Todo el mundo tiene derecho a recordar lo que le venga en gana y le convenga más. En las últimas semanas, por ejemplo, los periódicos llenan páginas y páginas para recordar el 25 aniversario de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Les confieso que del verano de 1992 sólo conservo en la memoria un acontecimiento de tipo personal, sin ningún interés para ustedes pero que para mí fue muy importante. De los Juegos Olímpicos no me acuerdo de nada, porque este tipo de eventos no me interesan lo más mínimo. Con el Mundial de Fútbol de 1982, el del Naranjito, me pasó algo parecido. Tampoco recuerdo nada, salvo una circunstancia, nuevamente personal, que tenía que ver con mi salud.
Los hechos que conmemoramos dicen más sobre la forma de pensar de las personas que los conmemoran que sobre los eventos a celebrar. Conmemoramos desde el presente y es por eso que las conmemoraciones, cuando pasan por el tamiz del presente, adquieren la carga política de quien ha hecho la elección. No es lo mismo conmemorar los Juegos Olímpicos desde la feliz autocomplacencia posmaragallista que mirar atrás hacia el 92 y ver cómo entonces empezó a despuntar una generación de jóvenes, moderados ideológicamente pero radicalmente independentistas, algunos de los cuales tienen hoy responsabilidades en el Ejecutivo de Carles Puigdemont.
La campaña “Freedom for Catalonia” ha tenido su repercusión posteriormente
Si admitimos que la Barcelona actual no se explica sin el impacto de los Juegos Olímpicos, a pesar de que aquel evento no importara a gente como un servidor, también tendremos que concluir que la campaña “Freedom for Catalonia”, que organizaron entidades como la Crida a la Solidaritat y Òmnium Cultural, ha tenido su repercusión posteriormente. Repasen ustedes los nombres de los jóvenes activistas de entonces y compárenlos con los nombres de algunos dirigentes políticos de hoy y me darán la razón. A pesar de que los organizadores de la campaña “Freedom for Catalonia” eran principalmente jóvenes entonces próximos a la JNC —Joaquim Forn, Marc Puig, Toni Rovira o Marc Prenafeta—, también estaban implicadas personas que con el tiempo tendrían o tienen relevancia y que se encuadraban en la Crida a la Solidaritat que dirigía Àngel Colom —entre otros Tomeu Marí, Joan Manuel Tresserras, David Madí, Jordi Sánchez, Jordi Galves o Pere Martí, actual jefe de prensa del presidente Puigdemont. La semilla que aquellos jóvenes plantaron en el Estadio Olímpico el día del aguacero y la pitada contra el Rey es hoy indudable.
Los Juegos Olímpicos fueron un éxito, pero las detenciones de junio y julio de 1992 de 45 militantes independentistas y las torturas, probadas y que el juez Baltasar Garzón se negó a investigar, al cabo de los años también impactan en el presente. Claro que entonces el Ministro del Interior no era un derechista opusdeísta como Fernández Díaz, sino José Luis Corcuera, un exsindicalista de UGT, implicado en la trama terrorista de los GAL, sufragada con fondos públicos. Se libró judicialmente de todo aquello en 2005 y hoy en día se pasea por algunas de las tertulias más piojosas de Madrid. Todo aquello acabó pasando factura a un PSOE que ahora vuelve a caer en manos de la lógica represiva por falta de alternativa y de coraje.
Los Juegos Olímpicos fueron un éxito, pero las detenciones de independentistas y las torturas, probadas y que Garzón se negó a investigar, también impactan en el presente
No oso mencionar nombres de independentistas para ahorrar disgustos a los mencionados, ya que la nueva táctica represiva del Estado es cazar uno a uno a los independentistas ante la indiferencia de los que apelan a la Constitución y a la legalidad todos los días. Incluso hay articulistas que viven muy bien y que no corren ningún peligro por exhibir a cara descubierta su unionismo, que se permiten el lujo de denunciar que Cataluña está sometida a “la creciente acritud verbal del independentismo”. ¿Qué quiere esta gente? ¿Que los soberanistas callen y se tomen con fair play que el Estado les quiera arruinar la vida? La mirada de los articulistas no puede ser jamás indiferente. Hay estados de excepción que no hay necesidad de proclamarlos oficialmente y contra los que hay que estar por una simple cuestión de dignidad democrática.
No es necesario contar con una comisión parlamentaria para constatar la persecución arbitraria e ilegal de las cloacas del Estado, con el ministro Jorge Fernández Díaz al frente, contra el soberanismo. Y lo peor es que en Catalunya el PP tiene sus cómplices. Joan Coscubiela y Lluís Rabell, por poner dos nombres de exaltados unionistas de la izquierda, se apuntan al linchamiento gubernamental de personas y reputaciones simplemente porque discrepan de ellos. El señor Xavier Trias aún espera que Ada Colau, la socia barcelonesa de Pedro Sánchez vía Jaume Collboni, le pida perdón por haber dado crédito a la campaña contra él y sacar así un rédito político para ella. La democracia no es una teoría, es una práctica que los extremistas de derecha, el PP, y de izquierda, Catalunya en Comú, no saben respetar.
El Estado ha puesto en marcha un estado de excepción encubierto en Cataluña
El Estado ha puesto en marcha un estado de excepción encubierto en Cataluña. Las nuevas medidas de control sobre el Ejecutivo catalán son inadmisibles, porque son políticas y no presupuestarias, si bien son más folclóricas que reales. Lo que hay que reprochar a la oposición es que no se ponga al lado del gobierno Puigdemont por mero partidismo. Todos elegimos a quien consideramos “amigos para siempre”, como cantaban a dúo Sarah Brightman y Josep Carreras aquel verano de 1992. Las autoridades españolas nos roban la política y la democracia y nadie puede argüir que esa anomalía no le concierne.
Carl Schmitt, el jurista nazi que se inventó el concepto de estado de excepción, estaría contento si pudiera ver qué está pasando en Cataluña en estos momentos. La democracia liberal ha tenido muchos adversarios teóricos y prácticos en España. El siglo XX sufrió las consecuencias de ello. A la izquierda se sitúan todas las corrientes marxistas, anarquistas y populistas que la han despreciado por burguesa o por estar en manos de la casta. A la derecha, han desconfiado de la democracia aquellos que han considerado que el pluralismo, del tipo que sea pero en especial el nacional, genera divisiones artificiales en un cuerpo natural y unido como es el Pueblo. El Pueblo español, claro, según los nacionalistas que mandan en Madrid.