Durante los días que he pasado en Rusia he escuchado discursos no nacionalistas que me recordaban mucho a los que hemos aguantado en Catalunya los últimos 40 años. Los rusos son gente dura y patriota y han ganado, como los españoles, las dos grandes guerras del siglo XX.
En la primera se cargaron el Zar, que pertenecía a la estirpe más poderosa de Europa. En la segunda, derrotaron a Hitler, que es considerado el malo más malo de la historia. Cualquiera que repase la guerra fría verá que Stalin reinstauró el imperio ruso sobre los escombros de la Alemania nazi y la hegemonía militar perdida por Francia y Gran Bretaña.
Muchos rusos hablan de Stalin con la naturalidad de que muchos españoles hablarían de Franco, si Catalunya y Europa no ejercieran presión sobre el discurso. Los tópicos sobre Polonia y Ucrania recuerdan tanto a los que los diarios de Madrid y Barcelona hacen circular de manera sibilina sobre los catalanes que casi hace reír. En Madrid he visto escaparates que exponen las figuras de los generales Eisenhower, Montgomery y Patton como si formaran parte del mismo mundo que Franco.
Esta semana la presión que el Referéndum ha impuesto al no nacionalismo español se ha visto multiplicada por la irrupción del terrorismo. La violencia elimina las decoraciones y las mentiras que se utilizan para embellecer los discursos y la historia. La violencia aclara las cosas en la medida en que pone a prueba la fanfarronada natural de los individuos y sacude hasta los cimientos el sistema de valores de un país o una cultura.
Por eso las guerras llevan implícita una lección moral que es necesario tener en cuenta, aunque no nos guste aceptarlo y prefiramos decir que no sirven para nada, después del abuso que de ellas ha hecho Europa. La violencia es el último recurso, pero no sólo hace falta que las sociedades sean lo bastante fuertes para ejercerla sino que también tienen que ser lo bastante fuertes para soportarla. Sin este principio no se pueden educar ciudadanos libres.
Los ataques terroristas han cogido el Estado desprevenido porque han puesto en evidencia que las amenazas de Madrid son como estos trenes de vapor que hay en los Museos del ferrocarril. Ahora que los yihadistas vienen a matarnos, el unionismo se ha quedado sin una carta retórica que ya había perdido eficacia en los últimos años, pero que todavía lo embadurnaba todo. El islamismo ha convertido el miedo a la violencia española en una cosa del pasado, por eso algunos periodistas y políticos están rabiosos.
El hecho de que el rey quiera venir a manifestarse con el mismo lema que el independentismo utiliza desde hace años para combatir la propaganda española, no es un detalle. El lema "No tenemos miedo" habla más de España que del nuevo terrorismo, que asusta de verdad y de verdad nos obliga a tener coraje. Por eso los chicos de la CUP, propagadores de la frase, se pueden permitir el lujo de desmarcarse de la manifestación del sábado, caso que lo encabece a Felipe VI.
Los yihadistas han acabado de eliminar el prejuicio que circulaba en las escuelas cuando yo era pequeño, según el cual los catalanes éramos cobardes y nuestra lengua no servía para jugar a guerras por qué, como diría El País, es una lengua de campesinos. El trabajo que se ha hecho desde la primera restauración borbónica de 1873 para convertir Catalunya en un país de violinista y poetas, poco a poco se va al garete. La sorpresa que ha generado la actuación de los mossos es fruto de este fenómeno: la relación de los catalanes con la violencia está cambiando -se empieza a civilizar.
Los últimos artículos que he leído de Antoni Puigverd y del Arcadi Espada se tienen que poner en este contexto. Hablo de Espada y de Puigverd para no hablar de articulistas menores que también van asfixiándose en su propio discurso a medida que decae el miedo a España. Aunque escriben desde sensibilidades irreconciliables, Puigverd y Espada tienen en común una tendencia sibarítica muy divertida que a menudo los lleva a pretender que elaboran complicados poemas del amor cuando, en realidad, sólo quieren practicar el sexo.
Si el artículo de Lluís Basset sobre el atentado hubiera tenido el efecto que pretendía, Puigverd cobraría sus lágrimas de cocodrilo a precio de oro. El artículo que hizo sobre la reacción de la prensa de Madrid a los atentados seguía la misma línea victimista que otro anterior dedicado a dar la razón al independentismo para acto seguido predicar el apocalipsis. Los mismos que creyeron en el derecho a decidir, se pensaron que Puigverd había cambiado de bando después de pensar mucho, pero el artículo sólo buscaba una salida personal a costa de convertir el referéndum en un drama fatalista.
Espada también es un ejemplo de la coquetería catalana que él mismo denuncia. Igual que Puigverd, cree que los catalanes son cobardes porque él es un cobarde, y cobardes son los cómplices que se busca. Así como Espada cree que los catalanes somos xenófobos porque él no saldría adelante tan bien en una Catalunya libre como Sostres ha salido adelante en España, Puigverd cree que el independentismo nos llevará al desastre porque no se ve capaz de mantener el prestigio en un pais libre.
Espada, que se ha hecho un nombre a base de apuntarse a discursos equivocados, ahora quiere que la historia también se equivoque enviando a un general Mola en Catalunya. Pero los asesinos de Barcelona y de Cambrils amenazan el conjunto de Europa, no sirven para articular una guardia mora. La respuesta de los mossos y de la sociedad catalana ha demostrado hasta qué punto es inútil que el Estado intente hacer ver que una Catalunya independiente sería un agujero negro para la seguridad del continente, como insinuó Fernández Díaz después de los atentados de Charlie Hebdó.
Este es el tema de fondo. Mientras que los rusos tienen medios para sostener sus delirios imperialistas, los españoles van quedando superados por la realidad, a medida que los catalanes pierden el miedo y que los ciudadanos del resto del estado se van europeizando y tienen más cosas que perder. El hecho de que la BBC y The Spectator citen a un articulista como Bernat Dedéu y le traten de escritor es otra señal que, aunque sea lentamente, gracias a la democracia y a internet algunas corrientes de fondo van cambiando en Catalunya.