Pablo Iglesias no salió del Congreso como presidente de Gobierno. Su moción de censura fracasó y con ella su propuesta de país, pero sólo desde el punto de vista de la aritmética. Que Podemos no sumara los votos suficientes para echar a Mariano Rajoy no significa que el conjunto del arco parlamentario celebre las políticas de este Gobierno, ni sus escándalos de corrupción, ni sus manejos con la Fiscalía y la Justicia.
Otra cosa es la conveniencia, la táctica, la oportunidad, el momento y los intereses partidistas. Pero hay que ser muy entusiasta de la causa popular para defender que la censura –por muy frustrada que concluyera– refuerza a un presidente que tuvo que escuchar, por primera vez en sede parlamentaria una exhaustiva radiografía de la España del trinque y la indecencia aderezada con la lista alfabética de los casos de corrupción con los que altos dirigentes del PP saquearon las arcas públicas.
Igual España no está en marcha, como dijo Irene Montero haciendo suyo el poema de Celaya, pero lo que sí ha cogido velocidad es la izquierda, tras dos días de intenso debate con Iglesias en el centro de la escena y lanzando guiños a la socialdemocracia. Hoy nadie puede asegurar ya que la Legislatura vaya a ser ni plácida ni larga porque, de momento, la izquierda ha dejado de tirarse los trastos; porque decir Podemos ya no es, en el PSOE, sinónimo de populismo, chavismo o radicalismo; porque Iglesias ha pedido disculpas por los errores cometidos y porque el debutante Ábalos –en ausencia de Pedro Sánchez– ha agradecido el tono y el gesto como paso previo a una incipiente colaboración para construir una mayoría alternativa en el Congreso.
Los jóvenes “podemitas”, además de manifestarse en las calles, son capaces de calzarse una americana, subirse a la tribuna, bajar el tono unos cuantos decibelios y hacer parlamentarismo del bueno
Algo se mueve. Y lo veremos aunque ahora sea pronto para adivinar si lo que esconde la nueva oferta de acuerdo de Iglesias al socialismo se traducirá en otro abrazo del oso, en una segunda moción de censura o en un futuro matrimonio de conveniencia para después de las próximas elecciones.
Hasta entonces parece obvio que PSOE y Podemos –por motivos distintos– han enterrado el hacha de guerra, que al renacido secretario general de los socialistas no le produce urticaria -como al Viejo Testamento de su partido- sentarse a negociar con Iglesias, que ambos se miran de reojo y que coinciden en que el camino a seguir es el del gobierno portugués.
Así que, sí, la moción de censura habrá fracasado numérica, pero no políticamente. Porque gracias a la inestimable colaboración de Rajoy, Iglesias remonta el vuelo y cumple su objetivo de medirse a solas con el presidente del Gobierno para que los españoles visualicen que los jóvenes “podemitas”, además de manifestarse en las calles, son capaces de calzarse una americana, subirse a la tribuna, bajar el tono unos cuantos decibelios y hacer parlamentarismo del bueno. Esto, además de sacar a Rajoy de su zona de confort y hasta de sus casillas, tras comprobar que la nueva política no es una moda pasajera y que para hacer una buena faena parlamentaria y arrinconar en el ring al adversario no es preciso sumar trienios en la vida pública, como demostró Irene Montero, cuyo papel en la defensa de la moción le consagró como figura emergente.
Ahora sólo falta esperar a que el PSOE se recomponga en su congreso del próximo domingo y que Pedro Sánchez sea capaz de encontrar un lugar en el universo político desde el que compensar el papel de jefe de la izquierda parlamentaria que esta semana le robó Iglesias. En ello está.