Como suele decir Alfredo Pérez Rubalcaba, “en España enterramos muy bien”. Nada que añadir. Mariano Rajoy ha puesto fin a su propia cita, y la primera parte de su amargo y atronador discurso ante la junta directiva nacional en la que anunció su salida de la política quedará sepultada. No es cuestión de hacer leña del árbol caído, aunque este negara legitimidad a quien ocupa ya su despacho tras una moción de censura.
La elegancia obliga y hasta Pablo Iglesias le ha puesto delicadeza al adiós: “Con todo, se retira un político elegante e inteligente que sabía escuchar. Fue un honor ser su rival y combatirle políticamente. Se ganó mi respeto”. E igual Andoni Ortuzar: “Más allá de la política y sus vaivenes, de nuestros acuerdos y discrepancias, valoro en él a la persona y su talante, que conmigo ha sido siempre impecable”.
Pero lágrimas lo que se dice lágrimas no arrancó más que entre sus propias filas. Maillo, Juanma Moreno y hasta Feijoó, a quien todos dan como sucesor, no pudieron contener la emoción en contraste con una María Dolores Cospedal de sonrisa contenida no tanto por la marcha, sino por mantener intacto su poder como secretaria general del PP.
Rajoy renuncia a hacer cambios en las direcciones del partido y el Grupo Parlamentario al entender que será esta ya una tarea que le corresponda a su sucesor y que sea quien sea, él se pondrá a sus órdenes y “sólo a sus órdenes”. Le faltó decir que no deseaba hacer lo mismo que hizo Aznar, pero no hizo falta tampoco que mencionara al ex presidente de honor del PP para que todo el mundo entendiera de quién hablaba.
Los populares viven hoy, tras una salida exprés y abrupta del poder, una grave crisis, pero también tienen ante sí una gran oportunidad para regenerarse y renovarse
Con la decisión de Rajoy de no inmiscuirse en el futuro, pierde Sáenz de Santamaría y gana Cospedal, sólo porque en ella recaerá el control y la organización del congreso extraordinario del próximo julio. No es lo mismo influir en la militancia desde un despacho de la calle Génova que desde un escaño en el gallinero del Congreso, que es el lugar que le corresponderá en adelante a la ex vicetodo, si es que no da también un paso atrás, como piensan algunos de sus íntimos, para incorporarse a la empresa privada.
Quienes conocen bien a la secretaria general del PP sostienen que sus desvelos no son por suceder a Rajoy sino porque no sea Santamaría quien lo haga. Sea como fuera, no parece que la una y la otra tengan posibilidades en la carrera de la sucesión, mucho menos teniendo en cuenta la lapidaria frase de Rajoy: “Me voy. Es lo mejor para mí, para el PP y para España”.
Si el PP quiere pasar la página del “ciclo mariano” tendrá que hacerlo en todos los sentidos. No basta con cambiar de líder, tendrán que poner fin a todo lo que significó Rajoy, también sus equipos en el Gobierno o en el partido.
Los populares viven hoy, tras una salida exprés y abrupta del poder, una grave crisis, pero también tienen ante sí una gran oportunidad para regenerarse y renovarse. Y, sin duda, ser el único partido que, salvo sorpresas, competirá con un candidato nuevo a las próximas generales puede ser una oportunidad más que un problema frente a sus competidores. Sólo de ellos depende el yerro o el acierto. De momento, todos miran al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoó. Y si fuera así, sería el segundo líder regional, después de Aznar, que consiguiera llegar con éxito a la escena nacional. La historia reciente y lejana está llena de fallidos intentos, tanto en el PP como en el PSOE, de barones que quisieron pero no pudieron hacerse con el liderazgo nacional de sus partidos. Aguirre, Gallardón, Bono son sólo algunos ejemplos. Pues eso…