¿Sabías que la productividad cada vez crece menos? Sí, ¡parece un contrasentido en plena era de la inteligencia artificial, el cloud, los coches autoconducidos y las reuniones con Zoom! El tema no tendría tanta importancia si no fuera porque la productividad es un índice de referencia para temas como los salarios. En un mundo asustado porque ordenadores y robots terminen con los puestos de trabajo de mucha gente, ¡todo esto parece un sinsentido!
De hecho, este no es un tema nuevo, quien lo popularizó fue el premio Nobel de Economía Robert Solow en 1987, diciendo "You can see the computer age everywhere but in the productivity statistics". Han pasado unos cuantos años desde 1987 pero lo que se ha denominado la paradoja de Solow sigue allí. Tanto es así que el año pasado dos economistas de CaixaBank, Oriol Carreras y Adrià Morron, elaboraron un estudio precisamente sobre este tema del que hemos extraído este gráfico:
¿Sorprendido? Seguro que te preguntas por qué tenemos una productividad decreciente. De hecho, es el resultado de cómo se mide. La productividad es el valor en unidades monetarias –el precio de las cosas– dividido por los costes totales necesarios para producirlas. Ya os podéis imaginar el problema. Si un televisor en blanco y negro en 1956 costaba 30,000 pesetas – 7,000 euros a precios ajustados de hoy – y hoy un televisor equivalente cuesta unos 300 euros y además los sueldos han subido, nos encontramos con que el crecimiento de la productividad es negativo.
La revolución digital ha empeorado el creixament de la productividad
¿Sorprendido? Seguro que te preguntas: ¿por qué tenemos una productividad decreciente? De hecho, es el resultado de cómo se mide. La productividad es el valor en unidades monetarias - el precio de las cosas - dividido por los costes totales necesarios para producirlas. Ya os podéis imaginar el problema. Si un televisor en blanco y negro en 1956 costaba 30,000 pesetas - 7,000 € a precios ajustados de hoy - y hoy un televisor equivalente cuesta unos 300 € y además los sueldos han subido, ¡el crecimiento de la productividad es negativo!
No sólo eso, sino que la revolución digital ha empeorado mucho este problema. Hoy en día todos llevamos un Smartphone, que es caro, sin duda, pero es el equivalente a una cámara + un teléfono + una libreta de notas + una agenda + un reloj + un despertador + una radio + un aparato de música + una enciclopedia... Claro, si lo sumamos todo y ajustamos a precios de hoy, el Smartphone a pesar de ser caro ¡es mucho más barato que todo esto junto!
A ello se añade el hecho de que muchos de los servicios que utilizamos habitualmente son gratuitos, como Google Maps, en buena parte los diarios, mucha de la música, los diccionarios y las enciclopedias, etc. Todo esto existía y formaba parte de la productividad, pero ahora como que no pagamos por nada de eso, ya no.
Hay más factores como la ingeniería fiscal que sitúa el máximo valor posible en paraísos fiscales para no pagar impuestos desvirtuando el cálculo de la productividad o qué pasa cuando la calidad de un producto sube mucho pero no su precio o los trabajos no remunerados salarialmente. Nada de eso cuenta para la productividad. Es obvio que tenemos un problema en su cálculo. Este es un tema donde hay mucha discusión, pero pocos acuerdos.
Pero todo esto contrasta y mucho con lo que tenemos ante nosotros, evidencias como Google, Apple, Facebook, empresas de Cloud como Amazon Web Services (AWS), ... con muy pocos trabajadores (por ejemplo 44.940 Facebook, 12,700 Airbnb, 25,000 AWS ) y que ganan mucho dinero con negocios digitales. Está bastante claro que la productividad de estas empresas es enorme y ¡no se podía ni soñar hace tan solo 50 años!
La estadística esconde la diferencia entre la productividad de las mejores empresas y la de las normales
Este es quizás el secreto que esconde la estadística. La enorme diferencia entre la productividad de las mejores empresas y la de las normales.
