Primero fue Carme Forcadell, y ahora Rull, Turull, Forn y hasta Junqueras. Que una cosa es el victimismo del “España nos roba” y el Estado opresor y otra tener que dormir cada noche entre rejas. Así que si hay que abrazar el 155 se abraza, y aquí no ha pasado nada. Ahora resulta que, pese a lo visto y lo dicho, leemos que la independencia fue simbólica; que el único Govern legítimo dice no ostentar ya cargo ejecutivo alguno; que quieren participar con normalidad en la campaña electoral; que no han puesto resistencia alguna a las medidas del Gobierno de España; que el Govern cesado no se ha reunido; que no ha habido publicaciones en el boletín oficial y que el 27 de octubre se puso fin al proceso independentista.
Asesorados por sus abogados, a todos ellos les sobran ahora los motivos para demostrar judicialmente que ni hubo República catalana ni era posible una independencia por las bravas.
¿Estrategia de defensa? Sin duda. A estas alturas, nadie creerá que con sus recursos ante la Audiencia Nacional los exconsellers de la Generalitat han hecho un ejercicio de “apostasía”. ¡Claro que no han abjurado del independentismo! Ni tienen por qué hacerlo. Sólo faltaría que en una democracia se exigieran adhesiones ideológicas.
Se puede cuestionar el artículo 155 y a la vez acatarlo. Lo uno y lo otro es perfectamente compatible. Y, aunque a la cúpula del independentismo no le guste la Constitución de 1978 y haya buscado en los últimos meses su demolición, lo cierto y verdad es que nunca había sido tan explícito en el reconocimiento de la Carta Magna, mucho menos en su acatamiento.
Cuanto antes den a los catalanes un sólo motivo para que les vuelvan a votar el próximo 21-D antes certificaremos que el independentismo será distinto
Sólo buscan con ello salir de prisión, sí, y su motivación es legítima, además de muy comprensible incluso para quienes no militan en el independentismo porque esto de tener que hacer campaña electoral desde la cárcel no parece muy plausible en una democracia que se precie de serlo, por mucho que el auto de la juez Lamela que les llevó hasta Estremera se ajuste a derecho.
Así que lo deseable es que salgan, y que salgan ya. Cuanto antes den a los catalanes un sólo motivo para que les vuelvan a votar el próximo 21-D antes certificaremos que, pase lo que pase en esas elecciones convocadas por Rajoy, el independentismo será distinto, habrá aprendido la lección y, después de lo ocurrido, no tendrá más remedio que canalizar sus aspiraciones dentro del marco constitucional, que es lo que hicieron siempre hasta que Artur Mas abrazó la causa para tapar el 3 por ciento.
Dicho de otro modo: pasarán del realismo mágico al baño de realidad, lo que no es baladí teniendo en cuenta de dónde partimos. Después ya, ganen o pierdan el 21-D, podrán contar lo que quieran, pero seguro que no serán tantos los ciudadanos dispuestos a creer en una Catalunya independiente sin consecuencias penales, políticas o económicas.
Al fin y a la postre, es difícil creer que los dos millones de catalanes dispuestos a conquistar la independencia formen parte de un grupo homogéneo en el que todos sean partidarios de conquistar su anhelo sea cual sea el desenlace.