Cada vez que un español escribe o grita que esto de València es una puta vergüenza, una parte de mí se pregunta: ¿y qué os creíais qué pasaría? ¿Qué os pensabais exactamente que iba a pasar, después de tantos años de devastar esta tierra? Al tercer mundo no se llega por una desgracia natural, ni por unas elecciones, ni por un político. Al tercer mundo se llega progresivamente, con la complicidad de mucha gente, a base de destruir los cimientos de una sociedad, desde dentro y desde fuera. No puedes burlarte del paisaje y la lengua de Ausiàs March, convertir a un país bonito en un casino, y que no pase nada.
Puede parecer inoportuno salir con esto, incluso puede parecer abstracto y frío ante los muertos, pero si no se dice ahora después será peor. La historia de España empieza en València. Los valencianos siempre son los que pagan más porque viven en el trozo de tierra donde los inventores de la unidad política intentaron fundir a martillazos los pueblos catalán y castellano. Un señor de Masnou me contó cómo los republicanos que quedaron acorralados en el puerto de Alicante (la ciudad del senyor Mazón) se suicidaban pegándose un tiro en la cabeza cuando se daban cuenta de que no podrían escapar de los franquistas. "Yo no tuve cojones", me dijo todavía horrorizado.
Cuanto más se quiera forzar la unidad de España, más sufrirá València, siempre ha sido así. Es una puta vergüenza lo que ha pasado, pero ya era una puta vergüenza que la política autonómica estuviera dominada por los herederos de los que ponían bombas a Joan Fuster. También es una puta vergüenza que todo el mundo encuentre normal (o aceptable) que muchos valencianos tengan que emigrar a Catalunya para sentirse algo más en casa. Las desgracias de estos días han roto los pactos de la Transición que alimentaban el sistema político valenciano, pero aquellos pactos ya eran una puta vergüenza, y todo el mundo callaba.
Ahora quedaremos todos atrapados entre los muertos de estos días y los silencios de los últimos 40 años. Pedro Sánchez quería que el president Mazón pidiera ayuda al Estado para que no le dijeran que hacía un 155 contra la derecha y encima le colgaran los muertos, después de llamarlo dictador. Todo se va volviendo turbio y Sánchez ha pasado, en solo dos días, de parecer Francesc Cambó a recordar a Manuel Azaña. La corte de Madrid es bestia y sabe sacar lo peor de cada parte. En València lo hemos visto con la escena del Rey, que ahora los diarios quieren convertir en el nuevo mesías, a pesar de que puso en peligro la integridad física del presidente del Gobierno (del presidente salido de las urnas)
La única cosa buena que puede salir de la desgracia de estos días es que València se despierte y entienda que tiene que construir una política realmente potente, que sirva bien a sus intereses
España empieza en València, y la situación se volverá cada vez más dura si la desgracia se utiliza para fortalecer una unidad que se ha hecho a bofetadas, o para reivindicar unos Països Catalans que son una ilusión por la cual ningún partido de Barcelona ha luchado jamás. Los valencianos tienen que arreglárselas entre ellos, y preguntarse por qué sus instituciones han colapsado como las barracas del cuento de los tres cerditos. Nadie está en condiciones de sacarlos de la miseria, y menos el Rey, que está atado de manos y pies después de haber legitimado los varapalos contra los catalanes del 1 de octubre y la persecución de los políticos que convocaron el referéndum.
La cultura política valenciana se ha hecho con una combinación de indígenas deprimidos y de forasteros oportunistas muy nociva, que ha servido para laminar el conjunto de la democracia española. Lo único bueno que puede salir de la desgracia de estos días es que València se despierte y que entienda que tiene que tener una política realmente potente, que sirva bien a sus intereses. Si las elecciones americanas nos alejan más de Europa, la presión sobre València crecerá. Por eso es importante que los valencianos se sientan fuertes, y que no se dejen llevar por polarizaciones políticas externas.
Todos los catalanes estamos tristes por lo que ha pasado, y nos sentimos un poco impotentes. A pesar de las mentiras que dijeron los partidos independentistas, todo el mundo sabe que, bajo su gobierno, no se hubieran producido tantas muertes gratuitas como hemos visto estos días en València. Os acompañamos en el sentimiento, mientras algo nos dice que si no espabilamos acabaremos igual que vosotros. Desde que Puigdemont está en el exilio, las cosas no paran de empeorar. Y no es mérito de la vieja Convergència. Es que el país se nos va al garete y nos recuerda que las facturas del pasado se acumulan de una forma inquietante.
A todos nos conviene recordar que el patriotismo y el coraje son mejores cuando no hace falta airearlos después de una desgracia.