¿Si tuvieras que participar en un jurado literario, a quién votarías?, le pregunto a una amiga. ¿Votarías por un autor anodino, pero que ligara muy bien las frases o, en cambio, preferirías premiar a un autor de estilo desgarbado, pero que te tocara la fibra de alguna manera? Evidentemente, yo elegiría el texto que me hiciera tomar partido, que me obligara a repensar mi posición en el mundo.
Yo mismo escribí la biografía de Companys sin saber cómo funcionaban los párrafos. En la imprenta todavía marqué unos cuantos, aconsejado por una correctora. Y el libro de Josep Pla, lo hice a tientas, mientras aprendía a escribir en primera persona. Todavía hoy intento encontrar horas para pulir los dos libros y, aun así, doce años después, se venden.
A veces, olvidamos que la vocación solo es un medio, un instrumento para dar forma a una manera angelical de estar en el mundo. Si no te mueve ninguna idea de pureza, si no necesitas expresar ninguna intuición irreducible, si no sientes el peso de un don, de alguna visión que tienes que compartir con el mundo intacta, da igual que hables, que bailes o que expliques chistes muy bien. No serás un buen profesional de nada.
La técnica eleva la forma solo cuando podrías prescindir de ella sin alterar la esencia. Por mucha vocación que tengas, la diferencia entre ser político o hacer de político es tan insalvable como la distancia que hay entre ser escritor y hacer vida literaria. Por eso los nazis no ganaron la guerra, a pesar de que tenían el mejor ejército. Por eso los resistentes de El Álamo separaron Texas de México. Por eso todavía celebramos el 1714 e Hillary Clinton perdió.
A veces la vocación y el ángel pueden parecer la misma cosa, pero no tienen nada que ver. El político de verdad no persigue el poder, sino que persigue la gloria, igual que el escritor de verdad, no persigue premios literarios, sino que persigue la posibilidad de escribir libros que duren. El hecho de que los políticos profesionales de este país hayan convertido la idea de pureza en uno de sus desprecios dialécticos preferidos ya dice hasta qué punto son unos títeres.
La democracia se inventó para que todo el mundo pudiera defender sus principios sin tener que jugarse la vida. Estigmatizar la idea de pureza es estigmatizar la misma idea del bien, es decir, el derecho que, en una democracia, todo el mundo debería tener que desarrollar sus intuiciones en unas condiciones de competencia equitativas. Si no te vertebra ninguna idea de pureza, al final todo resulta negociable y solo puedes hacer trabajos manuales y secundarios, que es como vivimos los catalanes en España.
Por eso me parece que apostar por Adrià Alsina como cuatro de la lista de las primarias es un error. A diferencia de los miembros del equipo de Jordi Graupera, Alsina no se ha quedado nunca solo defendiendo una idea, ni mucho menos la idea de la independencia. Como que no ha tenido nunca ninguna idea propia, siempre se ha adherido a las ideas de los demás cuando ya funcionaban y las ha abandonado cuando ya era demasiado tarde para todo el mundo menos para él.
Alsina es perfecto para un país como el que tenemos, organizado sobre la convicción de que una persona puede vivir dignamente sin necesidad de defender nada sagrado ni irreducible. Es perfecto para tragarte hasta el último día todas las mentiras de Jordi Sànchez y después decir que has visto la luz. Es perfecto para criticar el procesismo con el lacito amarillo en la solapa, o para hacer una campaña como independiente sin decir que eres el candidato de un partido y su gran apuesta económica ―un poco como Manuel Valls, por ejemplo―.
Es perfecto, en definitiva, para hacer una política de cara a la galería que saquee Barcelona, una vez la Generalitat se ha quedado más seca que la teta de una vaca india. La polvareda que se ha levantado a su alrededor, igual que su trayectoria, me recuerdan con tristeza que, en este país, todas las disputas políticas que tenemos al final siempre van sobre la cantidad de libertad individual que Catalunya puede permitirse absorber bajo la bota española.