Para entender la última jugada de Pedro Sánchez hay que tener presente que Miquel Iceta es el hombre que cierra todas las fiestas en Catalunya. Cogió el control del PSC cuando el partido de Maragall había agotado su capital político intentando frenar el independentismo sin la ayuda de la policía y se puso a bailar cuando Mas rompió ERC y hundió la autonomía con las elecciones plebiscitarias.
Desde entonces no ha dejado de parodiar, con cada gesto, la estrategia del Estado en Catalunya. Sánchez lo hizo ministro de Política Territorial para dar cobertura a la mesa de diálogo y porque incluso el Club Godó necesitaba tiempo para digerir las consecuencias de la derrota catalana. Con el cambio de cartera, se va a ver más claro que la represión española no tiene previsto pararse en el ámbito político y económico, y que dará poco negocio a los señores de Barcelona.
La misión del PSOE es hacer avanzar el Estado, es decir, restablecer el bipartidismo con el PP y volver a extenderlo al conjunto de España sin los escrúpulos del llamado antifranquismo. El cambio de gobierno de Sánchez no tiene que ver con las encuestas ni con “la desconexión” de los jóvenes y las mujeres, como dicen los editorialistas de La Vanguardia. Tiene que ver con el final de un ciclo marcado por los gestos del Estado hacia el régimen de Vichy y los convergentes más díscolos.
El traslado de Iceta al Ministerio de Cultura, igual que la caída de Iván Redondo y de Pablo Iglesias, certifica el final de una etapa marcada por la gesticulación y la retórica, y las ganas de gustar a Europa
Hasta ahora, el gobierno de Sánchez ha intentado ganar tiempo para que los partidos catalanes pudieran resituarse y dar buenas excusas a los intelectuales que necesitaban pulir sus ideas. El traslado de Iceta al Ministerio de Cultura, igual que la caída de Iván Redondo y de Pablo Iglesias, certifica el final de una etapa marcada por la gesticulación y la retórica, y las ganas de gustar a Europa. A Vox también le bajarán el volumen a medida que la derrota catalana se consolide y el PP recupere fuerza.
Poco a poco veremos que los catalanes que le tienen más manía a Iceta son los que querrían hacer como él pero no tienen suficiente estómago para imitarlo, si no les ponen un escenario —igual que pasó con Duran i Lleida o Santi Vila en el momento álgido del procés—. La función política de Iceta es llevar tiritas a los vencidos. El hecho que vaya al Ministerio de Cultura no solo nos dice en qué frente se abrirá la próxima guerra, también nos dice dónde se producirá la próxima masacre.
Los fondos europeos servirán para mantener la fidelidad de los funcionarios y de los propagandistas del imperio y poca cosa más. Como ya se ha visto con el vodevil del chuletón, las polémicas cada vez serán más sórdidas y los globos de vanidad más hinchados de relativismo. España es como una gran fiesta de Edgar Allan Poe donde todo el mundo hace ver que no sabe que la muerte entrará a saco en el momento que deje de sonar la música.
Por eso Iceta baila mientras medio país lo insulta. Ciertamente, tengo curiosidad para ver dónde lo ponen cuando la deuda estalle, la bolsa baje y Junqueras empiece a parecer Juan sin Tierra con Ricardo Corazón de León encarcelado en Tierra Santa.