Una emocionada Ida Vitale decía en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, al recoger el Premio Cervantes de manos de Felipe VI, que más que leer un discurso, lo que le hubiera gustado era “abrazar” y decir cosas que le salieran del alma.
Cuando habla el alma no hay impostura, ni farsa, ni táctica, ni finta. Llega sin permiso e inunda la palabra. No mancha. No miente. Todo es blanco y limpio. Nada más lejos de lo que hemos visto en los debates electorales. Todo sucio. Todo bronco. Todo negro. Verdades a medias. Mentiras completas. Las campañas electorales son eso. Una guerra. Un cuerpo a cuerpo. Un lanzamiento de cuchillos. Se habla sobre todo con las tripas. La memoria no alcanza a recordar en esta nueva política palabras que salieran del alma. Tampoco cuando hablan de pensionistas, de dependientes, de desahuciados, de parados, de trabajadores precarios… Si acaso, cifras.
Y no hay una rebelión cívica. Nos tragamos dos debates de palabras gruesas, de insultos, de “a mi no me señale con el dedo”, de “es mi turno para la mentira”, de interrupciones, de una sobreexcitación desbordante y maleducada, de gestos y expresiones impropios de quienes aspiran a gobernar este país.
En el olvido, el mirlo blanco del centro político y el Ibex 35. Aquel político de buenas maneras y mejores palabras, que se creyó imbuido por el espíritu de Suárez
La palma, sin duda, se la llevó Albert Rivera. Encarado, desquiciado y faltón repartió a diestra y siniestra echando por la borda lo que los trabajos demoscópicos calculan que pudo robar a Casado en el primer asalto en TVE. Allí fue otro. No es que hablara con el alma, pero el perfil bajo de su oponente de bloque le convirtió por dos horas en el líder de una derecha que compite a cara de perro por los votos. Tan arriba se vino con las crónicas y los tuits de los barítonos mediáticos que le jalean cada acierto ―y también cada patinazo― que se pasó de frenada e hizo suyo el “gamberrismo” que Casado ha practicado en esta campaña hasta que la televisión le apaciguó por dos días.
Y, luego, llegaron los vídeos y las capturas con sus espasmódicos movimientos, la mirada perdida y esa frente sudorosa. En el olvido, el mirlo blanco del centro político y el Ibex 35. Aquel político de buenas maneras y mejores palabras, que se creyó imbuido por el espíritu de Suárez y al que sus adversarios etiquetaron después de “derecha aseada”, dejó la imagen menos aviada de esta campaña. Y todo por hacerse con el liderato de un bloque que, de llegar al poder, tendrá que gobernar necesariamente con el neofranquismo de Vox.
Fuera por las encuestas que maneja, por las tripas con las que habla, por un asesoramiento erróneo o porque la sonrisa se imposta pero la ansiedad no es fácil controlarla, con su último debate ha podido trasvasar al PP o a Vox mucho voto. Lo seguro es que en los despachos de las grandes empresas anden buscándole sustituto/a. Y Arrimadas hace tiempo que calienta la banda.