Incluso el prototipo más clásico de cuñado catalán ha entendido lo importante que es, en política, construir un relato que justifique tus acciones. En vez de levantar un relato, sin embargo, la partitocracia catalana ha optado por construir una verdad extirpada de los hechos que justifique cualquier decisión que tomen, incluso las que serían contraideológicas. Por suerte, el Estado español siempre se encarga de derribar estos escudos retóricos con los que los partidos independentistas quieren taparse las vergüenzas. Esta misma semana, el Tribunal Constitucional ha resuelto un recurso de amparo del PSC que impediría a Carles Puigdemont y a Lluís Puig votar telemáticamente. No solo eso. Parece que el exconseller Francesc Homs tendrá que ir a juicio por haber autorizado en 2012 tres gastos que la Fiscalía relaciona con el procés. Esta causa ha sido archivada dos veces antes, al considerarse que los hechos no son delictivos, pero la Fiscalía, que trabaja incluso cuando dormimos, ha vuelto a recurrirlo.

Una vez entregados los votos, la política española no tiene ninguna obligación de cumplir las promesas, y por mucho que la política haga, los poderes españoles siempre están dispuestos a deshacer

La política del pacto con el Estado español, de la que los partidos independentistas quieren sacar rédito, siempre acaba en papel mojado. No solo porque, una vez entregados los votos, la política española no tenga ninguna obligación de cumplir sus promesas, sino porque, por mucho que la política haga, los poderes españoles siempre están dispuestos a deshacer. Hace poco más de una semana que fue aprobada la Ley de amnistía para la normalización institucional, política y social de Catalunya y resulta que nada se ha normalizado del todo. O sí, si tenemos en cuenta que, siendo una nación minorizada en un Estado como el español, la normalización pasa por que los poderes públicos de la nación mayoritaria no dejen nunca de trabajar por el bien supremo de la unidad de España. Los partidos de obediencia catalana se empeñan en creer que pueden religar políticamente lo que estructuralmente está pensado para destruirlos. Cada vez que procuran reivindicar alguna cesión española en nombre de la negociación, España les recuerda quién es el dueño del baile y así vuelve a girar la rueda: de la victimización al pacto, del pacto al momento en el que el Estado español hace de Estado español y pone a cada uno en su sitio, y vuelta a la victimización. Es así como la partitocracia independentista engrasa hoy sus campañas electorales.

Construir todo un discurso alrededor de la lógica de la negociación política con el Estado lleva, irremediablemente, a hacer pasar el conflicto nacional por el eje social y así empequeñecerlo

La cara deshonesta de todo esto —si es que hay alguna— es que, mientras la dinámica es esta, mientras gira la rueda que les permite hacer grandes proclamas sin comprometerse mucho, suavizan la fuerza de los ataques españoles. El jueves, Oriol Junqueras hablaba de la delegación de voto de Lluís Puig y Carles Puigdemont en estos términos: "En el Estado español, la extrema derecha también se expresa a través de los tribunales que prohíben el voto de los exiliados o de las porras de los policías que golpean a votantes". Construir todo un discurso alrededor de la lógica de la negociación política con el Estado lleva, irremediablemente, a hacer pasar el conflicto nacional por el eje social y así empequeñecerlo. El conflicto nacional es el que destapa que, en el fondo, toda lógica de negociación política con el Estado es ilógica de base si te haces llamar independentista.

El Estado español ha logrado que los propios partidos independentistas vendan al país la idea de que la macroestructura anticatalana se puede negociar políticamente

Contra los golpes de realidad españoles, parece que la estrategia de los partidos pasa por, o bien hacerse el sordo, o bien jugar a la maniobra de distracción. Resulta difícil creer que Junqueras, después de tantos años de militancia y política en ERC, esté convencido de que este discurso prestado de los Comuns sea el que más se acerca a la realidad de la política española y catalana. El problema de hacerse el despistado es que, si tus votantes no lo están tanto como tú, atisban las costuras de tu deshonestidad. Comín ha querido aprovechar el golpe en la mesa español bramando que "en el Estado español, los tribunales son la punta de lanza del autoritarismo", y Turull ha acusado al PSC de "negar lo que dicen las urnas". Es esta manera de denunciar artificiosamente en campaña lo que políticamente facilitan y justifican en los días ordinarios, lo que les resta —aún más— credibilidad. Critican la rueda que lubrifican y la propia crítica les sirve para seguir engrasándola. Procuran construir una realidad política paralela en la que su estrategia sea vista como una vía para el derribo del Estado, pero, cuando creen que por fin tienen algún éxito para lucir, España nos recuerda que el único éxito es el suyo. Con todos los poderes en contra, con los hechos descosiendo día tras día los relatos que cada uno pueda tejer, el Estado español ha logrado que los propios partidos independentistas vendan al país la idea de que la macroestructura anticatalana se puede negociar políticamente.