Los resultados del domingo son una auténtica derrota —colofón a los porrazos de las municipales y españolas del año pasado— para Esquerra Republicana. La ruina es inapelable. Seguro —o quizás no— que Pere Aragonès se ha dado cuenta de que convocar precipitadamente los comicios después del rechazo de los comunes a los presupuestos fue un error. Aragonès contradijo el manual de la sensatez política, que dice claramente que siempre se está a tiempo para la derrota. Debería haber esperado y verlas venir. Porque puede ser que las cosas cambien y que, por ejemplo, se ponga insospechadamente a llover, como ha sucedido.
Las elecciones han ido para ERC tan mal como podían ir. Les ha metido, a los republicanos, en una especie de laberinto griego, con el Minotauro buscándolos para zampárselos sin consideración ni piedad. No es solamente la pérdida de casi 180.000 votos y 13 diputados en relación con las anteriores votaciones, las de 2021. Es que, encima, la aritmética que ha resultado ha dejado a los republicanos en una posición dolorosamente comprometida. Porque son ellos quienes, como ha sucedido en otras ocasiones, tienen la llave de la formación de un posible gobierno o, si no es el caso, de la repetición electoral.
Si uno mira los resultados del pasado día 12 de las distintas fuerzas políticas, enseguida ve una primera combinación gubernamental, que pasa por la suma del PSC —ganador—, los comunes y los republicanos. Da la impresión de que es la que más viable. Requeriría, claro, el concurso de ERC, que podría tranquilamente quedarse fuera del ejecutivo. La segunda opción, en probabilidades, es el no acuerdo y la repetición de la convocatoria a las urnas. A ERC no le conviene nada. La tercera, y enormemente difícil de imaginar, implicaría unir las voluntades de Junts, la CUP (si quisiera) y también ERC. Problema gravísimo de esta segunda combinación: haría falta que el PSC renunciara a gobernar. Si los republicanos se decantaran por Carles Puigdemont, ¿realmente, los socialistas se abstendrían? No lo creo de ningún modo, a pesar de que en Madrid el PSOE dependa de Junts y ERC. Y por mucho que el PSC de hoy sea el más alineado con el PSOE de la historia.
Para Esquerra, se tratará de calibrar pros y contras y optar, como tantas veces pasa en política, por el mal menor
En cualquier caso, la disyuntiva para Esquerra es terrible. Haga lo que haga, tiene muchos números de pillar, de pagar una factura. Recordemos que, una vez dentro del laberinto del Minotauro, la muerte en manos de la bestia estaba asegurada. Como ERC sabe perfectamente que, además de perder miles de votos y un montón de escaños, su posición es un regalo envenenado, todos sus dirigentes se han puesto a repetir una canción que tiene un punto de infantil y que viene a decir que ellos, con la formación del nuevo gobierno, no tienen ni arte ni parte, nada que ver. Que eso es cosa del PSC y Junts, y que ellos solo han quedado terceros y que no les vengan con líos. Todos estos intentos de salirse por la tangente son perfectamente inútiles y no servirán para nada. Contra la aritmética no hay sinuosidades que valgan. Cualquier cosa que haga o no haga ERC tendrá consecuencias importantes y, en todos los casos, escasamente positivas para sus intereses. No hay nada que sus representantes puedan hacer para evitarlo. Como solía repetir un sabio de mi pueblo, a quien recuerdo a menudo, hay situaciones en las que, hagas lo que hagas, siempre la cagas [con perdón].
Se tratará, pues, de calibrar pros y contras y optar, como tantas veces pasa en política, por el mal menor. Es lo mismo que ha tenido que hacer Oriol Junqueras, quien, después de pretender seguir al frente del partido y ahogar rápidamente cualquier intento de rebelión interna, se ha visto obligado a abandonar la presidencia de ERC. Lo han hecho rectificar el adiós de Marta Rovira y la presión de todos aquellos que reclaman borrón y cuenta nueva. Junqueras ha tenido que aceptar abandonar la presidencia y que se convoque un congreso del partido para el 30 de noviembre. Todo indica, sin embargo, que no se da por vencido, todo lo contrario. Hará lo imposible por, en este tiempo, movilizar a sus partidarios dentro de ERC con el objetivo de ganar el congreso, si nadie logra que desista. Un poco como Pedro Sánchez cuando, en 2016, después de tener que salir de la secretaría general del PSOE, cogió el coche y se puso a hacer kilómetros y kilómetros para después volver y recuperar apoteósicamente el poder. Oriol Junqueras sueña todavía con ser president de la Generalitat. Sea como sea, ahora la clave es ver si los contrarios son capaces de articular una candidatura potente que pueda imponerse a Junqueras e impulsar una nueva ERC, con caras y estrategias nuevas. El camino que recorrerá ERC de aquí hasta el 30 de noviembre será tortuoso y formidable.