La pregunta más interesante es, pues: ¿qué podemos hacer para estar entre las mejores? Entre las que la tecnología nos hace mejorar radicalmente nuestra productividad. Dejadme ilustrarlo con una experiencia personal que probablemente os sonará familiar.
Hace muchos años estaba de director de Informática y Organización de un banco boutique (ahora esto se llama CTO) y una de las cosas que más hacíamos era la transformación digital de los procesos del banco. Tomemos uno, por ejemplo, el proceso de concesión de créditos y préstamos. Es un proceso que comenzaba con un cliente pidiendo un crédito, un préstamo o una hipoteca. Se le abría un expediente donde se recopilaban todos los papeles y una ficha con las informaciones propias del banco. De ahí iba al comité de créditos de la oficina que informaba de su juicio, quedando reflejado en el informe de la oficina. Si todo esto era favorable, pasaba a la comisión de créditos del banco (era un banco pequeño y no teníamos regional) donde se hacía otro informe y se aprobaba, se pedía más información o se denegaba. Todo ello llevaba una cantidad de papel enorme que corría arriba y abajo con unos grandes carros - de diseño, claro - llenos de informes de todas las oficinas, ¡era realmente curioso de ver!
Hace unos veinte años la transformación digital de este proceso consistió en introducir los informes de las oficinas y los del comité de créditos en el ordenador y permitir que muchos de los papeles y un primer credit scoring se realizaran automáticamente. Los papeles y el carrito para llevarlos seguían allí. Esto, sin embargo, no es lo más relevante.
Mirémoslo desde el punto de vista de la productividad. ¿Hemos ganado productividad? De hecho, el número de operaciones que el sistema procesa es el mismo antes que después porque no había saturación y el tiempo que se ganaba imprimiendo estados consolidados en vez de imprimirlos uno a uno no era considerable. Tampoco las ganancias que proporcionaba el credit scoring, tal vez mejoraban un poco la calidad y las ratios, pero no la productividad. Finalmente, las decisiones eran tomadas por grupos de ejecutivos de la organización a quienes los datos agregados, aunque les facilitaban el trabajo, tampoco les suponía ningún cambio radical en la productividad ni en el tiempo medio de concesión de una operación. Eso sí, aunque se hacía con recursos internos, diseñar, desarrollar y poner en funcionamiento las aplicaciones informáticas requería de unos recursos no menores. Si lo contamos todo, ¡probablemente estaríamos en un caso de productividad negativa!
Esta no es una situación extraña sino bastante habitual. ¿Qué ha pasado? ¿Qué estamos haciendo mal? Si os fijáis, el número de etapas del proceso es el mismo, el cuello de botella es la reunión de los grupos y no hay ningún tipo de saturación en medio, por lo tanto, no hay mejora en la productividad.
Lo que tendríamos que hacer si quisiéramos aumentar la productividad es repensar el proceso, transformarlo
Lo que tendríamos que hacer si quisiéramos aumentar la productividad es repensar el proceso, transformarlo. ¿No hay créditos que se puedan conceder automáticamente? ¿No hay informaciones adicionales que se puedan pedir automáticamente? ¿No hay operaciones que se puedan denegar automáticamente? Una respuesta afirmativa a cualquiera de estas preguntas haría mejorar la productividad y mermaría la pila de papeles que iban arriba y abajo. Si hiciéramos desaparecer los papeles y pudiéramos pasar aún más decisiones al sistema y que éstas fueran automáticas, incluso instantáneas, entonces mejoraríamos también el tiempo de concesión de las operaciones.
No se trata de utilizar los ordenadores, la IA y el Cloud para hacer lo mismo que hacíamos antes, pero con ordenador, IA o Cloud, sino de hacerlo diferente o ¡hacer cosas que antes no habríamos ni soñado poder hacer!
Se trata de inyectar el mayor cambio posible. ¿Cómo? Empezando por copiar, y haciéndolo mejor, no de los que lo hacen un poco mejor que tú, ¡sino de quienes lo hacen enormemente mejor que tú!
Esteve Almirall
Profesor titular de ESADE en el Departamento Operaciones, Innovación y Data Science. Director del Center for Innovation in Cities de ESADE