¿Qué sentido tiene que después de casi siete años de exilio plantando cara y burlando a una judicatura española que ha quedado en evidencia en toda Europa ahora Carles Puigdemont vuelva a Catalunya para dejarse detener? Porque esto es lo que sucederá cuando llegue para asistir a la investidura del nuevo president de la Generalitat —en este caso Salvador Illa, una vez que las bases de ERC han avalado el acuerdo con el PSC—, dado que el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena no solo no le ha aplicado la amnistía, sino que, desobedeciendo intencionadamente lo que establece la ley, se niega a retirar la orden de detención que pesa sobre él en cuanto cruce los Pirineos.
En algún momento de los últimos siete años el retorno del líder de JxCat habría tenido todo el sentido, pero en las actuales circunstancias políticamente no tiene ninguno, y menos si es con la excusa de estar presente en una investidura que no será la suya. Servirá, eso sí, para cumplir la reiterada promesa de regresar a Catalunya si le votaban que había realizado cada vez que se habían celebrado elecciones y que desde 2017 había incumplido sistemáticamente. Más allá de este aspecto, sin embargo, parece que el único motivo de su regreso ahora sea refregar a ERC que tenga la insensibilidad y la osadía de investir a un president españolista como el exministro de Sanidad mientras la policía detiene a un patriota catalán como él.
Todo ello en un contexto en el que a JxCat la alianza entre ERC y el PSC en el fondo lo ha cogido a contrapié, porque creía que no pasaría de ser un brindis al sol y, en cambio, se puede considerar que, en clave autonómica, es un buen acuerdo. Otra cosa es que la aplicación genere muchas dudas y que, visto cómo ha evolucionado la sociedad catalana en los últimos años, en los que la centralidad del catalanismo se ha desplazado claramente del autonomismo al independentismo, se trate de un pacto que entre 2010 y 2017 habría podido ser excelente, pero que ahora queda totalmente desfasado. A pesar de todo, a la formación de Carles Puigdemont le cuece no ser ella la hacedora de la entente, porque, si hubiera podido, habría hecho exactamente lo mismo que tanto critica del partido dirigido provisionalmente por Marta Rovira.
En algún momento de los últimos siete años el retorno del líder de JxCat habría tenido todo el sentido
Dejarse detener en este escenario, pues, parece que solo sea para montar el numerito una vez que el partido y su líder se han quedado sin opciones reales de protagonismo en la nueva etapa política que se abre. Y, obviamente, para poner el dedo en el ojo a ERC y señalarla como la responsable de todos los males que con Salvador Illa presidiendo la Generalitat caerán sobre Catalunya. De hecho, antes de regresar, el propio 130.º president de la Generalitat no se ha guardado de disparar abiertamente contra ERC e incluso de culpar de su detención directamente a los afiliados que han avalado la alianza con el PSC. Una táctica tan cuestionable como indigna, con la que JxCat intentará desestabilizar en lo posible a la formación republicana aprovechando el grueso de la militancia que hay contraria al acuerdo y en la que cuenta con el apoyo de altavoces como la Assemblea Nacional Catalana (ANC), que desde que la preside Lluís Llach se ha convertido en la correa de transmisión de su rechazo a que un candidato, dicen, del 155 se instale los próximos cuatro años en el palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona. Como si el líder del PSOE, Pedro Sánchez, que en 2017 apoyó explícitamente a Mariano Rajoy en la aplicación del artículo 155 de la Constitución para intervenir el autogobierno de Catalunya, no siguiera en la Moncloa gracias a los votos de JxCat.
Con todos estos ingredientes, el único interrogante sobre el retorno de Carles Puigdemont es si llegará al Parlament de incógnito y podrá asistir a la investidura del aspirante del PSC al amparo de la protección que le ha garantizado el nuevo presidente de la cámara, Josep Rull, o si se hará detener así que ponga el primer pie en Catalunya para revestir de mayor grandilocuencia su regreso. En este último supuesto, puede ser que se retrase unos días el pleno de investidura, como parece que están dispuestos a hacer, aparte de JxCat, la propia ERC y los miembros de Comuns Sumar —y que de paso estropee las vacaciones de los ilustres diputados—, pero no es previsible que ocurra mucho más. Sobre todo porque esta vez los únicos que se movilizarán serán los suyos y no, a pesar de lo que querría, las decenas de miles de catalanes que lo hicieron hasta 2017 y que después han quedado desengañados por el comportamiento de las fuerzas políticas —JxCat, ERC y la CUP— que se suponía que les representaban. Muestra del capital político que en este tiempo ha derrochado un dirigente como el 130.º president de la Generalitat, que lo había llegado a tener todo a favor.
Y sin olvidar que el exalcalde de Girona efectuó otra promesa: que si finalmente no podía ser él el elegido para presidir de nuevo Catalunya se retiraría de la política activa. Una acción de esas que se hacen para que los aduladores del líder salgan en tromba a suplicarle que se lo repiense y que se quede, como corrió a hacer Antoni Comin subrayando que todavía le quedaba cuerda para un buen rato. Que ahora se deje detener y encarcelar —entregándose al enemigo español, como censuró que lo hicieran Oriol Junqueras y compañía tras el fiasco de octubre de 2017— es, por tanto, la evidencia de cómo ha quedado fuera de juego y de cómo no solo ERC, sino también JxCat, tendrán que realizar, cada uno por su cuenta, las particulares travesías del desierto para tratar de salir de los atolladeros respectivos en los que les ha colocado el último ciclo electoral. Eso o dejar paso a otras formaciones y a otros líderes, que no se sabe si están ni si estarán ni cuándo estarán, que retomen el camino que ellos no quisieron completar.
El espíritu del retorno de Carles Puigdemont se corresponde, en definitiva y salvando las distancias, con el mismo que amara una de las creaciones más destacadas del escritor irlandés Samuel Beckett, Esperando a Godot, publicada en 1952 y representada por vez primera en Catalunya en 1965 en Lleida, y considerada una de las obras capitales del conocido como teatro del absurdo. Pues eso, y más teniendo en cuenta que en realidad Godot no acaba de llegar nunca, el regreso en estos momentos es de lo más absurdo.