Es cuando los partidos salen malparados de las elecciones y sus miembros pierden todas las cuotas de poder, y sobre todo los ingresos y las repartidoras que se derivaban de ello, que se destapa la caja de los truenos y aflora sin ninguna conmiseración la crisis interna larvada durante los años de bonanza y que precisamente por este motivo permanecía aletargada y silente. Esta es, más o menos, la posición en la que se encuentra actualmente ERC y por la que han pasado, en un momento u otro, prácticamente, todas las fuerzas políticas. La diferencia es que la histórica formación de Francesc Macià y Lluís Companys puede considerarse que es una experta en este tipo de situaciones, a la vista de las numerosas crisis vividas y sufridas a lo largo de su existencia.

Después de cuatro batacazos seguidos en las urnas, en los que ERC ha perdido 302.274 votos en las municipales del 2023, 408.839 en las españolas del mismo 2023, 508.726 en las catalanas de este 2024 y 372.792 en las europeas también del 2024, fruto del castigo del electorado independentista por la renuncia a hacer efectiva la separación de España el 2017 y el retorno desde entonces a la vía autonomista de toda la vida, es normal que la armonía interna se haya roto y se haya abierto la veda en busca de culpables. Por eso Sergi Sabrià, el chivo expiatorio —¿o el instigador?, a saber— del monumental escándalo de los carteles ofensivos contra los hermanos Pasqual y Ernest Maragall a cuenta del alzhéimer aparecidos en la campaña de los últimos comicios locales, ha dejado el cargo de viceconseller de Estratègia i Comunicació del Govern disparando contra Oriol Junqueras, que como máximo dirigente del partido durante todo este tiempo se supone que debería ser el principal responsable de lo ocurrido.

Quien ha sido la mano derecha de Pere Aragonès en los últimos años no se ha mordido la lengua para lamentar que "hay quien ha enfangado hasta límites insospechados un debate interno imprescindible" y reprochar que "oía frases como que había que lavar los trapos sucios en casa", en referencia a la reacción que tuvo el ahora expresidente de ERC al conocer el manifiesto de dirigentes disfrazados de militantes que le señalaba la puerta de salida. La estrategia de hasta hace cuatro días líder del partido ha consistido en dar un paso atrás, pero con la intención de volverse a situar al frente en el congreso nacional fijado para el 30 de noviembre. Y justamente esto es lo que le cuestiona la mayoría de compañeros de viaje. "La conclusión que saco es que desgraciadamente hay a quien no le importa ni el partido ni la militancia ni la ciudadanía, solo la ambición y el deseo personal de controlar una organización para hacérsela a medida", ha sentenciado Sergi Sabrià, recogiendo un sentimiento amplio dentro de la formación contrario a que continúe.

El caso de los carteles sobre Pasqual y Ernest Maragall, que cada día que pasa se complica más, es la mejor muestra de que quien juega con fuego se quema

Dicho de otra manera, a Oriol Junqueras no lo quieren más. Lo que está por ver, una vez desencadenada una guerra abierta a plena luz del día, es si se dará por aludido y entenderá que su etapa como factótum incuestionable de ERC se ha acabado o si plantará cara y presentará batalla. Una vez empezada la pugna es posible cualquier cosa y más bien da la impresión de que los episodios más cruentos de la confrontación todavía no han llegado. Hasta ahora, el numerito en torno al pacto con el PSC para incorporarse al gobierno de Jaume Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona, el caso del manifiesto que pide una renovación a fondo, el capítulo de los lamentables carteles sobre el alzhéimer de Pasqual y Ernest Maragall que deberían hacer enrojecer a todo el mundo con un mínimo de decencia, o las declaraciones cada vez más subidas de tono entre los detractores de quien también fue vicepresidente del Govern y su entorno parecen la punta del iceberg de un conflicto que aún no ha alcanzado la máxima virulencia, pero que cada vez se acerca más a ella. Y es que los tiempos son tan movidos que incluso un personaje como Josep-Lluís Carod-Rovira, modélico a la hora de no interferir en el debate interno desde que dejó la dirección del partido, ha aprovechado las circunstancias para preguntarse por qué la formación no utiliza, ahora que puede hacerlo, el catalán en el Congreso, en una clara invectiva al papel de Gabriel Rufián.

Todo ello, además, coincide en un escenario en el que a ERC le toca decidir qué hace con la investidura del nuevo president de la Generalitat una vez la cuenta atrás de la repetición electoral ya hace quince días que ha empezado a correr y en el que precisamente la situación de crisis interna por la que atraviesa no le ayuda a la hora de tomar la decisión sea cual sea. De hecho, en estos momentos el panorama que tiene delante es tan complicado que haga lo que haga será como salir del fuego para caer en las brasas: el fuego de apoyar una investidura del candidato del PSC, Salvador Illa, con el desgaste entre el público soberanista que eso le representará, o de apoyar una investidura del aspirante de JxCat, Carles Puigdemont, que aritméticamente está condenada al fracaso, y las brasas de la repetición de los comicios a riesgo de perder lo poco que le queda. Si una solución es mala, la otra es peor.

A pesar de todo, quizás la opción de decantarse por el exministro de Sanidad sea en el fondo la salida menos traumática, aunque de entrada no lo parezca, en la medida en que le permitiría tirar el balón hacia adelante y confiar en que el tiempo, una vez hecha, eso sí, la correspondiente limpieza interna, cure las heridas. ERC ya lo ha tenido que hacer en otras ocasiones esto de replegarse para intentar rehacerse. Para no tener que retroceder hasta la Segunda República Española, basta con recordar como desde 1980 —la fecha de las primeras elecciones catalanas— al partido le ha tocado superar escisiones como las de Joan Hortalà (Esquerra Catalana), Àngel Colom (Partit per la Independència) o Joan Carretero (Reagrupament) —todas acabaron en la órbita primero de CDC y después del PDeCAT— o debacles electorales como la de Joan Puigcercós que desencadenó precisamente la llegada de Oriol Junqueras.

Con él al frente, el partido había conseguido finalmente ganar el pulso de la hegemonía dentro del espacio soberanista a CDC, aunque fuera cuando ya no se llamaba así, sino PDeCAT o JxCat, pero de poco le ha servido, porque le costó mucho ganarlo y ha tardado poco en perderlo. Es la constatación de que la política es cíclica y de que ahora el ciclo de ERC es de claro retroceso: el caso de los carteles sobre Pasqual y Ernest Maragall, que cada día que pasa se complica más, es la mejor muestra de que quien juega con fuego se quema. En todos los casos anteriores, sin embargo, y con más o menos acierto, la formación fundada el 1931 se ha ido sobreponiendo. Cómo lo hará esta vez es la incógnita, pero aunque sea entre el fuego y las brasas, seguro que sabrá encontrar la manera. No en vano casi cien años de historia la contemplan.