Hay algo de maldición en toda fotografía con pretensión de pasar a la historia. La de las Azores sin duda la tuvo para sus protagonistas. Y, tras las elecciones italianas, resulta inevitable recordar aquella otra tomada en Bolonia. ¿Recuerdan? Septiembre del 2014. Tres jóvenes socialistas, vestidos de pantalón oscuro y camisa blanca, conjurados para impulsar la izquierda en Europa. “El pacto del tortellini”, titularon los rotativos italianos. Matteo Renzi hizo de anfitrión de Manuel Valls y un recién elegido secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Tres jóvenes “promesas” de la socialdemocracia europea reunidas para renovar sus votos políticos, unir fuerzas contra la desigualdad y la injusticia y ofrecer un cambio que frenara a la derecha en Europa.
Nada de eso ha ocurrido. Dos años después, en 2016, Manuel Valls dejaba el cargo de primer ministro de Francia para lanzarse a una fallida campaña de primarias en el Partido Socialista (PS). Y doce meses después ponía punto y final a tres décadas de militancia socialista para apoyar a Macron en su campaña, no sin antes proclamar la muerte de la socialdemocracia.
Este fin de semana le tocó el turno al ex primer ministro italiano, Matteo Renzi, que también dimitió como secretario general del gubernamental Partido Demócrata (PD), tras una humillante derrota en las elecciones generales. El florentino sumaba una nueva debacle socialdemócrata en la UE y vivía un particular calvario que acababa con su fulgurante carrera.
Los partidos de la izquierda tradicional no han sabido adaptar sus proyectos ni sus estructuras al mismo y vertiginoso ritmo de la sociedad
De aquella pretenciosa fotografía queda el español Pedro Sánchez. Sólo el destino sabe por cuánto tiempo y si correrá o no la misma suerte que sus homólogos Valls o Renzi. De momento no soplan vientos favorables para la socialdemocracia europea porque desde la práctica desaparición del PASOK en Grecia, la lista de partidos en crisis va creciendo: Holanda, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia… Y aunque cada país es un mundo y cada organización política, un universo distinto, existen razones compartidas en el hundimiento de todos ellos: la pérdida de liderazgo en los debates sobre políticas públicas, la ruptura de su modelo de relación con la sociedad antaño ligado a sindicatos y movimientos sociales y la profesionalización de unas organizaciones cada vez más alejadas de los ciudadanos. Esto además de no haber tenido respuestas distintas a las de la derecha europea para combatir de forma audaz la mayor crisis económica que se recuerda.
La crisis de la socialdemocracia es existencial y estructural quizá porque las sociedades han cambiado a la velocidad de la luz, y los partidos de la izquierda tradicional no han sabido adaptar sus proyectos ni sus estructuras al mismo y vertiginoso ritmo. Si Pedro Sánchez sobrevive al tsunami, será un héroe en Europa. Si fracasa y Ciudadanos le pasa por delante, como vaticinan ya algunas encuestas, no habrá podido escapar de la maldición del tortellini y tendrá que interiorizarlo en clave interna, por mucho que haya un reglamento que le permita, gane o pierda elecciones, mantenerse en la secretaría general hasta 2026.
De momento, el auge de Albert Rivera y el goteo de declaraciones públicas de quienes fueron sus adversarios internos en las primarias del 2017 le han obligado a salir a la palestra, pedir a Rajoy que se someta a una moción de confianza, abandonar el pacto por la Educación que intentaba fraguarse en el Congreso y pedir elecciones anticipadas si el Gobierno no logra aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Todo lo contrario a lo que predicaba hace apenas tres semanas donde presentó a bombo y platillo diez propuestas de acuerdo y estableció contactos con Rajoy para desbloquear asuntos claves de la legislatura. No parece que sea la mejor forma de que el electorado entienda dónde está y dónde pretende ir el PSOE.