Como en la canción de Sabina. Lo niega todo, incluso la verdad. Al menos el compositor más grande que ha parido este país hizo con aquella letra acopio de sus vivencias desde la honestidad y el convencimiento de que las más importantes ya habían sucedido. Por el contrario, Aznar aún se cree llamado a salvar una España que sólo existe en su imaginario de ex resentido y no reconocido por propios ni extraños.
Hacía tiempo que no se vivía un espectáculo tan bronco en el Parlamento. Y eso que uno cree a menudo que siempre ha visto ya lo peor cuando se asoma al albero de la política. Pero en estas llega Aznar y excede todo lo anterior.
Catorce años sin poner un pie en el Congreso y cuando vuelve, reclamado por una comisión que investiga la financiación ilegal de su partido, el expresidente acude desprovisto del mínimo rasgo de grandeza que debiera acompañar el cargo. De humildad, ni hablamos.
Basta un repaso de la historia reciente del PP y de la sentencia de la Gürtel para demostrar que lo de Aznar en su última visita al Congreso no fue desmemoria ni olvido, sino simplemente una impúdica mentira
El que vimos abroncando a los portavoces parlamentarios era un hombre enfermo de rencor, dispuesto a ajustar cuentas con el pasado escrito, a negar la verdad judicial y a despreciar a quienes se sientan en el Parlamento democráticamente elegidos por los ciudadanos. El espectáculo fue tan triste como bochornoso. Y, no, no fue sólo una bronca con el independentista Gabriel Rufián, cuyas formas parlamentarias sepultan sus argumentos con demasiada frecuencia. Hizo lo mismo con el socialista Simancas y mucho más con el líder de Podemos con quien pretendió hacer un ejercicio de superioridad moral que le sacara de sus casillas. Y no lo logró si siquiera cuando mezcló “los problemas familiares” del secretario general de los morados con la boda de su hija, aquel desfile de corruptos que aún hoy hace daño a la vista y a las entrañas cuando recuperan la imagen los telediarios.
Hay que tener mucho cuajo, una inmensa soberbia y mucha más chulería para semejante ejercicio. Mucho más para sostener, sin sonrojo, que el peligro para la democracia es Pablo Iglesias, y no un partido financiado ilegalmente durante 20 años, con un millar de imputados por corrupción y una sentencia que demuestra la existencia de una caja B de la que salían sobresueldos para la mayoría de sus cargos.
Basta un repaso de la historia reciente del PP y de la sentencia de la Gürtel que acabó con la presidencia de Rajoy para demostrar que lo de Aznar en su última visita al Congreso no fue desmemoria ni olvido, sino simplemente una impúdica mentira. Dijo no conocer a Correa, el cabecilla de la trama, pero fue testigo de la boda de su hija; negó la existencia de la caja B que la Audiencia Nacional dio por acreditada y defendió que el PP no es un partido corrupto con lo que este país ha visto y los tribunales ya sentenciaron… Así todo. Y encima tuvo la desvergüenza de confesar a la salida de su comparecencia que lo había pasado bien y que ganas de volver le quedaban. Pues este es el PP del que salió Casado y de cuya etapa el actual presidente de la derecha tradicional se siente más orgulloso. Queda todo dicho.