Por la boca muere el pez, y el hombre ―en este caso el candidato―, por la palabra. Hablar más de la cuenta, hablar por hablar o hablar a humo de pajas siempre tiene consecuencias. Y el PSOE ha presumido tanto de su disposición a debatir con los líderes de todos los partidos que, al final, ha quedado atrapado en su propia trampa.

Pedro Sánchez no quiso jamás un cara a cara ni participar en más de un debate electoral. El diseño de su campaña consistía en hacerse el muerto, en no entrar en polémicas, en dejar pasar la Semana Santa y en esperar a la recta final de la campaña para rematar la faena en el único debate electoral, que, por imposición suya, iba a celebrarse en Atresmedia, la cadena del grupo editorial que publicó su libro Manual de Resistencia. Favor con favor se paga.

Al presidente ―o a su gurú de cabecera― sólo le interesaba la presencia de Vox en el formato para retratar ante la audiencia a la triple derecha, al “trifachito”, a la España de la hipérbole, el exceso y el Apocalipsis. No habría mejor dosis de recuerdo de la foto de Colón que Abascal, Casado y Rivera juntos en un plató de televisión durante dos horas compitiendo por ver quién se situaba más al extremo del tablero, quién era más patriota o quién proponía el 155 más duro para Catalunya.

Pero en estas llegó la Junta Electoral y cambió la partitura. Con la ley en la mano, Vox no puede participar en un debate entre candidatos porque no obtuvo un 5 por ciento de votos en ninguna elección anterior de ámbito nacional. Esas son las reglas. Las conocían en Moncloa y son de obligado cumplimiento para cadenas públicas y privadas, aunque Atresmedia no se sintiera concernida.

Con Vox o sin Vox, Sánchez se ha marcado un gol en propia meta y ha conseguido que se deje de hablar de todo lo demás

El comité electoral ha tenido que cambiar el juego, por indicación del árbitro, y aceptar el debate a cuatro que ya había ofrecido TVE. Entre una cadena que cumple con la legislación y ofrece señal gratuita a todas las demás y otra que pretendía vulnerar la ley a conciencia, Sánchez tenía difícil elegir la segunda y propinar un nuevo portazo a la pública.

Ahí debió acabar la polémica, pero Antena 3 ha tenido un ataque de cuernos y ha redoblado la apuesta con una nueva oferta a cuatro, que ya han aceptado tres de los aspirantes. Sánchez, de momento, calla y la cadena amenaza con dejar su silla vacía. Haga ya lo que haga, quedará retratado. Si no acude, dirán que huye de los debates. Y si lo hace, que está sometido a los intereses de un grupo de comunicación privado. En un caso o en otro, ya no estará Vox. Pero dará igual porque si ocurre lo que ocurrió en el debate a seis en el que participaron el lunes PSOE, PP, UP, Cs, PNV y ERC, se verá que la derecha cuando se trata de sumar, suma y cuando tiene posibilidad de hacer frente común, lo hace sin más.

El tándem Álvarez de Toledo-Arrimadas dejó fuera de juego a una ministra tan bregada como María Jesús Montero. Dio igual que no hicieran propuestas, que el tono que emplearan hicieran de Rufián un gentleman de la palabra o que los capotes que le echó Irene Montero en materia de feminismo resultaran insuficientes… En la pantalla quedó que la derecha tradicional llenó con Álvarez de Toledo el espacio ―aunque fuera con una retahíla de exabruptos― y que la derecha liberal de Arrimadas le hizo de clac mientras Montero parecía noqueada. Y eso es lo que le espera a Sánchez frente a Casado y Rivera, sin necesidad de ser acompañados por Abascal. Con Vox o sin Vox, Sánchez se ha marcado un gol en propia meta y ha conseguido que se deje de hablar de todo lo demás, que tampoco era mucho, pero lo suficiente como para saber hacia dónde y acompañado de quién quiere llevar a España la derecha. El comité electoral del PSOE está lleno de genios. No se cansan de acertar…