Suele pasar que cuando uno huye hacia delante lo hace creyendo que puede avanzar pese a evidentes signos que avisan de la necesidad de enmendar el rumbo. Es lo que ha hecho durante el debate de política general el president Quim Torra, en el mejor émulo de aquel Puigdemont que hace un año estuvo a punto de convocar elecciones y, la presión de la calle, lo arrastró a declarar una independencia exprés que, con la fuga del Molt Honorable, provocó el mayor ridículo internacional que se recuerda.
Ha vuelto a pasar. La calle, las redes sociales, la intimidación… y el temor a soportar el peso de ser señalado como un traidor. Así hay que leer el ultimátum de Torra a Sánchez, después de jalear a los CDR: autodeterminación o disolución. La diferencia respecto a lo que pasó, tras la aprobación de la DUI, es que la fractura del independentismo es aún mayor. Y, mientras antaño, pese a las dudas, todos secundaron la decisión final de Puigdemont, hoy el PDeCAT no está dispuesto a dejar caer a Sánchez y ERC se ha demarcado sin ambages del cálculo de Torra
Ni sabían de su pretensión ni, una vez conocida, están dispuestos a secundarla. “Cuidado con los ultimátums que los carga el diablo y éste viste de Ciudadanos”, ha dicho el republicano Rufián. Ojo con "vender humo”, ha apostillado su correligionario Sabrià poco antes de exigir menos gesticulación y más estrategia.
El ultimátum responde más a una treta por tapar una pésima gestión de otro 1-O, saciar el apetito de los CDR y soslayar el hartazgo de los Mossos
Si lo de Torra es un movimiento táctico de cara a la galería y para los más “cafeteros”, podría encontrarse con la sorpresa de que Pedro Sánchez disolviera las Cortes, convocara elecciones y volviéramos todos a la casilla de salida que, aún sin Rajoy, con Casado y Rivera puede resultar aún peor para Catalunya. Empeñados ambos en una nueva edición del 155, pero esta vez sine die y para tomar el control durante lustros de la autonomía, tanto PP como Ciudadanos no tendrían reparos en ilegalizar, no actos, sino ideologías, como ya ha insinuado Casado. Lo que vendría después, mejor ni imaginarlo.
No ocurrirá porque el farol de Torra es de manual. Si vulnerara el orden constitucional, ya sabe cuál sería el camino hasta Estremera, y si no le importara correr la misma suerte que el anterior Govern, ya habría saltado la delgada línea que separa la ley de la prisión. Y no ha sido ni parece que vaya a ser así. Así que el ultimátum responde más a una treta por tapar una pésima gestión de otro 1-O, saciar el apetito de los CDR y soslayar el hartazgo de los Mossos. Quizá ellos, como otros muchos catalanes, no se sienten ya parte de ninguna de las dos Catalunyas que dibujan el independentismo y el españolismo, sino de una tercera que vive ajena a las trincheras, no participa en inflamaciones de unos ni otros y vive imbuida en su propia cotidianidad, al margen del insoportable ruido y la eterna crisis institucional. Como esto siga, habrá un día en que sea ésta la mayoría que encabece las encuestas.