Ahora que España vuelve a ser ingobernable, Rivera ha demostrado que no es el estadista que decía, Iglesias no se mueve y Sánchez amenaza con nuevas elecciones, Casado tiene una oportunidad para crecer y consolidar el liderazgo que le niegan propios y extraños. Tan fácil como poner las luces largas con el objetivo de conquistar el horizonte medio.
Imaginen que se planta en La Moncloa y ofrece al presidente en funciones la abstención que le niega Rivera a cambio de tres acuerdos: un compromiso en materia territorial, un par de medidas económicas y algún nombramiento consensuado en Europa. Un acorralado Sánchez, al que no le interesa pasar de nuevo por las urnas porque nada le garantiza que en una segunda vuelta la investidura fuera más fácil, no tendría más salida que aceptar una oferta que Casado haría, claro, desde la responsabilidad de estado que se le supone a un partido de gobierno y en aras a la estabilidad de un país que en menos de cuatro años estaría a punto de convocar por cuarta vez unas elecciones generales.
Casado tiene una oportunidad para crecer y consolidar el liderazgo que le niegan propios y extraños
La derivada inmediata sería un Gobierno en minoría con 123 diputados que, tras el portazo a Podemos y la presión a Ciudadanos, tendría que legislar seguramente a golpe de decreto, una fórmula que no solo sería imposible mantener durante cuatro años, sino que cegaría también la posibilidad de aprobar un nuevos presupuestos. Recuérdese que los que están en vigor los aprobó Cristóbal Montoro en 2017 y que la convocatoria del 28-A llegó después de que Sánchez no lograra apoyos suficientes para sacar adelante sus propias cuentas públicas.
Podemos tendría libre el campo para la crítica a un presidente investido con la ayuda de la derecha, Ciudadanos pasaría a la irrelevancia, gran parte de los votantes de VOX regresarían al PP y Casado ganaría volumen, talla y tiempo para asentar su liderazgo en un PP en el que hoy se discute, y mucho, sobre su liderazgo.
La hipótesis la apuntó Rajoy, la sugirió Esperanza Aguirre y se escucha estos últimos días en boca de algunos dirigentes del PP, tan convencidos del rédito que obtendría la derecha tradicional ante ese escenario como de la falta de grandeza, también, del líder del PP para llevarla adelante.
Los más seguro es que no pase, que haya investidura fallida en julio y que el reloj de la democracia eche a andar. A punto de expirar los dos meses preceptivos antes de la nueva convocatoria electoral solo habría tres salidas. Una, que no se espera, que Ciudadanos sucumba a la presión con o sin Rivera ya como líder de los naranjas. Dos, que Sánchez tenga que transigir con el gobierno de coalición que le exige Podemos. Y, tres, que los españoles vayamos otra vez a las urnas. Si es así, la izquierda no podrá confiar ya en la movilización del 28-A porque sería comprensible que la gente se declarase harta de tanta incompetencia y porque el efecto VOX ha dejado de contar. Si Casado pusiera las luces largas, sería su momento.