El calendario Mariano, no el de la Iglesia, sino el de Rajoy, ha querido que sea el 29 de octubre. Pudo haber sido el 30, pero mejor que en domingo descansen sus señorías, que deben estar agotados de tanto bloqueo, tanto viaje a Zarzuela y tanta pachanga. 27 años después de que el PSOE de Felipe González obtuviera en las urnas su tercera mayoría absoluta, un candidato del PP será investido presidente del Gobierno… gracias a la abstención del PSOE. Más desgarro si cabe para los socialistas.
No hay uno al que no le duela la decisión política aprobada en el comité federal del pasado domingo. Todos están rotos, y no sólo por la fractura provocada en sus filas. Hay también una avería emocional personal e intransferible en cada uno de ellos. Facilitar el gobierno al partido de la Gürtel, de Rita, de Bárcenas, de la Púnica, de Rato, de Bankia, de los recortes y el sufrimiento provocado a millones de españoles no es plato de gusto para ningún socialdemócrata.
Ni los 241 que votaron ayer el “NO” en el consejo nacional del PSC son más de izquierdas que los 139 que apoyaron la abstención el sábado en el comité federal del PSOE; ni Pedro Sánchez es más de izquierdas que Javier Fernández; ni Patxi López representa mejor los valores de la izquierda que Eduardo Madina.
La distancia entre ellos no es ideológica, sino táctica. O tres meses más de bloqueo institucional o desbloqueo. No había más elección. Y el PSOE, aunque dividido, ha optado por lo segundo.
Votarán “no” Sánchez, Zaida Cantero, Susana Sumelzo, Odón Elorza, Margarita Robles, los socialistas de Baleares y los de Catalunya. Pero todos pagarán el mismo precio. Unos, por haber callado durante meses; otros por haber antepuesto su futuro orgánico al del partido.
Lo del socialismo catalán es aún más grave, y no sólo porque suponga la no aceptación de las reglas básicas de la democracia deliberativa, sino porque les asemeja en cierto modo a los independentistas en su desafío a las reglas establecidas. Cuando un vota y pierde, salvo que sea Donald Trump, acepta el resultado y acata. Si no lo hace, está fuera del sistema. Y el sistema en este caso es el PSOE y sus órganos de gobierno.
Los de Miquel Iceta siguen los pasos del bloque soberanista en el Parlament, provocan un choque de legitimidades sin precedente
Que la gestora decida revisar o no la relación orgánica con el PSC es lo de menos. Lo de más es que los de Miquel Iceta siguen los pasos del bloque soberanista en el Parlament, provocan un choque de legitimidades sin precedente y rompen con el partido al que han estado unidos desde 1978. ¡Y aún piden que no haya consecuencias!
El PSOE ya pagó por ellos el desgaste electoral en generales que le supusieron los dos tripartitos de infausto recuerdo; miró para otro lado cuando los socialistas catalanes rompieron la disciplina de voto en el Congreso a cuenta del derecho a decidir; impulsaron una reforma constitucional de corte federal precisamente para dar oxígeno al PSC en Catalunya… y ahora les piden que miren para otro lado. No parece que la gestora y los barones que ganan elecciones en el PSOE estén dispuestos a hacerlo. Aún cuando los catalanes les proporcionaban 25 diputados, podían permítiselo. Ahora todo es distinto.