La situación política de Catalunya, y especialmente el culebrón del Barça, cada día me hace pensar más en el cuento de los tres cerditos. Cuando mi padre me explicaba el cuento enfatizaba el valor del esfuerzo y del trabajo buen hecho. En mi familia, había franquistas que se habían enriquecido deprisa y la tenacidad del cerdito pequeño ante las burlas de los hermanos más grandes y epicúreos era un tema que sonaba con fuerza.
Mi padre se salió con la suya, y quizás por eso yo puedo ahora mantener la posición mientras tanta gente se tuerce y va de retirada con flautistas cada día más penosos. Pero la lección más importante del cuento la tuve que aprender por mi cuenta, observando a algunos amigos. Aunque parezca una obviedad, la cosa que los cerditos perezosos envidian más del lobo no son sus dientes, sino su independencia.
El lobo no necesita construir nada sólido, porque vive del robo y del saqueo. El lobo no tiene que pensar si construye una casa de paja, de madera o de ladrillos, porque su naturaleza está hecha para vivir en la intemperie o en el extranjero. La fascinación casi infantil que genera la amoralidad del lobo es la base de muchas confusiones, en este país de animales de granja llenos de humos, tan hipotecado por las derrotas de la historia.
En tu casa puedes vivir como un animal de granja, o como un león, si tienes suficiente fuerza interior. Lo que no puedes hacer en tu casa es vivir como un lobo sin irte a la mierda con tu propio juego y arrastrar al entorno en tu caída. Me parece que Laporta lo sabe y que los que han querido utilizarlo para entrar en el corral de las gallinas, como si fuera un Junqueras o un Quim Torra cualquiera, han cometido un pequeño error de cálculo.
Laporta tendrá que luchar a vida o muerte como un león, si quiere defender el prestigio que se hizo en el Barça, con la ayuda de Cruyff, cuando el independentismo empezaba a crecer
A Laporta me lo puedo imaginar cometiendo excesos libidinosos, pero no lo veo arrasando granjas y manadas de su propio territorio, como sus antecesores. No lo veo trabajando para acabar de hundir al Barça y dar así la excusa al puente aéreo para convertirlo en una sociedad anónima, desvinculada del voluntarismo del país. No lo veo apoyando a las paridas de los lobitos que hacen la pelota a Jordi Amat para que promocione la vía valenciana en su revista socialista de los años noventa.
Me basta con ver el protagonismo que los artículos de Salvador Sostres han cogido en la radio de La Vanguardia para saber que los avales son una excusa, por no decir un detalle, en el culebrón del Barça. De lo que se trata es de aprovechar el desconcierto político para acabar de saquear la granja catalana. De aquí debe venir que Laporta haya fichado a este CEO de MediaMarkt que, a diferencia de otros aspirantes a controlar el club, ha hecho carrera fuera del país.
Laporta pudo ganar las elecciones porque las élites barcelonesas están arruinadas y necesitan un truco de ilusionismo convincente que desarme Catalunya antes de que Europa intente refinar su democracia. Como ya se empezó a hacer a través de Mas, de lo que se trata es de repensar el casino para que las clases productivas del país no puedan crear problemas. Si el procés sirvió para convertir la Generalitat en una gestoría, ahora se trata de inutilizar el Barça.
Por suerte, como ya dije hace una semana, el fútbol no sabe mentir. Laporta tendrá que luchar a vida o muerte como un león, si quiere defender el prestigio que se hizo en el Barça, con la ayuda de Cruyff, cuando el independentismo empezaba a crecer. No es ninguna novedad que los lobos hablen español en Barcelona, pero quizás es más sorprendente que la FAI del siglo XXI viva en la zona alta. Es una cosa que los socios del Barça, y las familias con ahorros, notarán a medida que el país se hunda en el pozo de sentimentalismo oscuro que los políticos y sus piratas han cavado en los últimos años.