Hartos de las humillaciones, incumplimientos y chulería socialistas, y hartos también de ser percibidos como unos negociadores blandos, los militantes de ERC han decidido por un estrecho margen decir “no” a hacer presidente a Salvador Illa y llevar al país a una repetición electoral. Las alarmas en el PSOE se han activado enseguida, los medios de comunicación del stablishment han tachado a los republicanos de irresponsables y las instituciones del Estado se han puesto en guardia por una posible escalada de la tensión en Catalunya, sobre todo dado el cambio que esto implica respecto al calendario de regreso del president Puigdemont: podrá volver en octubre, podrá tener una nueva oportunidad de ser investido presidente y, sobre todo, lo sea o no, el independentismo habrá podido recuperar un orgullo y una fortaleza que los últimos años solo se habían dejado ver en contadas ocasiones. Se podrá negociar más fuerte, en el peor de los casos. En pocas palabras, la decisión de los militantes de ERC hace que muchos votantes vuelvan a verlo como un partido con el que no se puede jugar a las negociaciones fáciles u obligadas. Con esa decisión, Illa, además, paga la factura de haber sido un entusiasta tan furibundo del 155. Parece que, al menos esta vez, el independentismo republicano ha dicho basta a tener que decir que siempre sí al PSC.
ERC ha decidido regalar todo el gobierno de la Generalitat (todo) a Salvador Illa, el más españolista de los socialistas catalanes, y como dice Marta Rovira, ni un solo cargo republicano queda salvado por el pacto
Este escenario ficticio, que no se ha producido, era posible y verosímil. En tertulias y artículos los opinadores más cercanos al socialismo han venido diciendo estos días, con una sorprendente condescendencia, que ERC no tenía opción: porque las encuestas no les iban bien (como si un gesto contundente no pudiera revertir unas encuestas), porque el PSC había ganado (como si ganar fuera suficiente para gobernar) y porque el acuerdo es "muy bueno" aunque no tuviera garantías de cumplimiento. Añaden, además, que el “sí” era con la cabeza y el “no” era con el corazón, fruto de la inmadurez, de las bajas pasiones. Pero si el “no” estuvo tan cerca de ganar fue porque era una opción plausible, racional, lógica, pensada y con un resultado posiblemente cercano a lo descrito en el primer párrafo de este artículo. Más bien diría que la opción ganadora, la del “sí”, cada día que pasa da más muestras de desastre de imagen para ERC, de salir del estómago más que del cálculo frío y de profundización directa en el estado depresivo en el que se encuentra el independentismo (no Junts, no: el independentismo, lo que la gente de ERC sabe muy bien). Y no es que no haya independentistas moderados, o partidarios del diálogo, evidentemente que los hay y sobre todo los debe haber en tiempos en que la confrontación directa todavía no ofrece suficientes garantías: pero incluso estos, hasta el más dialogante de los dialogantes de todo el independentismo (hay uno que, por razones familiares, a mí me queda muy cerca), observan el “sí” de Esquerra como un error y un visible engañabobos. O bien, directamente, como un acto de manifiesta hostilidad.
Yo me inclino por recordar que ERC, siempre que puede escoger pactar con los socialistas, lo acaba haciendo. A pesar de constatar la sangría de votos que les comporta, consideran que es más antinatura no hacerlo y que algún rédito para el país siempre pueden obtener: en cambio, deben pensar que la otra vía (la de la confrontación) necesita esperar a una atmósfera donde la oferta de diálogo en España sea menos explícita, y que ERC es capaz de llegar a mejores acuerdos sin contar con el resto del independentismo, que contando con ellos. Yo creo que estas premisas son erróneas, y tengo la certeza (no la opinión: la certeza) de que así lo piensan también la mayoría de sus votantes. Y costaría menos entender la decisión si se tratara de un gobierno tripartito, con la participación de los republicanos, mostrando a cada segundo y cada minuto la dependencia del president de la Generalitat hacia sus consejeros republicanos. Pero ERC ha decidido regalar todo el gobierno de la Generalitat (todo) a Salvador Illa, el más españolista de los socialistas catalanes, y como dice Marta Rovira ni un solo cargo republicano queda salvado por el pacto. Lo que incluye, debemos suponer, la dirección de TV3 o Catalunya Ràdio o bien organismos como el Port de Barcelona, la conselleria d'Educació, la de Cultura o la de Exteriors, por no hablar de la de Economia (que es quien deberá articular la supuesta Agencia Tributaria "soberana"). Se deben fiar mucho, mucho, pero que mucho, de Salvador Illa, para ofrecerle todo esto: no me creo, por tanto, la apostilla de la “desconfianza” o la “vigilancia”: se fían, y casi ciegamente.
En definitiva, creo que el error es mayúsculo y también creo que es necesario respetar al máximo, también, a quien se equivoca. A favor de ellos, la considerable duda que han mostrado y el proceso participativo que han celebrado. Esto ha estado muy bien. En contra, un discurso que simplemente no se sostiene en ninguna de las palabras, comas y pausas dramáticas que contiene. Esta semana veremos si otras palabras, otros discursos, no solo aguantan la tensión dramática, sino que además se cumplen. "De la dignidad no se come", dirán. Cierto. Pero de la mediocridad, sinceramente, yo pensaba que solo comía Salvador Illa.