerdan más a los señores de Barcelona. Aquí, para evitar que nada se mueva, los simpatizantes de Vox con silla en el Círculo Ecuestre están dispuestos a resucitar incluso momias en descomposición como Artur Mas o Xavier Trias. En España, Ucrania acabará de hacer caer muchas caretas, y no hablo solo de Puigdemont, que habría podido marcar el destino de Europa y ahora, gracias a Zelenski, todo el mundo ve que pecó de frívolo.
Después de las tomaduras de pelo que hemos visto en los últimos años, los catalanes tendríamos que saber qué precio se paga por dejarse arrastrar por las corrientes de indignación. Ahora mismo Ucrania es una gran chocolatada en la cual todo el mundo moja el melindro sin ningún escrúpulo. Es patético ver como los líderes de opinión que más han jugado con el miedo que da la violencia celebran la resistencia de los ucranianos. El feminismo está acabado porque las meretrices del 155 cada vez necesitarán una retórica más dramática para justificarse.
El virrey Junqueras no podrá dominar el país con valores blandos, ante una España que aprovechará el clima bélico para hacer emerger valores patrióticos cada vez más duros y agresivos. A medida que los guionistas de la reconciliación se encuentren sobrepasados veremos como la distancia entre el mundo oficial y el mundo popular se hace insalvable. Anticipando el colapso del relato, algunos títeres de Vichy que hasta hace dos días exhibían su precio, como quien va con un jersey sin sacarse la etiqueta, ahora empiezan a hacerse los disidentes.
La tara catalana se extiende por la vieja Europa, pero Europa ya no nos mira, y si no salen líderes como Dios manda la confusión cada vez será grande y peligrosa.