A las evidencias me remito para afirmar que los grandes beneficiarios de la ley de amnistía aprobada por el gobierno de Pedro Sánchez son los policías que zurraron a diestro y siniestro a la ciudadanía catalana que el 1 de octubre quería votar. Sí, es esperpéntico, pero, por otra parte, completamente coherente con el modus operandi de las instituciones españolas. Si no todas, casi todas. Esto es España y, lo que es más importante, hasta aquí es donde llegan, incluso en un escenario democrático, todos los partidos españoles. Sí, todos; cuando menos, los que tienen representación en las Cortes españolas. Hay algunos que ponen oficio y mucha propaganda, otros no tienen necesidad de ser españolistas, ni unionistas o constitucionalistas de manera sobrerrepresentada, porque todo esto ya va en el paquete básico de ser español.

De hecho, durante todo el procés lo han demostrado demasiadas veces como para seguir pensando en que en un momento u otro cambiarán, eso no pasa ni cuando necesitan los votos. Si nos engañan porque no tenemos más remedio que entrar en el juego, a pesar de todas las prevenciones, es una cosa; si nos engañan porque queremos creer en su palabra o porque pensamos que han cambiado, no diré que nos merecemos lo que nos pasa, porque no se puede justificar de ninguna de las maneras, pero entonces tenemos un problema mucho mayor.

La ley de amnistía tan contestada por los sectores más ultras es ahora un potente instrumento en manos de la nación española para seguir preservando los valores antidemocráticos

En el caso del estado español, y eso no tiene que ver solo con el poder judicial, una cosa es lo que tendría que ser y otra la que es realmente, y esta segunda es la realidad con la que Catalunya choca una y una otra vez. Esto no pasa solo aquí, es una realidad objetiva en todo el mundo, la cuestión está en calibrar lo grande que es la distancia entre lo que es y lo que tendría que ser. Esta es la verdadera medida de la democracia o, como se dice ahora, de la calidad democrática de un país y sus instituciones.

La ley de amnistía tan contestada por los sectores más ultras, muchos de ellos también del PSOE-PSC, es ahora un potente instrumento en manos de la nación española para seguir preservando los valores antidemocráticos. Toda una lección que, por mucho que pueda parecer chapucera y vergonzosa —ciertamente, no a todo el mundo—, es muy efectiva. En España no le importa nada cómo está en el mundo, porque tiene el puesto bien agarrado, le da igual lo que diga Europa o que dé vergüenza ajena lo que hacen; lo que es central aquí es que los que seguimos sin derechos somos nosotros.

No tenía sentido que una ley que tenía que rescatar a las y los represaliados de la justicia española por lo que fue una confrontación política legal y democrática, tuviera en cuenta, o metiera en el mismo saco, a los que ejercieron las represalias en nombre del Estado. Ahora me parece que tiene un sentido muy claro: España, 1 - Catalunya, 0, un partido de vuelta de miseria, pero una victoria típicamente española.