Los sentimientos de angustia y resentimiento empujan a la gente a adherirse a los populismos de derechas y avivan el odio y "acumulan pérdida de solidaridad, cordialidad y empatía". Es una de las bases del nuevo y decididamente reconfortante libro del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, un breve ensayo halagüeño (lejos de ser una simple motivación) que ha publicado Herder y que ha nacido para recordar que los optimistas son gente cerrada, porque no dejan espacio para que las cosas puedan ir mal, satisfechos como están siempre del "todo irá bien". No, todo no irá bien, todo irá como irá, pero las personas con esperanza dejan margen para la novedad, para la posibilidad. Byung-Chul Han, con una prosa embarazada de esperanza de la primera a  la última página —no estamos acostumbrados a un ensayo tan intensamente luminoso—, evoca verdades como templos: con miedo no se avanza, ni se innova, ni hay movimiento, ya que "el miedo cierra las puertas a lo que es diferente" y, en cambio, "la esperanza es la única que hace que nos pongamos en camino, brinda sentido y orientación, mientras que el miedo imposibilita la marcha. San Pablo ya lo decía: la negatividad es inherente a la esperanza".

En el pequeño volumen, este autor insiste en que no es lo mismo pensar con esperanza que ser optimista. El optimista vive en un tiempo cerrado. La esperanza, en cambio, es "la obstetricia de lo que es nuevo": sin ella no hay resurgimiento ni revolución, añade Byung-Chul Han. Citando al gran pensador de la esperanza, Jürgen Moltmann, aclara que desde una perspectiva cristiana, "la esperanza no tiene su sede en la inmanencia de la acción, sino en la trascendencia de la fe". También evoca el pensamiento de Ernst Bloch en el Principio Esperanza (a quien le reconoce una esperanza robusta y rebelde) y la experiencia del político Václav Havel cuando, reflexionando sobre el tiempo pasado en prisión, decía en una entrevista que "la esperanza no es un pronóstico" y que "la esperanza no es optimismo, no es el convencimiento que alguna cosa saldrá bien, sino que tiene sentido, al margen de cómo salga después". Es, pues, una dimensión anímica, espiritual, no una herramienta de cálculo mental. El pensador Han introduce una reflexión sobre la inteligencia artificial, tildándola de incapaz de pensar ni tener esperanza precisamente porque no tiene amigos ni amantes: "no sabe qué es el eros ni anhela lo diferente". En esta visión del pensador Han, definitivamente la más espiritual que ha escrito hasta ahora, resiste de manera perenne un hilo de pensamiento: la esperanza como claridad. A quien tiene esperanza, el mundo se le presenta bajo una luz totalmente diferente.