La derecha ya está en marcha y la izquierda se lame las heridas. La debacle electoral ha reabierto las hostilidades en el socialismo, y no precisamente a cuenta de un análisis compartido sobre los porqués de su hundimiento, sino para ver a quién endosan la responsabilidad de lo ocurrido. Mientras en el PP ya hablan de un reparto de consejerías, en el PSOE siguen en lo interno. Que si Sánchez y sus amigos del independentismo; que si Díaz y su anodina campaña; que si una gestora para Andalucía; que si hay que tomar la federación andaluza por asalto…
El caso es que a José Luis Ábalos no le interpretaron mal los periodistas cuando mostró a Susana Díaz la puerta de salida tras la hecatombe electoral en Andalucía, entre otros motivos, porque tras él, desde La Moncloa y desde la dirección federal, otros interlocutores entonaron el mismo discurso y porque todos los titulares dieron por activada una operación desde Ferraz contra la presidenta andaluza, y nadie rectificó una coma.
No había lugar a interpretaciones porque el mensaje era nítido: el PSOE andaluz tiene que regenerarse, tomaremos las riendas de la negociación postelectoral, y el proyecto político del sur no puede ser distinto al que representa Pedro Sánchez. Esto dijeron y esto subrayaron desde cualquier rincón de la oficialidad del “sanchismo”, desde donde no descartaron incluso la creación de una gestora para la federación andaluza.
A estas alturas Díaz debería saber ya que donde Pedro Sánchez pone el ojo, pone la bala y que lo de matar siempre al mensajero es un recurso tan viejo como falaz para salir al paso, y que en su caso hasta ofende a la inteligencia porque es sabido que ella misma telefoneó hecha una hidra a Sánchez para quejarse de las palabras de Ábalos.
Todo este revival de los tiempos más cainitas del socialismo ha ocurrido sin que el presidente del Gobierno haya dicho aún una palabra en público
No hay mayor ejercicio de impostura que el que la sultana venida a menos hizo ante los micrófonos de la Cadena Ser pocas horas después de que el “sanchismo” activara la versión andaluza de la “operación Tomás Gómez”, que para los que no recuerden fue la destitución fulminante del ex secretario general de Madrid y la toma de la sede madrileña por el aparato federal a tres meses de unas elecciones.
El escenario más previsible, tras el 2-D, es un acuerdo PP-Cs-Vox para que el gran perdedor de las elecciones, Juan Manuel Moreno, presida la Junta, si bien ningún otro escenario puede descartarse. Ninguno es ninguno. Todo está abierto y todo en movimiento, pero tampoco se debe desdeñar la posibilidad de que se repitan las elecciones. Y en ese caso, Ferraz se ha conjurado para que Díaz no vuelva ser cartel electoral en ningún caso.
Lo que ha hecho la dirección federal, tras la airada protesta de los barones que no quieren una nueva batalla interna a seis meses de sus elecciones, es cambiar el ritmo y reducir la velocidad, pero en ningún caso cambiar la estrategia ni desviar el objetivo. Díaz sigue en el punto de mira. Tan sólo le han dado una tregua hasta que pasen las negociaciones para formar gobierno en Andalucía.
Y todo este revival de los tiempos más cainitas del socialismo ha ocurrido sin que el presidente del Gobierno haya dicho aún una palabra en público sobre la convulsión que el resultado de las andaluzas supone para el tablero político. Será que no se siente concernido por lo que han dicho las urnas y no ha captado el mensaje. Si es así es que nada ha entendido. Lo que ha pasado en Andalucía sólo es el comienzo de lo que está por llegar y ha provocado, entre otras cuestiones, la crisis territorial. Por eso arde el PSOE… y también su electorado.