El industrial que llevo dentro por culpa de los más de treinta años fabricando frascos de cristal para perfumería en el Masnou, se resiste a bajar la guardia y relajarse. Ser industrial del cristal es casi como ser periodista: 24 horas al día, 365 días el año. Los hornos no paran, las noticias tampoco. Los que practicamos estos nobles oficios, estamos siempre con el corazón en un puño. Pero por primera vez en muchos años, tengo la sensación que nos espera un año bueno y podremos, cuando menos, relajarnos de vez en cuando un poco más.
Primero fue la covid, que provocó en el 2020 un ERE en nuestra fábrica de tres meses con paro total de los hornos y una caída de los pedidos del 50%. Después fue la subida estratosférica del gas en 2022 por culpa de la guerra de Ucrania, que nos obligó a pagar el gas durante meses hasta diez veces más caro y que también nos forzó a subir precios más en un 60%. Y ahora, durante el 2023, ha sido ver cómo, poco a poco, la demanda iba disminuyendo. Podría tener la tentación de dibujar un panorama desolador para el 2024, pero en realidad estoy tranquilo y esperanzado. Digo eso hablando de manera irracional, no busco dar argumentos. Vaya, que tengo buenas vibraciones.
La sensación es que hemos sobrevivido al Harmagedon, y que venga lo que venga, lo podremos encarar. Pero quizás me siento particularmente optimista porque el sistema político y económico europeo ha reaccionado con solvencia a las sucesivas oleadas de catástrofes. Ante la covid, en un par de semanas, hubo créditos blandos, avalados por el Estado, que permitieron hacer frente a los pagos y no romper la cadena de financiación cliente-proveedor. Durante la subida del gas, hubo, en poco tiempo, contratos de gas a largo plazo a precio razonable que tranquilizaron los mercados. Al mismo tiempo, sindicatos, patronales y el gobierno del Estado establecieron criterios de repercusión de la inflación a largo plazo, evitando, al menos hasta ahora, la tan temida espiral inflacionaria. Los bancos centrales han ido subiendo moderadamente los tipos de interés para evitar castigar en exceso el crédito y, al mismo tiempo, combatir la inflación. El banco central europeo ha inyectado liquidez para no sufrir. En general, la ortodoxia económica ha dado sus resultados. Hemos seguido recuperándonos, creciendo, y dando empleo. Cuando menos, hasta ahora.
Dejadme tener fe en una Europa política, discreta y eficaz, que nos ha protegido, hasta ahora, de la bestia fría de la estanflación, y lo seguirá haciendo
Falta saber si en 2024, suponiendo que la inflación se vaya moderando, la demanda aguantará sin desplomarse catastróficamente, como sí que se desplomó en el 2008. Todo hace pensar que todavía hay bastante dinero entre la gente para evitar pánicos repentinos que paren drásticamente el consumo y la inversión y provoquen la tan temida estanflación. La palabra asusta, y con razón, porque quiere decir que se producen, al mismo tiempo, inflación y caída de la actividad con incremento del paro. Es decir, que si entráramos en estanflación, nos convertirían en la nueva Argentina. Y aquí no hay consenso entre los economistas para encontrar una salida sin hacerse daño. Ya me perdonaréis que os maree con estas palabrotas. Realmente "estanflación" suena a insulto del capitán Haddock.
Resumiendo, lo que digo es que, psicológicamente, los industriales y los empresarios en general, empezamos a estar un poco curados de espantos, y eso nos permite pensar en un futuro moderadamente no pesimista. Si muchos otros agentes económicos acaban compartiendo esta sensación, es probable que, de manera sorprendente, encaremos un cierto periodo de prosperidad en Europa. La economía de mercado es, aunque no lo parezca, a menudo muy poco racional. Las cosas pueden funcionar, si no nos pasamos el rato diciendo que no funcionarán. O dicho al revés, si vamos diciendo que no funcionarán sin argumentos racionales de más peso, es probable que estamos ante profecías autocumplidas y acabemos provocando nosotros mismos la crisis.
Dejadme acabar con una idea atrevida. Me gusta ser europeo. Políticamente europeo quiero decir. Tengo la sensación que sin Europa no hubiéramos podido encarar los problemas de la covid, la guerra y el gas. Ahora que nos hartamos de discusiones políticas identitarias, necesito reivindicar el papel callado y eficaz de nuestra vieja Europa. Me diréis, con razón, que sigue teniendo muchos retos pendientes. Pero permitidme que disfrute irracionalmente estos días de la dulce sensación de tener unas instituciones que inspiran confianza, más allá de como de lejanas y complicadas pueden parecer. Dejadme tener fe en una Europa política, discreta y eficaz, que nos ha protegido, hasta ahora, de la bestia fría de la estanflación, y lo seguirá haciendo. Al menos durante este 2024.