La sección de Internacional de El País traía este fin de semana un reportaje sobre los gitanos de Perpinyà que parecía relacionado con la campaña de Manuel Valls en Barcelona. Hace días que los diarios de papel miran de allanar el terreno al mercenario de París. Valls es una pieza indispensable en el imaginario de bisutería que la propaganda española intenta construir para reducir el independentismo a un folclore controlado, más o menos rentable.
Una vez el conflicto con España se ha internacionalizado, Madrid ha perdido la capacidad para esconder durante más tiempo la existencia de la nación catalana. Yo todavía recuerdo pasar por italiano e incluso por húngaro o por israelí en algunas capitales de Europa. A pesar de la proyección internacional que han tenido artistas independentistas como Gaudí o como Miró, hasta hace pocos años Catalunya era una nación desconocida, a diferencia de Escocia o de Quebec.
Cuando los gitanos de Perpinyà no aparecían todavía en los diarios, la mayoría de principatinos que salían al extranjero decían que eran de Barcelona para no tener que dar explicaciones ni identificarse con España. En los Juegos Olímpicos de 1992 se intentó imponer la normalización de este barcelonismo de origen franquista, que tan bien representaba Samaranch. El éxito del 1 de octubre ha hecho que los sectores más feroces del unionismo añoren a Cobi y esperen a monsieur Valls como si fuera el general Mola.
Con el derecho a la autodeterminación sobre la mesa, la principal preocupación del Estado es que Catalunya no trastorne a Europa más de la cuenta. Antes del verano, Foreign Affairs advertía que el número de movimientos independentistas se ha multiplicado por siete en los últimos años y que los pobres resultados que han dado las vías pacíficas y democráticas podría convertir en un polvorín algunos países que hasta ahora eran estables.
Intentar reducir la nación catalana a la antropología parece la única alternativa española a las porras del 1 de octubre. La insistencia de Josep Borrell en afirmar que Catalunya es una nación exclusivamente cultural está en sintonía con la insistencia de Marc Bassets en remarcar que los gitanos de Perpinyà hablan un catalán magnífico. No es inocente que El País preste atención a la degradación del barrio gitano de Perpinyà y no a los excrementos de perro que llenan, desde siempre, la rampa del Palau dels Reis de Mallorca.
Utilizados como un arma electoral, los gitanos del Rosselló le pueden servir a Valls para reivindicar sus orígenes y para limpiar su fama de racista. Como decía La Vanguardia hace unos días, para ganar el Ayuntamiento de Barcelona Valls necesita quitarse el sambenito de alcaldable españolista. El problema es que, para poder abrazar el catalanismo sin agravar el incendio refrendario, necesita que el país abrace una identidad sin atributos políticos.
Junqueras ha visto la jugada y se ha sumado al circo tribalitzador que propone España. El líder de ERC ha descabalgado a Alfred Bosch no porque sea un mal candidato, que lo es, sino porque es un producto de las consultas de 2009-2011, que apoderaron a los catalanes ante sus partidos autonomistas. Bosch cae por no haber sabido consolidarse con la fuerza que le habían dado los 250.000 votos de la consulta de Barcelona.
Si las viejas élites barcelonesas consiguen controlar Catalunya, estarán en una situación excelente para negociar privilegios con Madrid y con Bruselas a cambio de que nada se mueva y, quizás, pequeñas concesiones folclóricas. Para conseguirlo necesitan ganar las elecciones en Barcelona y convertir los diez años de debate político que costó llegar hasta el referéndum del 1 de octubre en una dialéctica entre porras y barretinas.
El País describe así a una de las cabezas de la comunidad gitana de Perpiñán: “Lo llaman Oso de peluche, Nounours en francés, habla un catalán genuino y cerrado, tiene un talento extraño para intimidar y para halagar a la vez. Con su batalla para parar la destrucción de edificios en el barrio medieval de Perpinyà, ha puesto en jaque al Ayuntamiento y ha llegado a movilizar para su causa a consejeros del presidente Emmanuel Macron.”
Cuando he acabado de leer el reportaje he pensado que Valls o Maragall, o el mismo Junqueras, bien podrían ser el oso de peluche de la futura Catalunya principatina. Los dos candidatos a la alcaldía de Barcelona intentarán simular que representan dos opciones opuestas, pero en realidad son lo mismo de siempre. El mismo intento francoespañol de mantener la nación catalana bajo tierra o atada a instituciones caducas y folclóricas.