“El que escribe...” es el recurso literario que utilizaba el joven Pujol para presentar su voz en el libro Des dels turons a l’altra banda del riu, al inicio del cual reniega de una sociedad catalana de los años 60 conformada, resignada, incapaz de apuntar hacia arriba, de ser atrevida. "El que escribía" se mostraba descontento de una sociedad con pocas ambiciones y demasiado cobarde, hundida en la mediocridad del realismo. Escuchando sus declaraciones en el homenaje en Castellterçol, el pasado viernes, me pareció que el Pujol viejo encarnaba precisamente la sociedad vieja, pequeña, resignada, que denunciaba el Pujol joven. Luego pensé más en el contenido de lo que decía, y en el porqué, y en por qué ahora, pero de entrada la sensación fue esta: Pujol venía a bajar claramente el listón de las ambiciones. Con o sin razón, que de ello ahora hablaremos, venía a hacer esto: a marcar la raya que conviene no cruzar. Sin embargo, quien escribe este artículo de entrada solo vio una preocupante (casi intolerable) invitación a apuntar hacia abajo.
La parte de razón objetiva de Pujol es cuando dice que la independencia "es muy difícil". Sí, es cierto que es muy difícil, pero su invitación a dejarlo estar "porque España es un estado muy poderoso" no indicaba dificultad sino imposibilidad. Yo creo que Pujol dice todo esto (“ahora que ya se puede decir”, precisa) porque cree que los políticos en activo no se atreven y él, en cambio, puede permitírselo: si alguien debía decirlo, prefiere decirlo él, que tiene menos que perder. Estilo "deixa de l’avi Florenci", para entendernos. Ya intentó decírnoslo Andreu Mas-Colell, que la cosa es “imposible”, pero como ya apunté en su momento, esta terminología me parece inmoral en democracia. Si no debemos creer que de manera democrática y pacífica todo es posible, si no debemos poder salir de esta a pesar de las violencias del Estado, incluso cuando estas son recurribles a la UE, incluso cuando toda la Unión Europa ha constatado los excesos antidemocráticos españoles, entonces no es que sea "muy difícil" sino que no merecemos ni soñarlo. Como me recuerda Boye a menudo, en Chile no tenían a “mamá UE” y ellos lo lograron igualmente. "Muy difícil", ¿president? En efecto. Pero difícil fue también para todas las naciones que antes se han independizado de un Estado tan “poderoso” como España y nosotros no somos menos nación que ellos. No lo somos, de ningún modo. Hasta aquí mi réplica al fondo del mensaje de Pujol, pero otra cosa es entender por qué lo dice.
Nadie (nadie) está autorizado para desmoralizarnos, para quitarnos las ilusiones y para decirnos que no somos capaces de algo que tantos otros han podido lograr
Pujol considera, seguro, que gastar energías por un lado hace que se pierdan demasiadas por otro: debe de estar comprobando cómo el PSC intenta apropiarse, con cierto éxito, del espíritu de “San Pancracio” que él mismo enarbolaba en sus primeros artículos políticos, y que le dieron la victoria inesperada en el año 80. Es cierto que Illa intenta apropiarse de esta (supuesta) centralidad, de la figura de San Pancracio, pero también es cierto que tener salud y trabajo no puede ser la ambición de ningún país. No es poco, claro, pero en modo alguno es un objetivo ilusionante. Si bien se trata de objetivos loables cuando se sale de una guerra o de una dictadura, de ninguna manera, pero es que absolutamente de ninguna de las maneras, lo son en una democracia madura y en el contexto europeo. San Pancracio no puede ir diciendo a Sant Jordi que deje estar al dragón, o a Santa Margarita que se deje tragar por el demonio. Puede recomendar, eso sí, prudencia e inteligencia. Puede ocuparse de hacer advertencias. Si ese es el mensaje, hacer las cosas de forma inteligente, no hay nada que objetar. Pero, ¡ey!: hacer las cosas. Terminar el trabajo. Apuntar hacia arriba.
Pujol es solo una voz. Una voz autorizada, pero una voz. Es un hombre mayor con experiencia, y lleno de buenas intenciones, un San Pancracio que circula por dentro de nuestro cerebro con un bastón y nos va diciendo todo el rato que tengamos cuidado y que él ya lo decía. No se trata de despreciarle, ni conviene ignorarle, ni siquiera hay que entrar a discutirle: lo que hace falta es saber que es solo una de tantas voces, y que hay otras, y que cada cual debe hacerse el resumen de todas las voces que suenan al respecto. Él tiene una voz autorizada, cierto. Más que autorizada, más que cierto. Por lo tanto, siempre será bueno escucharle. Pero una vez escuchado, conviene dejar claro que nadie (nadie) está autorizado para desmoralizarnos, para quitarnos las ilusiones y para decirnos que no somos capaces de algo que tantos otros han podido lograr. ¿Que ahora no toca? No lo sé, hablémoslo, esta discusión sí es interesante. ¿Que hay que hacerlo de una forma distinta? Hablémoslo también. Pero lo que seguro que no toca es decir que “nunca”. O que ni siquiera en quince años, y que, incluso así, ya veríamos. Esto no tocaba, president. Dejando a un lado si es más cierto o menos cierto, no tocaba: un político que diga la verdad es valioso, pero un político capaz de crear ilusión lo es mucho más. Sobre todo porque la verdad es relativa, pero la ilusión es concreta. De hecho, un político incapaz de crear ilusión es invotable. Y esto, que es precisamente lo que le falta a Salvador Illa, lo sabe perfectamente quien ganó tantas elecciones seguidas en Catalunya. Por lo tanto, no fotem.