No será la solución, pero sí un paso más en el largo y proceloso camino para la solución del conflicto catalán. La ruptura del bloque independentista en el Parlament a cuenta del voto de los diputados procesados abre una vía para el acuerdo entre la izquierda catalana. De ahí la satisfacción y el tanto que el Gobierno de Pedro Sánchez cree haberse anotado con la quiebra de la unidad de ERC y Junts per Catalunya.

Es pronto para saber si lo ocurrido es un síntoma de lo que está por llegar o sólo una consecuencia más de las conversaciones que desde hace meses mantienen el PSC y los republicanos en busca de una solución que acabe con la cronificación de la crisis catalana.

El caso es que hace tiempo que ERC renunció expresamente a la unilateralidad y la desobediencia, y decidió que entre los suyos no habría un preso más por una independencia que, según ha admitido Oriol Junqueras, no puede declararse con la mitad de los catalanes en contra y precisa de una mayoría social mucho más amplia de la actual.

Lo importante para los partidos independentistas no era aprobar resoluciones sin efecto jurídico alguno y que no van a ninguna parte, sino intentar colgar ya el cartel de botifler al adversario

El secesionismo ha estallado, sí, y ha perdido la mayoría parlamentaria, pero la alianza entre el PSC y los republicanos en la Mesa del Parlament va mucho más allá de un simple veto al desafío de Puigdemont por mantener su voto o de la batalla entre independentistas por liquidar el futuro político de sus figuras rivales. Lo que se abre tras el acuerdo del martes es la vía pragmática que el Gobierno de Sánchez exploró antes con el PDeCAT, pero saltó por los aires cuando los de Puigdemont fulminaron a Marta Pascal en su congreso de julio para imponer la vía dura hacia la independencia.

Con las elecciones en un horizonte medio, lo importante para los partidos independentistas no era esta semana aprobar resoluciones sin efecto jurídico alguno y que no van a ninguna parte, sino intentar colgar ya el cartel de botifler al adversario, que es lo que Puigdemont cree haber conseguido, tras el sonoro desmarque de ERC.

Los republicanos, por su parte, ya no están en esa estrategia, sino en la del tránsito hacia un acuerdo con el PSC y los comunes, tutelado desde Madrid por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y que tendría como objetivo último un nuevo tripartito al frente de la Generalitat. Al fin y a la postre, los dos anteriores fueron un desastre en la gestión pero sirvieron al menos para frenar el independentismo político y social.

Está por ver que la operación, aún en mantillas, no vuelva a romper el PSOE como cada vez que el socialismo catalán ha flirteado con el independentismo. Todo dependerá de cuándo sean las elecciones catalanas, y de si el Govern aguanta, como ha dicho Torra, hasta después de la sentencia del procés. Si la disolución del Parlament fuera antes de las municipales y autonómicas, a los barones socialistas se les complicaría su propia campaña ante la segura e implacable ofensiva de la derecha.