Vicky, Martina, Guijarro. Se parece al título de una película de Woody Allen, pero no, es el nombre de las tres jugadoras del Barça que, ironía en mano, encabezaron el simulacro de entrega de medallas. Al instante se añadió Torrejón. Después de ganar brillantemente la Copa de la Reina contra la Real Sociedad, las futbolistas tuvieron que improvisar una ceremonia de ir por casa a pie de césped, en una especie de protocolo de autoservicio, como si eso fuera el McAuto del McDonalds.
Cuando buena parte de estas deportistas ganaron la Copa del Mundo en Australia, no hace ni un año, sobraban manos y cargos (machos todos, claro) para imponerles las medallas, hacerse selfis por aquí y golpecitos en el muslo por allí. Incluso alguno que otro piquito circuló con alegría y todavía trae cola. Entonces, no les dolió en prendas cruzar medio mundo para salir a la foto con las vencedoras, la Selección y la estanquera. Ayer, les pesaban las piernas para bajar al campo a dignificar la victoria de las mujeres de un club catalán con la senyera y el subcampeonato de un club vasco con la ikurriña. Fue un momento lamentable: tener que escenificar la entrega entre ellas, imponiéndoselas las unas a las otras en una imagen que hace reír y llorar al mismo tiempo, por el ridículo de una Real Federación Española de Fútbol (RFEF) corrupta y machista que no encuentra un relevo saludable en el destituido Rubiales. Probablemente, porque dentro de la Federación las ramificaciones de la podredumbre no tienen fin. Y es que el actual presidente sustituto, Pedro Rocha, ni siquiera asistió al partido. Él, también está expedientado y se resiste a abandonar el cargo, pero anoche abandonó sus funciones.
No puede ser que las medallas lleguen en dos bolsas de papel, como si de una vulgar bolsa cotillón se tratara, y las jugadoras se las tengan que colgar ellas mismas.
El partido ya empezó con una sonora pitada al himno, que la retransmisión de Radiotelevisión Española (rtve) se apresuró a intentar mitigar, de manera torpe, distorsionando lo volumen general o, directamente, bajando el sonido ambiente. A pesar de los esfuerzos, sin embargo, la protesta se acabó escuchando igualmente porque, por suerte, hoy en día los móviles ayudan a documentar muchas de las cosas que el sistema quiere silenciar. Ahora, la Reina de España ya sabe cómo se debe sentir su Borbón marido cuando preside desde la tribuna un partido entre dos naciones sin Estado.
Ante la polémica, muchos se han apresurado a explicar que el nuevo protocolo de la RFEF es igual para hombres y mujeres: las autoridades entregan el trofeo al capitán en la tribuna y el cuerpo técnico entrega las medallas a los jugadores en el campo. ¿Por qué ahora es así? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero en lugar de igualar hacia arriba —ceremonia digna para todo el mundo y como antes—, resulta que se estipula nivelar a la baja —los jugadores del Athletic Club, el 6 de abril, tampoco tuvieron entrega de medallas convencional cuando ganaron la Copa del Rey— en una decisión ridícula e irrespetuosa. Quizás, pues, habría que modificar el protocolo. No puede ser que las medallas lleguen en dos bolsas de papel, como si de una vulgar bolsa cotillón se tratara, y tú te las tengas que colgar, como si fueran un collar de colorines, de aquellos hawaianos, a punto de cantar las campanadas. El humor que supieron poner a las jugadoras no tendría que tapar una miserable situación de desprecio, porque la indignación también lucía en las caras de las futbolistas, por mucha broma que en hicieran.
La sonora pitada inicial al himno español se acabó convirtiendo también en una sonora pitada final al protocolo, por el menosprecio a las ganadoras.
Se ha hecho bastante viral el vídeo en el que se ve una de las goleadoras de la noche, Sandra Paralluelo, con cara de incredulidad, preguntándole en repetidas ocasiones a un miembro del staff de su equipo (que le quería colgar la medalla del cuello) si todo aquello era una broma. No, chica, no lo es. La vergüenza de la Supercopa de 2023 se ha repetido y las campeonas han tenido que recoger ellas mismas el galardón, convenientemente preparado con una cinta con la rojigualda, omnipresente y brillante (¿qué pone en tu DNI?). Todo muy monárquico. Quizás convendría sacarle caspa al título en cuestión, que perdiera su complemento de nombre y se convirtiera en, simplemente, La Copa (como en tantos otros países), sin ninguna referencia a una monarquía no menos corrupta (presuntamente) que la misma federación que organiza la mencionada competición. La sonora pitada inicial al himno, por lo que este Estado representa y demuestra, se acabó convirtiendo también en una sonora pitada final al protocolo, por el menosprecio a las ganadoras.
La auténtica reina que se vio el sábado por la noche fue Alèxia Putellas que, una vez recibida la copa y ya en el césped, entregó el trofeo a Sandra Paños, portera y capitana histórica, para que lo levantara ante de sus compañeras, en la que seguramente es su última temporada en el club. Los reinados no los da la sangre, sino el ejemplo y el trabajo. ¡Felicidades, campeonas!