Ni es el carbono 14, ni es una corrección de los deberes de sexto de EGB, ni es un asunto menor… El secretario general del PP, Teodoro García, se ha propuesto lanzar sandeces a la misma velocidad con la que de su boca escupía hace años huesos de aceituna y le sirvió para hacerse con el título de campeón mundial de la cosa. Lo que se ha escrito y dicho sobre el máster de Casado no es más que lo que consta en letra impresa en una exposición razonada de 54 folios con los que la jueza Carmen Rodríguez-Medel considera que existen indicios de responsabilidad penal en la obtención de un título académico del presidente del PP.
García y otros dirigentes populares han salido en tromba a defender a Casado con argumentos tan peregrinos como inconsistentes. Claro que no sorprende en absoluto ver ahora a los mismos que estuvieron años sin ver delito en el saqueo continuado de lo público, los sobresueldos o el dopaje electoral hacer lo propio ante un asunto que tiene que ver con la mentira flagrante y con el claro abuso de poder para fabricarse un deslumbrante currículum.
Ahora sabemos que cuando defendían la cultura del esfuerzo, el mérito y la capacidad no era para ellos, sino para los demás. Pero, lo de menos ya en el “caso Casado” no es si hubo irregularidad en la conducta o si en caso que hubiera cometido una práctica ilegal, ésta estuviera prescrita. Lo que importa a estas alturas no es la ley, sino la ética. Y todo lo que escapa de ella en la vida pública, se mire como se mire, es corrupción.
Si lo fue con Cristina Cifuentes, lo es con el recién elegido presidente del PP, aunque no haya en su caso ningún vídeo que muestre su afición por lo ajeno y lo conserve algún enemigo íntimo que quiera acabar con él, como ocurrió con la expresidenta de la Comunidad de Madrid.
La vergüenza de no recordar si fue o no a clase o de haber engordado su currículum para poner que había cursado posgrados en Georgetown y Harvard cuando no salió de Aravaca es, cuando menos, para que Casado pida perdón
Ni Cifuentes hizo el máster ni lo hizo Casado. Se lo regalaron por la cara… o por el cargo que ostentaba. Recuérdese que el presidente del PP era entonces diputado autonómico, protegido de Esperanza Aguirre y alumno aventajado en la FAES. Y, según la juez, queda “indiciariamente acreditado” que le “regalaron” el título.
Se demuestre o no que hubo cohecho impropio o prevaricación administrativa, la vergüenza de no recordar si fue o no a clase, de haber engordado su currículum para poner que había cursado posgrados en Georgetown y Harvard cuando no salió de Aravaca o de aprobar en cuatro meses la mitad de la carrera en un centro privado tras años adscrito a la Cumplutense es, cuando menos, para que Casado pida perdón y, además, diga a los suyos que al menos no hagan de escupidores de sandeces.
Por mucho menos otros dimitieron en otras democracias. Pero esto es España y aún llevamos a gala aquello que dejó escrito Orwell sobre el lenguaje político diseñado para que “las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez”. Pues eso: que el expediente académico de Casado no es más que viento, cometiera o no delito para fabricarlo.